¿Alguna vez te has preguntado cómo sería tu vida si formaras parte de un cuento de hadas? Jillian no. Nunca. Ni en sueños. Tenía una familia genial, un hermano genial, amigos geniales. Una vida por la que no necesitaba fantasear con historias sobre...
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Sentía que mi corazón se escaparía de mi pecho en cualquier momento. Tuve que recargarme contra la puerta cuando la cerré a mi espalda para evitar perder el equilibrio. La estabilidad se esfumó de mis piernas en el preciso instante en el que los ojos de mis padres se posaron en mí. Juro que por un segundo mis pulmones dejaron de funcionar por completo. Las cejas de ambos se levantaron al mismo tiempo, tan sorprendidos como disgustados. Resultaba obvio que ninguno de ellos había estado esperando mi llegada, y los comprendía, si me hubiera encontrado en su lugar habría reaccionado de la misma manera.
Carraspeé mientras intentaba recuperar la voz y oscilé la mirada entre mis padres. Mi boca se abrió por sí sola y sin siquiera pedir permiso, dejó que las palabras escaparan de ella:
—Tenemos que hablar.
Un largo e inquietante silencio se extendió por toda la habitación, dejando que mi voz hiciera eco en las paredes de mi mente. Aquel había sido uno de los escenarios que había preparado, la idea de no obtener ninguna respuesta fue una de las primeras en formarse en mi cabeza. Sin embargo, ahora que la estaba viviendo realmente, no me sentía tan relajada como creí que lo haría. Tragué saliva e intenté continuar con dignidad, a pesar de que mi interior estaba lleno de inquietudes.
—Sé que ninguno de nosotros está acostumbrado a las platicas, pero esto —hice un gesto con mi mano para referirme a la situación en la que nos encontrábamos —, no puede acabar en silencio.
Mi padre clavó sus ojos en los míos, sus iris plateados destellaron con tanta frialdad que mi interior se congeló, provocándome escalofríos. Estaba segura que cualquiera de los copos de nieve que caían afuera eran más cálidos que aquella mirada.
—Perdiste tu derecho a cualquier plática cuando rechazaste a esta familia casándote con ese cantante —respondió con aquella voz tiesa e inquebrantable que le encantaba usar para fortalecer sus palabras.
—Creo que ya ha es tiempo de dejar las viejas disputas del pasado en el pasado —dije, enfatizando mis últimas palabras mientras me esforzaba por mantenerle la mirada. Sabía que si la apartaba, si demostraba el más mínimo indicio de debilidad y temor, él sería imparable. Debía fingir que era tan fuerte como mi padre, o no sería capaz de permanecer en aquella habitación por mucho más tiempo.
—Tomaste tu decisión —dijo la reina. Mi vista se despegó del rey para dirigirse a ella. Su voz era suave, pero firme—. Nosotros tomamos la nuestra. Ahora atente a las consecuencias como la adulta que deberías ser.
Me mordisqueé el interior de la mejilla y me abstuve de rodar los ojos.
—Es absurdo que me pidan que actúe como adulta, cuando ustedes aun no pueden superar un simple matrimonio —comenté, sintiendo un horrible popurrí de sentimientos hirviendo en mi estómago —. Supongo que no soy la única que debe cambiar de página.
Mi madre me sostuvo la mirada con firmeza, sin embargo durante una milésima de segundo la desvió hacia el suelo. Fue un gesto casi imperceptible, tan disimulado, débil y delicado que si no hubiera estado prestándole extrema atención no lo habría notado. Aquello me llenó de esperanzas. Algo en sus ojos, algo en la forma en la que apretaba los labios, algo en su postura me dijo que existía una pequeñísima posibilidad de que mi madre accediera, al menos, a escucharme. Si presionaba las teclas correctas tal vez podría hacer que esa reunión fugaz valiera la pena.