Algo termina, algo comienza III

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III

Las campanas sonaban por todo Cintra a la espera de la triunfante pareja que contraería, finalmente, matrimonio: Cirilla de Cintra y el emperador Emhyr var Emreis. Se habían sucedido diez días desde que los reyes se habían reunido en Cintra a debatir las condiciones de paz y, finalmente, se había llegado al acuerdo de que el emperador desposaría a la princesa y Cintra sería considerado un estado independiente.

Dentro del palacio de Cintra los majestuosos cuadros de la dinastía cintriana atraía la mirada una y otra vez. La pequeña princesa Ciri representada con poca exactitud llenó el corazón de Ciri de una extraña nostalgia, mientras se veía a sí misma, entregando su identidad real a otra persona para que, por fin, se olvidaran de ella. Jaskier estaba a su lado y no dejaba de mencionar lo sorprendido que se encontraba por la exactitud que había tenido aquel sueño, donde él y ella, habían descubierto la verdad sobre su sangre. – Es que no fue un sueño, Jaskier. – explicó Ciri. – Yo te traje aquí, sin siquiera ser consciente. – él la miró. – Ya sabes, Dama del Espacio y el Tiempo. – Jaskier la tomó de la cintura y sonrió, aunque sentía que la joven bruja tenía un gran pesar en su alma, que no lo compartía con él y, por ello, no era capaz de alivianar aquel peso.

- ¿Es lo que deseas? – preguntó, Ciri lo miró. - ¿Dejar tu identidad a otra jovencita? Mira que, si no estás segura, montamos un numerito aquí y ahora, y detenemos esta farsa – sonrió, juguetón. Jaskier pensaba que quizás, ella quería ser reina, pero renunciaba a ello porque sabía que él no quería serlo. – Si quieres ser reina, estaré a tu lado. Ya lo hemos hablado. – Ciri revoleó su mirada.

- Y si ya lo hemos hablado, ¿por qué no me has creído? No quiero ser reina.

- Oye, bueno, tranquila. – se molestó el poeta. – Te veo triste, es solo por ello que insisto en preguntas. – ahora Jaskier se ofendió, así que, dejó de mirarla y posó sus ojos sobre la puerta, donde debía entrar el matrimonio.

Insistes demasiado... Ciri lo miró molesta y vio sus hermosos ojos, su rostro serio por la ofensa y sonrió. Se estaba comportando como una tonta. Tomó su mejilla y le dio un beso. Jaskier, de inmediato, le sonrió también y la recostó sobre su doblete. Sigues aquí, a pesar de todo... No me has mentido. A pesar de todo lo que Falka siempre me advirtió sobre ti... Sigues aquí... incluso cuando yo intento alejarte. Ciri recostó su rostro sobre el pecho del poeta, lo abrazó y guardó silencio, oyendo los latidos de su corazón y sus propios pensamientos. Aun cuando yo deseo venganza. No he derramado suficiente sangre del Sur como para sentir paz en mi interior... Bonhart mató a mi hijo. Bonhart mató a mi hijo... y su muerte no me fue suficiente. Ni la de él, ni la de Vilgefortz...

Allí estaba Foltest, rey de Temeria, Meve, reina de Rivia y Lyria, Ethain, rey de Cidaris, así como Henlselt de Kaedwen, Demawend de Aerdin, Kristin de Verden. Y pensar que mi abuela quería casarme con ese Kristin, pensó Ciri, mientras veía al joven rey. Menos mal que tengo a Jaskier a mi lado. Sonrió y continuó recostada sobre su pecho. A pesar de que he perdido nuestro hijo...

Jaskier miró a los reyes y encontró también al rey Esterad de Kovir, sin saber si quiera, que aquel hombre había deseado casar a Ciri con su hijo, el príncipe de Kovir, por unos sueños que las hechiceras de la Gran Logia le habían metido en la cabeza. El poeta notó que aquel hombre no le quitaba los ojos de encima a Ciri, recostada sobre él, y se preguntó por qué. La respuesta era sencilla: el hombre sabía que esa jovencita, era con la que él había soñado demasiadas noches, y no entendía por qué la veía allí, al lado de un conde y no ingresando por la gran puerta, al lado de un emperador...

Triss, Filippa y Dijkstra se acercaron a los dos. – Ya estoy harto de esperar a ese emperador, ¿por qué demonios se retrasa? – se molestó el gigante redano, Jaskier lo miró y le sonrió. – Me alegro de volver a verte, Fiona. – dijo Dijkstra, burlón. El poeta y el gigante se dedicaron una mirada cómplice. Sí, el Secretario de Estado de Redania, permitiría que aquellos dos, continuaron con semejante farsa... semejante farsa, ¡por los dioses!

Ciri miró a Dijkstra con sorpresa y notó su cicatriz y la complicidad que ahora existía entre aquel y Jaskier. Ya no había rastros de la incomodidad que ella había percibido en Aretusa. – Conde Dijkstra... - susurró la jovencita y dejó de recostarse por Jaskier, algo alterada.

- Estás hermosa, Fiona... - dijo Triss y la tomó de las manos, apretándoselas. Filippa le sonrió también y otra vez, como aquella noche, la miró desde abajo y arriba y la inspeccionó por completo.

Y de pronto, se abrieron las puertas. Ciri vio a Yennefer y Geralt, muy cerca de la entrada, aplaudir y pensó que su padre le sentaba estupendo el doblete magistral que Yen le había metido encima. A su lado, un hombre elegantemente vestido de negro y gris oscuro, también aplaudía: Regis, el vampiro. Y Valdo Marx, también con elegancia y un porte espectacular, saludaba a Cirilla de Cintra que acababa de ingresar al interior del Palacio, envuelta en un soñado vestido blanco y virginal, su rostro alegre (y Ciri se preguntó por qué estaba feliz, ¿acaso aquella joven realmente había deseado aquel matrimonio?) y sus rizos cenicientos, cayendo bellísimamente sobre sus delicados hombros. Era una belleza aquella jovencita.

Cirilla Fiona Elen Rianon.

Reina de Cintra y emperatriz de Nilfgaard. La joven avanzó, rodeada del sonido de las campanas y las aves que volaban asustadas por semejante bullicio. Todos aplaudían, pero en el rostro de los soberanos del Norte, se veía que no había alegría, más bien, desconfianza.





Después de la majestuosa celebración, en Novigrado se celebró una ostentosa fiesta que duró varios días, un festín cuya culminación fue el grandioso y solemne desfile de las tropas. Pidieron a Jaskier que entonara "Rey" junto con una trovadora que él no conocía, una tal Priscilla de Kovir, quien se hacía llamar Calloneta, pero el poeta se negó rotundamente. Alegando, que aquel cántico pertenecía a Essi Daven y sin ella, él no cantaría. Sin embargo, comprendiendo los protocolos y las apariencias requeridas, propuso que Valdo Marx y Calloneta lo hicieran y que el Norte se olvidara de Jaskier, nombrado ya por aquellos días como el vizconde Julian Alfred Pankratz.

- ¿Estás seguro, bufón? – preguntó Dijkstra, luego de escucharlo decir que lo hiciera Valdo Marx. – Es tu momento de brillar. Pasarás a la historia entre los de tu clase. – Jaskier le sonrió, afligido.

- No me interesa. – confesó. - ¿Recuerdas que a quien contrataste fue a Ojazos? – su corazón dolió. – Ella ya no está y yo no cantaré sin ella. Duele aún su ausencia... No me interesa la fama ni los aplausos. No, sin ella. – El poeta apoyó una mano sobre el hombro de Dijkstra. – Valdo es excelente, ya lo verás. Después de todo, estudiamos juntos. – Sonrió. – Por supuesto, que mi voz es mejor, pero eso que sea un secreto de los dos. – rieron ambos.

- De acuerdo. Pero todos quieren oírte a ti. El poeta que se fue a la guerra y defendió sus tierras como pocos...

- No fui yo quien estuvo al lado de Triss Merigold. – dijo Jaskier y le guiñó un ojo al gigante. – Fue mi hermano Fredrick, pero nos parecemos demasiado. Por ello me han confundido. – el poeta levantó sus hombros y quitó su mano de Dijkstra. – Soy solo un poeta. Borracho y juerguista, ¿no? Un idiota, sin remedio. No confundas con alguien serio.

- Bien, bien. Ya entendí. No aceptas los reconocimientos por tu participación en la Batalla de Brenna, ni el empantanamiento de los Verdes... Pero debes convencer a varias personas de que no fuiste tú. Nadie te creerá.

- Haber tenido yelmo todo el tiempo, ayudará. – le guiñó un ojo.   

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora