Habían pasado dos años desde la marcha de mi padre, cuando la vida empezó a sonreírle de nuevo a mi madre. Conoció a Diego, un hombre que iba al comercio donde ella trabajaba y se acabaron enamorando. Aunque yo siempre creí que estaba con él por rencor, por si algún día volvía mi padre que pudiera ver que había podido retomar su vida. Nunca le miró como le miraba a él, también es que ese hombre no tenía que ver nada con el hombre de nuestras vidas. Era serio, elegante y orgulloso, ninguna de esas palabras estaban en el currículum de papá.
Desde entonces todo fue muy deprisa. Mamá me presentó a Diego, hacíamos cosas juntos como si fuéramos una familia y al cabo de los meses él le pidió matrimonio. Tardaron en casarse debido a que ella tuvo que pedir la anulidad matrimonial pero en cuanto todo estuvo listo, se casaron y Diego se vino a vivir a casa. Mi relación con él era buena, aunque tampoco teníamos mucha confianza, éramos cordiales el uno con el otro. A veces sentía que no pertenecía a la familia que intentábamos aparentar, no me sentía cómoda pero tenía que ser la hija perfecta porque mi madre no se merecería otra época llena de tristeza por mi culpa.
A los dos años de cumplirse el aniversario de su matrimonio estalló la Primera Guerra Mundial. Nuestro país, Agni, no participaba pero Rusia, la potencia de la que nos habíamos independizado si lo hacía. Fueron años duros en lo que muchas familias se tuvieron que separar, fue la primera vez en la historia del mundo que las mujeres pudieron ir a la guerra y nuestro país fue el primero en tomar esta decisión. Nosotros no nos tuvimos que separarnos porque nunca requirieron a Diego para que fuera a luchar pero también tuvimos que sufrir una pérdida. Mamá cayó enferma, al parecer tenía la gripe española, que fue la enfermedad que hizo que murieran más personas que en la guerra. Dejé de ir al instituto porque tenía que cuidarla y porque era la única persona que me quedaba, mi única familia pero parece que la vida no tuvo suficiente con separarme de mi padre que también tuvo que hacerlo con mi madre. A los quince días de estar en cama, mi madre murió en mis brazos diciéndome que me quería y que luchara por salir adelante. Sentí que ella también se iba con rabia por dejarme ante un mundo que todavía era demasiado cruel para que yo viviera en él.
Diego se convirtió en mi tutor legal hasta que cumpliera la mayoría de edad. Seguimos viviendo en casa y vivimos el duelo de mamá juntos. No hablábamos, no se comportaba como la única persona que me quedaba y en parte eso me hacía sentir mejor porque sentía que este duelo era solo mío y necesitaba vivirlo sola. Hasta que llegó la peor noche de mi vida, él regresaba siempre tarde a casa y esa noche lo hizo temprano y borracho.
Entró en mi habitación mientras yo estaba leyendo un libro en mi cama, me miró a los ojos y se acercó lentamente.
—Llevo toda la noche pensando en ti —dijo mientras se sentaba en el borde de mi cama.
—¿Por qué? —pregunté dejando el libro en la mesita.
—En cómo puedo hacer para quitarte esa tristeza de los ojos —respondió acariciando mi mejilla haciendo que yo me estremeciera.
—No puedes hacer nada porque mamá no va a volver.
—Podemos hacer muchas cosas... —me miró con una sonrisa que me dio miedo mientras apartaba el edredón que me cubría.
—¿Estás bien?
—Ahora que estamos solos tú y yo estoy mejor que nunca-susurró acercando su cara a la mía y entonces me besó. Yo me separé rápidamente y le pegué una bofetada.
—¡No vuelvas a tocarme! —exclamé muerta del asco.
—Voy a tocarte las veces que me dé la gana, eres mía Alaia —dijo cogiéndome de la muñeca para impedir que me fuera y con todas las fuerzas que tenía me empujó de nuevo a la cama para ponerse encima de mí.
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La vengadora de cristal.
Teen FictionUriel, el próximo príncipe de Agni, necesita un nuevo guardaespaldas debido a que el suyo ha muerto en los últimos ataques de los rebeldes a palacio. La vida le sorprenderá trayendo a su vida a Alaia, la que siempre tuvo de compañero al abandono, s...