Capítulo cuarenta.

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Cameron.

Maldición, llevaba el exactamente dos horas llamando a Leah y ella no era capaz de contestarme el puto celular.

La sangre hervía en mi cuerpo, el no saber dónde o con quién se encontraba me tenía muy jodido. Demasiado para quererlo.

Dos toques en la puerta resonaron por toda la oficina y mi asistente entró a través de ella.

—Señor Cameron, un familiar suyo desea...

—No estoy para nadie, maldita sea, cancela todas las reuniones de hoy, ¡Cancélalo todo!—le grité a la chica que ahora estaba frente a mi, temblando de miedo.

—¿Incluso la reunión del p-proyecto Evans?

Me acerqué a ella.

—¿No entiendes lo que es todo?—le grité—, ¡Largo de aquí, antes que te despida!

Tragó saliva y asintiendo dejo mi oficina.

—¡Dónde demonios estás!—grité al aire, golpeando uno de los ventanales y haciéndome daño. Aunque me había dado cuenta de esto cuando mis nudillos sangraban.

Comenzaba a desesperarme, el aire se sentía cada vez más espeso y mi oficina a pesar de ser la más grande de todas, se sentía pequeña.

Joder, esa muchacha había tenido tanto efecto en mi estos últimos meses. No podía estar sin ella, sencillamente no podía.

Ella era la única persona que había visto a través de mi, y no estaba seguro de si quería que eso acabara.

Era como si todo lo malo que yo había hecho no le importara en lo mas mínimo, como si todas mis malas acciones valieran mierda, como si a su lado pudiera ser una persona completamente mueva, renovada. Sin miedos, sin terrores y sin inseguridad.

El miedo de ser amado me había costado familia, amigos, y hasta mujeres.

No me gustaba, quizás. Las únicas dos personas que me habían amado alguna vez me habían jodido la vida, mis padres me habían jodido la vida, y las cicatrices que yo tenía en todo mi cuerpo eran la prueba de ello.

Saqué mi corbata, comenzaba a asfixiarme.

Vamos, Cameron, una chica no puede hacerte perder tanto el control.

Me senté sobre mi escritorio, ¿Ella sería capaz de abandonarme por lo que había sucedido con Julie hace unas horas? ¿No me abandonaría, verdad?

Tragué saliva. Ella había aguantado dos ataques de ira, miles de celos, y un millón de enojos y abusos de parte mía, ¿Realmente me dejaría por esto?

No podía dejarme, había firmado un contrato y si lo incumplía podía demandarla.

—Joder, ¿Enserio estoy pensando en demandarla?—murmuré al espacio, refregué mi cien con mis manos y cerré por un segundo los ojos.

Leah, ¿Donde estás?

—¡Hijo de puta!—escuché a las afueras de mi oficina, para luego de unos segundos ver a mi
no esperado primo Jack entrando en esta.

Me levanté como alma que lleva el diablo, la rabia que sentía en este momento me estaba consumiendo.

Jack trotó hasta mi y me sorprendió dándome un puñetazo en el pómulo, uno cargado de rabia que me llevó hasta el suelo. Caí y mi cuerpo sonó por todo el cuarto, había dolido como los mil cojones pero le sonreí, dispuesto a levantarme y terminar con su vida de una vez.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora