Errando el destino II

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Los hombres que la habían tomado eran de Nilfgaard, Ciri no albergaba dudas.

No tenía idea dónde la había lanzado el telepuerto de Tor Lara, pero por el acento y la moneda que usaban, sospechaba que estaba al Sur, muy al Sur, donde todo formaba parte del Imperio nilfgaardiano.

Al parecer, en Nilfgaard la estaban buscando desesperadamente, pues los hombres que la habían capturado decían una y otra vez que se volverían ricos con la recompensa por llevarla sana y salva. Al menos, aquella recompensa, la estaba salvando de sufrir violaciones y abusos.

Ciri no hablaba, así, pensarían que era una idiota y cometerían el error de decir cosas importantes frente a ella.

Lo mejor de todo era que le habían dado agua y con aquello, había vuelto la cordura. Aún no estaba segura de dónde la había lanzado el portal, pero de que había estado delirando, de eso estaba segura... Recordó las imágenes de cadáveres y la grotesca imagen de Jaskier herido por su mano y finalmente, muerto por su acción. Se estremeció, ella jamás, jamás le haría daño.

Jaskier... ¿qué sucedió? ¿Por qué Yennefer me tomó en sus brazos? ¿Por qué me arrancó de los tuyos? Me había jurado que nunca haría nada que me hiciera mal... y me había advertido sobre ti, ¿acaso prefería esto? Que estuviera en manos nilfgaardianas que ¿en las tuyas?

Cerró sus ojos y recordó su beso... se estremeció, pero no por placer, sino por agonía por no estar más con él... Con Jaskier sus heridas habían comenzado a sanar, en la distancia... todas se habían abierto una vez más. Él era su cordura. Sin él, aparecía la insania.

¡Arde, Falka, arde!

Ciri levantó la mirada de golpe cuando aquel susurro la azotó y vio a los hombres que hablaban a su alrededor sin darle atención; la mugre de sus ropas, cabellos y pieles, le hablaban a la jovencita de días y días a la intemperie. Le hablaba de terror y guerra, abusos y deshonor. Terror, terror... Sintió terror, terror de que la tomaran en brazos y la violaran.

¡Arde, Falka, arde!

Cerró sus ojos con fuerzas y recordó sus abrazos, sus caricias, sus lágrimas, pero, sobre todo, sus hermosos ojos y su bellísima sonrisa. Jaskier la volvía Cirilla de Cintra, su ausencia aullaba el nombre de Falka.

¡Arde, Falka, arde!

Anhelaba tanto volver a la seguridad de sus brazos... pero estaba aquí, Melitele sabía dónde... con estos hombres, ¿y a él? ¿Qué le había pasado? ¿Se había quedado en Tor Lara?

Sintió que la tomaron bruscamente por las ropas y la llevaron hacia uno de los caballos, uno de los hombres con olor repugnante subió y la metió a ella frente a él. - Vamos, Leoncilla. Sigamos. - el galope incesante volvió.

Ciri no estuvo segura de cuántas horas llevaba sobre aquel caballo cuando se durmió.




La mujer estaba atada, Ciri era solo una espectadora. A su lado, la muchedumbre se amuchaba, la chocaban y gritaban ¡Muerte! ¡Muerte! ¡Arde, Falka, arde! Ciri volvió sus ojos esmeraldas sobre la mujer... Falka, ¡¡era Falka!!

Falka estaba atada sobre una hoguera y, un pueblo entero, ¡no! el Continente entero rogaba que la quemaran viva, pero Falka, lejos de gritar o llorar la miraba a ella. Sus ojos despiadados le recordaba a los fuegos infernales, al dolor lento y la muerte punitiva.

Falka la miraba a ella.

La paja estaba dispuesta en su sitio. Solo tenían que acercar la antorcha y Falka comenzaría a arder... Pero Falka ya no luchaba, no quería liberarse de su destino. No. Solo miraba a Ciri y Ciri a ella... ¡Arde, Falka, arde! ¡Arde por tus culpas y padece una muerte horrorosa! Oía a su alrededor.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora