La fila parecía ser infinita. No sabía cuánto tiempo llevaba esperando, pero las personas que estaban frente a mí tardaban muchísimo en avanzar. Si no sintiera la urgente necesidad de comer fresas ya me habría marchado del puestito de frutas que había en la calle.
Me encontraba sola, cansada y hambrienta, esperando bajo el rayo del sol. Ese era uno de los pocos momentos en los que hubiera deseado que las personas a mí alrededor me reconocieran y permitieran que me adelantara para obtener mis fresas y ya. No estaba acostumbrada a aguardar en una fila. Aquella era la tercera vez que me encontraba detrás de una larga cola de personas. La primera había sido hace un año y medio, cuando me escabullí del castillo con una de mis doncellas para concurrir a uno de los conciertos de la banda de Wesley; la segunda fue con él, en nuestra primera cita, cuando tuvimos que esperar media hora para conseguir unos tacos del puesto de comida que los primos de Rafael tenían. Recuerdo que en cuanto llegamos al final de la fila descubrí que podríamos habernos infiltrado por la parte trasera del Food-Truck y evitar la fila, pero no me quejé, porque sabía que Wesley me había hecho esperar con la intención de ganar más tiempo juntos.
Hubiera dado lo que fuera porque él me acompañara en ese momento. Lo extrañaba. No dejaba de contar los días que faltaban para poder verlo otra vez. Me sentía como los presos de las películas, aquellos que pasaban el tiempo en la cárcel tallando líneas en las paredes de su celda. Las cortas llamadas diarias no eran suficientes. Generalmente oía su voz en la noche, él me llamaba para asegurarse de que todo estuviera bien. Hablábamos sobre un montón de cosas excepto de lo que realmente importaba. Cada vez que le preguntaba algo sobre la silenciosa revolución que se estaba llevando a cabo, Wesley evadía el tema, contraatacando con preguntas sobre el bebé y los paisajes de la isla. Ya estaba harta de repetirle una y otra vez las mismas respuestas.
A penas habían pasado unas semanas desde que descubrí que estaba embarazada, así que el bebé estaba bien. Y saber que había una personita formándose dentro de mí, me hacía sentir acompañada. Supongo que nos complementábamos mutuamente. Aunque, lo cierto era que no me estaba poniendo las cosas muy fáciles. Me sentía muchísimo más agotada de lo normal y las nauseas que me atacaban en ocasiones no eran para nada agradables. De todas formas, era mi único apoyo en ese lugar, así que no me quejaba.
En otro momento, bajo otras circunstancias, Útila me habría parecido una isla muy bonita y acogedora. Los primeros días los había pasado disfrazándome con la poca ropa que había llevado conmigo, para asegurarme de que nadie pudiera identificarme, pero luego me di cuenta de que no debía preocuparme por ello, ya que las personas en ese lugar a penas conocían los nombres de los reinos que conformaban la Corona. Esa había sido una de las cosas que más me cautivó de la isla. Por otro lado, era un sitio tranquilo, tal como Wesley había dicho. Los molestos ruidos de los coches de la ciudad eran casi inexistentes allí. Las calles eran tan angostas que el tipo de vehículo más sofisticado y aparatoso que podía verse era un carrito de golf. Las playas que rodeaban el territorio resultaban alucinantes, y la temperatura tropical del ambiente era bastante agradable. Los paisajes de Taythor eran totalmente opuestos a los que me rodeaban en ese momento.
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KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGS
Teen Fiction¿Alguna vez te has preguntado cómo sería tu vida si formaras parte de un cuento de hadas? Jillian no. Nunca. Ni en sueños. Tenía una familia genial, un hermano genial, amigos geniales. Una vida por la que no necesitaba fantasear con historias sobre...