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«¿Hace cuánto tiempo existe esta relación con el príncipe Buck?»

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«¿Hace cuánto tiempo existe esta relación con el príncipe Buck?»

«No tuve otra opción, Jillian»

Las preguntas de la prensa y las palabras del príncipe se reproducían en mi cabeza una y otra vez, como si se tratara de un disco rayado. Luego de que Buck se marchara del restaurante, escapé por la parte trasera, para que las personas que se amontonaban en el frente no pudieran alcanzarme. Decidí dirigirme al primer lugar que se me ocurrió. Me sentía frustrada y desconcertada. El año pasado, nuestro reino comunicó que el heredero ya estaba comprometido con la princesa de Heredon, Kenzie Armstrong. La boda real tendría lugar a fin de año, días antes de la coronación. Entonces... ¿¡Por qué demonios el príncipe me besó frente a un montón de cámaras!? «Solo fue un beso», decía la voz de mi mente, tranquilizándome. «Un beso con el heredero comprometido... grabado, fotografiado, y probablemente televisado», añadía luego, haciendo que me desesperara nuevamente.

Corté el tomate en pequeños cubos y los arrojé dentro del recipiente con más fuerza de la necesaria. Sin dejar de revolver la salsa, Rafael me observó arqueando una ceja.

—¿Todo bien? —preguntó.

Asentí y seguí con mi tarea. Él, en cambio, no me quitó los ojos de encima. Intenté ignorarlo, pero unos minutos después su mirada comenzó a molestarme. Hice el cuchillo a un lado y bufé.

—¿Qué ocurre?

—Dímelo tu —repuso, encogiéndose de hombros —. Has llegado a mi departamento sin aviso, y durante las dos horas que llevamos preparando la cena no pronunciaste más que simples monosílabos.

—Es... ah...

—Ah... —dijo él, arrastrando las letras y haciendo una mueca, burlándose de mí. Suspiré y abrí la boca para responder.

—Es... El príncipe... —empecé a decir. Tamborileé los dedos sobre la mesa, Rafael confundió mi incomodidad por miedo, su rostro cambió completamente. Posó ambas manos sobre mis hombros y me miró a los ojos, con la preocupación destellando en ellos.

—¿Esto se debe a él? ¿Te ha hecho algo? —quiso saber.

—No, no, bueno si, pero no —hice una pausa. Rafe me miró como si tuviera dos cabezas —. Es... Me... Me besó —dije, frunciendo el ceño y sonrojándome.

—¿Te besó? —repitió, sorprendido. Asentí.

—Llegó al restaurante y sus guardias echaron a todas las personas que estaban dentro, excepto a mí. Me buscó y no ordenó nada de comida, y luego, sin venir a cuento, me preguntó si salía con Nigel y pidió disculpas, me besó y dijo: "no tuve otra opción, Jillian", y después se fue. —Tropezaba con las palabras, haciendo que el relato fuera más confuso de lo que ya era.

Rafael entrecerró sus ojos azules y frunció las cejas.

—¿No está comprometido?

Asentí. De repente comenzó a reír.

—Vaya, creo que la tiara que lleva en la cabeza lo está afectando... —se burló, soltando mis hombros y regresando a la salsa. Rafael revolvía con tranquilidad, sonriendo levemente.

—Fue extraño... —seguí diciendo.

—Súper extraño —concordó —. Pero creo que te preocupas demasiado, Jills.

—Lo sé, pero muchas personas tomaron fotos, la noticia no tardará en circular por allí y no sé cómo reaccionaran los reinos... ni Nigel...

Rafael chasqueó la lengua.

—Tan solo fue un beso, no una propuesta de matrimonio. Nigel no es la clase de chico que se enfadaría por eso.

Tardé unos segundos, pero finalmente asentí, de acuerdo con él. Estaba exagerando demasiado, por algo que no tenía tanta importancia. Me había sentido culpable desde que abandoné el restaurante, pero ahora que lo pensaba mejor, no era yo quien debía dar las explicaciones. «No tuve otra opción, Jillian». ¿Qué clase de réplica era esa?

Me encogí de hombros. Solo el príncipe sabía qué ocurría dentro de su cabeza real.

De repente, Rafael dejó de revolver la salsa. Se quedó quieto, mirando la cuchara con una expresión extraña en el rostro. Mordisqueó su labio inferior, pensativamente y maldijo en voz baja.

—Lo hizo —masculló, tomando rápidamente el celular —. Ese maldito lo hizo.

—¿Hacer qué? ¿Quién hizo qué? —pregunté, extrañada.

—Nada, cuida esto —ordenó, metiéndome una cucharada de salsa en la boca.

—No, no. Responde —dije con la boca llena. Él me ignoró. Rodeó la isla de la cocina y caminó hasta la puerta delantera con largas zancadas.

—¡Haré una llamada! No eches a perder la cena —gritó, antes de salir del departamento. 

KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora