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Era la primera vez en días

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Era la primera vez en días... No. Meses. La primera vez en meses que lograba conciliar el sueño.

Resultaba ser un hecho: los efectos que Jillian provocaba en mí eran muchísimo más poderosos que cualquier medicamento o droga inventada. Su risa, su voz, incluso sus silencios eran lo único que lograban apaciguarme en niveles que nunca nada ni nadie alcanzaron. Cuando estaba con ella los problemas pasaban a un segundo plano. Las sonrisas no eran fingidas, las carcajadas escapaban de mi interior sin que tuviera que forzarlas. Me sentía tranquilo, como si me encontrara dentro de un reconfortante y dulce sueño.

Cuando estaba con ella sentía que mi vida era normal.

Los primeros días, aquello me había parecido increíble. Me encantaba la cálida sensación que su compañía me generaba, adoraba sus divertidos comentarios y la forma en la que me hacía reír incluso cuando creía que no había razones para hacerlo... Pero ahora, me daba cuenta de que la situación se me había ido de las manos. Había creído que lo más difícil de ese loco plan sería lo que respectaba a la revolución, por lo que jamás esperé que mi corazón me traicionara, atacándome con un inesperado arsenal de emociones que nunca había sentido.

Eso no había sido parte del plan.

Lo peor de todo, lo que me destrozaba por dentro, era saber que se trataba de un enamoramiento unilateral. En ocasiones observaba a Jillian intentando encontrar algo en sus actitudes que me regalara una pizca de esperanza, algo que me dijera que tal vez, muy en el fondo, ella sentía lo mismo. Pero mis inseguridades siempre hacían que me rindiera. La tarde en la cascada, había estado a punto de besarla, pero me acobardé cuando la maldita voz en mi cabeza se encargó de destruir cualquier esperanza que hubiera en mi interior, recordándome las pocas oportunidades que tenía de ser correspondido.

Jillian y yo éramos completamente opuestos. Ella era una persona libre, despreocupada, tenía una familia excelente fuera del palacio, un carismático novio dispuesto a recibirla con los brazos abiertos en cuanto aquello acabara. Cuando llegó al castillo su vida prácticamente estaba resuelta. ¿Qué es lo que yo podría darle que ella no tuviera? Un nuevo par de zapatillas acompañado de responsabilidades, protocolos opresores y problemas innecesarios... ¿Realmente había sido tan estúpido como para pensar que existía alguna posibilidad de que aquello terminara con un: felices para siempre?

Incluso dormido apreté lo puños alrededor de mi cuerpo, molesto. Los sueños que mi mente proyectaba en ese momento estaban haciendo estragos con mi corazón. Fue un alivio cuando percibí la quietud del coche y la conciencia regresó a mí. No sabía cuánto tiempo había pasado durmiendo, pero supuse que quizá ya habíamos llegado. Una parte de mi se sintió algo culpable de haber abandonado a Jillian durante las dos horas de viaje.

Moví levemente la cabeza, sintiendo una eléctrica punzada recorrer mi cuello por culpa de la mala posición en la que había dormido. Me llevé una mano a la nuca y estiré mi otro brazo, desperezándome. Mis parpados comenzaron a despegarse con lentitud, aun algo adormilados. Las farolas estaban apagadas, así que el lugar estaba iluminado únicamente por la tenue luz blanquecina de la luna. Lo primero que fui capaz de atisbar en medio de toda esa oscuridad fue la ruta desierta extendiéndose frente al coche.

KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora