¿Alguna vez te has preguntado cómo sería tu vida si formaras parte de un cuento de hadas? Jillian no. Nunca. Ni en sueños. Tenía una familia genial, un hermano genial, amigos geniales. Una vida por la que no necesitaba fantasear con historias sobre...
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HACE UNA SEMANA
La corona pesaba más aquella noche. La temperatura del palacio era la misma de siempre, pero en ese momento mi cuerpo se encontraba congelado. No dejaba de revisar mi reflejo en el espejo para asegurarme de que el auricular que tenía en la oreja no se notara.
Mi mayordomo, Robin, prendió los botones de mi traje y ajustó la corbata.
—Lo noto un poco nervioso, alteza —comentó, mientras tomaba una tela para lustrar mis zapatos. Me senté en la silla que había detrás de mí y suspiré.
—Es una noche importante, Robin.
—¿Ah, sí?
Asentí. Él hizo lo propio.
—¿Por qué? —preguntó, vertiendo un poco de cera sobre el trapo.
No respondí. Las palabras se atragantaron en mi garganta. ¿Qué por qué era una noche importante? Porque mientras él me ayudaba a prepararme, Sophie se encargaba de verter droga en la botella de vino que servirían durante la cena. No estaba un poco nervioso, estaba completamente aterrado.
Robin malinterpretó mi silencio.
—Oh, lo siento mucho, majestad. Por favor, perdone mi atrevimiento —dijo, apenado. Fruncí el ceño y negué con la cabeza.
—Tranquilo. No has hecho nada —me encogí de hombros para quitarle importancia —. No he respondido porque no tengo la respuesta a esa pregunta. Simplemente, se siente importante y ya.
El mayordomo suspiró, claramente aliviado. Estaba acostumbrado a recibir críticas, reprimendas y sermones en los que mi padre le recordaba su puesto en la pirámide. A pesar de que era mí mayordomo asignado, el pobre solía correr de un lado a otro, ajustando las agujetas de los zapatos de mi padre, retocando su cabello cada vez que un mechón se salía de su lugar, porque así era el rey de Taythor: un arrogante tirano.
—Descuida, Robin —dije, al notar como batallaba con el paño y sus cansadas manos —. Los lustraste antes del almuerzo, siguen brillantes.
—Oh, no, no, majestad. Es mi trabajo —insistió.
—También es tu trabajo obedecerme —repliqué, agachándome para quitarle el trapo —. Así que... Ve —hice un gesto con la cabeza, señalando la puerta de mi habitación.
Él sonrió tímidamente.
—Muchas gracias, majestad.
—Gracias a ti —respondí, devolviéndole el gesto.
—Él se encarga de ti desde que tienes pañales, ¿y te agradece por unos minutos de paz? —se indignó la voz de Sophie por el auricular. Aguardé a que Robin cerrara la puerta de la habitación para hablar.
—Agrega eso a la lista de cosas que debo cambiar cuando sea rey.
—Anotado —exclamó alguno de los gemelos, uniéndose a la charla —. Oye, Bellybell, ¿el traje también te ajusta ahí abajo? —preguntó Hunter, disgustado.