27

64 12 28
                                    

Mientras oía el pitido del celular esperando que mi llamada fuera respondida, tenía los ojos fijos en la pantalla del televisor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mientras oía el pitido del celular esperando que mi llamada fuera respondida, tenía los ojos fijos en la pantalla del televisor. Prestaba muchísima atención a la forma en la que había actuado durante la propuesta. Observaba cada gesto, cada pequeño movimiento que había realizado, intentando encontrarme. Pero no había forma de que lo hiciera. Era la sexta vez que veía la transmisión que había hecho Carson en su programa dos noches después de que el evento fuera grabado. Ahora, ya había pasado una semana desde ese momento, lo que significaba que pronto toda la Corona estaría al tanto de la situación. En las calles de Taythor de lo único de lo que se hablaba era de mi falsa boda.

Había aprendido a reprimir las lágrimas, de hecho, ya no había vuelto a llorar desde la noche del evento. Supongo que me encontraba en una fase completamente nueva. Durante la mañana, como una forma de organizar mi cabeza, hice un recuento de las distintas etapas que había atravesado en ese corto lapso de tiempo y las anoté en una libretita que encontré en los cajones de la habitación. Hasta el momento tenía cuatro actitudes opuestas. Todas habían ocurrido en menos de cinco días.

Número uno: negación. Días antes de que me llevaran al castillo, no quería saber absolutamente nada que tuviera que ver con la realeza.

Número dos: indecisión y crisis mental. Tal vez había exagerado un poco con el nombre de este punto. Pero recordaba perfectamente cómo me había sentido cuando el príncipe me contó la razón por la que necesitaba que yo lo ayudara. Recuerdo que me paralicé y quedé en blanco, sin saber qué decir por unas cuantas horas.

Número tres: aceptación y positivismo extremo. La primera noche en el castillo como participante oficial de la revolución la pasé despierta, convenciéndome de todas las cosas buenas que aquella estadía de tres semanas podría traer consigo.

Número cuatro: depresión. De acuerdo. Ese también era un título exagerado. Aun así decidí que era el más acertado, porque a pesar de que el chocolate que compartimos el príncipe y yo me ayudó a calmar las lágrimas, luego de la propuesta pasé un día sintiéndome terrible conmigo misma.

Ahora ya había logrado regresar a mi estado natural. O eso me gustaba pensar.

No estaba segura de que las fases hubieran terminado por completo, no creía que lo hubieran hecho. Así que ahora me entretenía pensando en lo que podría ocurrir a continuación. ¿Ira extrema? ¿Psicosis? ¿Demencia? Mentiría si dijera que no sentía cierta adrenalina por la incertidumbre.

¡Ciao! Espero qui esta no sea la dicima vez qui llamas... Si no he rispondido, deja un mensaje y llama más tarde. O io llamaré cuando vea la el mensaje. Lo que suceda primero... ¡Addio! —la grabación de la contestadora de Nigel acabó. El pitido que se reproducía cada vez que llegaba a su fin se había quedado fijo en mis oídos. Intenté llamarlo tantas veces que ya no sabía si realmente oía su mensaje o simplemente lo recitaba de memoria.

KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora