Tan pronto como las cosas empezaban a ir bien, había algo que las acababa haciendo pedazos. Eso era un constante en mi vida y hacía que cada vez creyera menos en la felicidad.
Estaba enfadada con Uriel por pensar que lo traicionaría, por pensar que cada uno de los chantajes que le hacía llevaban la palabra maldad y sobre todo estaba enfadada con él por no sacar la valentía que sacaba cuando era él mismo. Todas las sensaciones que sentía en ese momento eran confusas, mi futuro una vez más era incierto. Después de nuestra conversación, me quedé en el pasillo haciendo mi trabajo pero Uriel no salió en todo el día de aquella habitación. Por la noche, Dasha me contó que el rey había dado la orden de que las principales comidas se las llevaran a su cuarto y no tardé en darme cuenta de que era una especie de castigo. El rey cada vez que podía maltrataba a su hijo, como si eso pudiese hacer que Uriel fuera a su imagen y semejanza.
Mi misión durante ese día había terminado, me acosté en la cama pero tardé horas en dormirme porque pensaba en él y en como se sentía. Después de todo lo que me había echado en cara, seguía pensando en él y eso hizo que me sintiera la persona más ingenua del mundo.
Al día siguiente, comencé dándome un baño para quitarme toda la tensión acumulada aunque no tuvo mucho efecto. Me vestí, bajé a desayunar y estuve hablando con Dasha que cada vez que podía intentaba animarme.
Cuando llegó la hora de trabajar, me puse realmente nerviosa. Esperé a Uriel fuera de su habitación pero no salió, a lo mejor es que hoy también iba a pasar el día encerrado.
Llamé a la puerta y tardó en abrirme. En el momento en el que la abrió, me encontré con un Uriel cansado y despeinado pero que me gustó porque era él al natural, sin el orgullo y la vanidad que trataba de sacar cuando estaba rodeado de gente.
—¿No vas a ir a trabajar?—pregunté tímidamente.
—No te interesa, Alaia—contestó seriamente.
—Estaba preocupada por ti—confesé mirándolo a los ojos.
Se me quedó mirando y no contestó. Era como si en su cabeza hubiera una cuestión, como si se encontrara entre la espada y la pared. Sabía que por una parte pensaba que yo era inocente y que nunca lo delataría pero por otra, por aquella parte insegura que había hecho su padre de él, asomaba la parte de la duda. Levantó la cabeza, miró hacia el pasillo y me cogió de la cintura acercándome a él.
—Hay rebeldes, pasa y no hagas ningún movimiento—susurró en mi oído haciéndome poner nerviosa por su cercanía pero también por la presencia de aquellos individuos de nuevo en palacio.
Me hizo entrar con sus brazos rodeándome la cintura haciendo que yo no dejara de mirarlo a los ojos.
—¿Qué vamos hacer? Yo no puedo estar aquí—dije nerviosa mientras me separaba de él.
—Es una situación de emergencia—respondió tranquilamente.
Comencé a pensar y recordé que dentro de su habitación había un pasadizo que conectaba con el refugio real. Haberme aprendido todos los secretos de este palacio tenía sus cosas buenas.
—Tenemos que buscar en la pared un ladrillo que activa un pasadizo para llevarte al refugio—le expliqué haciendo que me mirara incrédulo.
—Aquí no hay nada—observó la habitación—Mi anterior guardaespaldas nunca me dijo nada—apuntó volviendo a mirarme.
—Lo hay, estoy segura.
Comencé a explorar la habitación muy lentamente, parando en cada detalle de las paredes por si alguno de ellos era el ladrillo del que hablaba. Después de un rato, Uriel también comenzó a buscar por la habitación y pocos minutos después se escucharon las campanas que avisaban de que los rebeldes estaban dentro de palacio.
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La vengadora de cristal.
Teen FictionUriel, el próximo príncipe de Agni, necesita un nuevo guardaespaldas debido a que el suyo ha muerto en los últimos ataques de los rebeldes a palacio. La vida le sorprenderá trayendo a su vida a Alaia, la que siempre tuvo de compañero al abandono, s...