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El auto estaba en llamas.

Y mi mundo también.

No podía sentir nada. O quizás sentía demasiado y ese era el problema. Mi interior había sido sacudido con tantas emociones que comenzaba a parecer que estaba hecho de piedra. Sabía que los brazos de Kenzie eran lo único que me mantenían en pie, pero no podía sentirlos a mí alrededor. Sabía que mis nudillos sangraban solo por el color rojo que resbalaba de ellos. Sabía que las lágrimas caían por mis mejillas como si se tratara de una cascada porque podía ver la forma en la que eran absorbidas por la ropa de la princesa. Pero eso era todo.

Justo cuando comenzaba a creer tenía algo, lo perdía por completo.

Mis rodillas flaquearon y ella no pudo sostenerme más. Ambos caímos sobre la nieve, desparramados y abatidos como si los hilos que nos mantenían de pie acabaran de ser cortados con brusquedad.

Los soldados de ambos bandos habían abandonado la lucha. Todos estaban estáticos en los mismos lugares donde se habían encontrado cuando el coche se estampó contra el árbol. Se observaban unos a otros. Observaban al rey caído en la nieve, a Bellamy, (quien se había alejado de la situación caminando de espaldas, como si quisiera dar marcha atrás y retroceder en el tiempo para arreglar los errores que su resentimiento provocó), me observaban a mí, a Kenzie y al coche... Los ojos de cada uno de ellos divagaban por el escenario buscando algo que los ayudara a comprender qué estaban haciendo allí, cuando ni siquiera nosotros, los protagonistas del desastre sabíamos la respuesta a aquella pregunta.

No sabía desde dónde, cómo, ni cuando había llegado Wesley, pero allí se encontraba él, a unos pocos metros de distancia, arrodillado en el suelo con aquella mirada esmeralda idéntica a la de su hermana perdida en las llamas que ardían frente a nosotros. Su pantalón estaba empapado por la nieve que se derretía sobre él, pero no parecía importarle. Con dedos temblorosos, acariciaba inconscientemente su alianza matrimonial, haciéndola girar como si se tratara del dial de una radio y quisiera rebobinar una canción. Una única lágrima resbalaba por su mejilla derecha, sin embargo, aquella pequeña y solitaria gota ocultaba más sufrimiento que el que podría expresarse con un océano de lamentos. No necesitaba hacer ningún escaneo medico para saber que dentro de su pecho su corazón estaba partido en tantas fracciones que ni el mejor cirujano del mundo podría volver a recomponerlo.

—Ya tienes todo lo que querías —gemí contra el hombro de Kenzie, girando levemente el rostro para posar los ojos sobre mi padre —. Devastación. Ruinas y desastre. —Tuve que detenerme un segundo para recuperar el aliento, pero no me abstuve de preguntar, con el tono más acusador que pude hallar en mi pesar—: ¿Eres feliz ahora?

Mi voz se quebró al final de la frase y me estremecí. La princesa me apretó con más fuerza, acariciando mi cabello con dedos trémulos y débiles.

Desde su lugar en el suelo, mi padre me devolvió la mirada sin hacerlo realmente. Sus mejillas aun conservaban la vida de un cuerpo en funcionamiento, pero sus ojos parecían estar a kilómetros y kilómetros de distancia. En su semblante se reflejaba el arrepentimiento más puro y genuino que le había visto expresar en mi vida. Él nunca había sido un hombre de sentimientos, pero ahora realmente parecía que acababa de perder una parte de su ser. Era la primera vez que veía al rey reflejando una emoción que no estaba teñida de intereses o ambiciones propias. El dolor que había oculto debajo de sus heridas era genuino, completamente humano.

Era lamentable que hubiera necesitado acudir a la tragedia para percatarse de cuán cegado estaba por su ego.

Un sonido proveniente del sitio donde el auto ardía hizo que apartara la mirada y la dirigiera a ese lugar de inmediato, como un perro que acababa de escuchar el llamado de su dueño para la cena.

KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora