Era la sexta vez que comenzaba a repasar la escasa lista de canales en la televisión, buscando algo que llamara mi atención mientras atacaba el tazón de helado que mi madre había olvidado en la cocina. Esa tarde ella cuidaría a los niños de una de sus amigas, y había pensado entretenerlos con postres... Pero al mismo tiempo, mi único plan para ese día era holgazanear en el sofá de la sala y ahogar mis penas en chocolate y vainilla. Así que el recipiente que había estado lleno hace una hora estaba a pocas cucharadas de vaciarse por completo.
Esperaba ser lo suficientemente rápida como para escapar de mi madre cuando regresara a casa y descubriera que lo había comido todo.
Solté un bufido exasperado e hice el control a un lado. Los programas que se estaban transmitiendo en ese momento eran los mismos que habían sido transmitidos desde el comienzo de la semana. Las mismas noticias una y otra vez. Los reinos conmocionados por la muerte del rey de Taythor. El alivio de los ciudadanos al enterarse de que los planes de la conquista habían sido eliminados. Imágenes falsas sobre la guerra de Heredon. Y, por supuesto, montones de segmentos en los que una fotografía completamente desfavorecedora de mí era acompañada por los rostros del príncipe y la princesa de Heredon, bajo el titular de: "los corazones reales también titubean". Definitivamente mi buena suerte tenía un contubernio con Satán, y su nuevo entretenimiento era desquiciarme cada segundo que pasaba. Estaba harta de escuchar a los reporteros de otros reinos preguntarle a la cámara cómo continuaría dicho drama. Y estaba cansada de quitarme la cuchara de la boca para maldecir y gritarle respuestas fastidiadas a la televisión, como si las personas del otro lado de la pantalla fueran a oírme.
Despegué la vista de la tv para rasquetear el final del tazón con la cuchara, asegurándome de tomar hasta la última gota de helado. Estaba irritada. Toda la semana me había sentido así. Ya habían pasado doce días, once horas y cincuenta y siete minutos desde que regresé a casa, y aun seguía desperdiciando cada segundo que pasaba pensando en el castillo, los coloridos jardines, la cascada que había junto al establo...
En el príncipe.
Aun conservaba el anillo de nuestro falso compromiso porque era una joya preciosa, porque me la había regalado él y porque era una niña ridícula y dramática. Mis padres aconsejaron que saliera de casa, que hiciera cosas que me distrajeran para poder eliminar a Buck de mi cabeza. Pero sin importar a dónde me dirigiera o qué hiciera, su maldito rostro siempre aparecía. Si ingresaba a la habitación de mi hermano para robar una de sus viejas sudaderas, el cementerio de cajas de zapatos hacía que recordara las hermosas Vans que Buck me regaló mi primera noche en el castillo luego de que pasáramos todo el día juntos. (Las cuales, por cierto, habían sido olvidadas allí). Si intentaba ayudar a mi madre lavando los trastes después de la cena, la espuma que generaba el detergente hacía que recordara el día que visitamos el parque de diversiones y las carcajadas del príncipe cuando fue derrotado en el juego de la bruja malvada.
Incluso ahora, mientras me llevaba la ultima cucharada de helado a la boca, el sabor del mismo lo traía a mi cabeza, haciendo que recordara la noche luego de la propuesta, cuando apareció en mi habitación con una barra de chocolate y esa encantadora sonrisa suya.
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KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGS
Teen Fiction¿Alguna vez te has preguntado cómo sería tu vida si formaras parte de un cuento de hadas? Jillian no. Nunca. Ni en sueños. Tenía una familia genial, un hermano genial, amigos geniales. Una vida por la que no necesitaba fantasear con historias sobre...