Capítulo 46: Cuando la confianza se esfuma una parte del amor vuela con ella.

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Respirar.

Dormir.

Comer.

Intentar no volverme loca.

Esas eran las cuatro cosas que me había propuesto que tenía que cumplir mientras estuviese encerrada. Tenía que estar fuerte mentalmente hablando porque si no la situación podría conmigo.

Siempre supe que acabaría pagando por la muerte de Diego, que algún día dejaría de perseguirme porque su muerte sería vengada pero lo que no sabía es que la persona que me iba a meter a cumplir la condena de ese asesinato iba a ser el amor de mi vida. La persona que se suponía que tenía que haberse parado a escucharme, a consolarme o por lo menos a decirme que intentaría buscar una solución al conocer mis circunstancias. Sabía que muy en el fondo Uriel se arrepentía de haberle hecho caso a su padre pero por otra parte le tenía rabia porque si hubiese sido al revés yo lo hubiera defendido hasta que los cartuchos se hubieran acabado. Todo estaba roto entre nosotros, ya no había vuelta atrás aunque yo saliera ilesa, aunque yo muriera o él se echara para atrás yo ya no sería la misma Alaia que creía en él ciegamente.

Hoy era el día del juicio, no tenía muy claro como iría la mecánica pero si sabía que iba hacer. Iba a tratar de defenderme en todas las ocasiones que pudiera porque yo no quería morir sin haberme defendido, yo no quería morir pagando por un delito inferior a todo el daño que ese tipo me había hecho pero sobre todo porque yo quería vivir para empezar de nuevo, lejos de este palacio que solo me había complicado la vida.

Uno de los tantos días que estuve encerrado un hombre vino de parte de mi padre para decirme como tendría que actuar cuando llegara este día. Era un antiguo abogado que ahora formaba parte de los rebeldes y que les aconsejaba para que no se metieran en líos legales. Aquel caballero también me dio una carta a escondidas de los soldados, era de mi padre en la que me decía que si esto no salía bien él no volvería apoyar la causa y que si por algún casual las cosas salían bien que yo podría irme con ellos a vivir. Por primera vez en mucho tiempo sentí que tenía un padre, que tenía un apoyo pero por encima de todo sentí que no estaba sola en este mundo.

A primera hora de la mañana, un soldado de palacio vino a por mí para llevarme a uno de los baños de aquel cuchitril para que me aseara y me pusiera una especie de camisón largo y gris para presentarme adecuada para la ocasión. Cuando terminé me llevó con otros cuatro hombres, nos subieron a una tarima que estaba posicionada al frente de tres tronos que supuse que serían de los reyes y de Uriel. Estaba nerviosa porque después de aquella mañana no sabía cómo iba a ser mi vida, traté de tomar aire y de aferrarme a la idea de que tenía que luchar como tantas veces había tenido que hacer.

A las doce en punto del mediodía, los reyes acompañados de su hijo fueron subieron a la tarima donde nosotros estábamos. Fidel me miró con una sonrisa engreída y con una mirada de desprecio con la que me hizo sentir como si fuera un despojo humano, la reina Olya me dedicó una sonrisa de ternura y creo que en parte de calma y luego estaba Uriel que no había sido capaz de mirarme a los ojos, cosa que yo no había podido evitar. Se le veía cansado, triste, derrotado como si hubiera decidido dejar de luchar pero aún teniendo ese aura seguía estando guapo, sus ojos seguían siendo mi cosa favorita de él aunque anhelaba esa sonrisa que me hacía prometerme a mí misma que tenía que creer en las cosas bonitas de la vida.

La ceremonia comenzó, cada uno de los hombres que había a mi derecha hablaron y expusieron por qué estaban siendo juzgados pero ninguno de ellos tenían delitos tan graves como el mío. En esos instantes perdí la esperanza de que me dieran el indulto porque Fidel había planeado todo para que yo fuera la criminal en aquella ocasión. Cuando llegó mi turno agaché la cabeza para concentrarme y pensar en todo lo que tenía que exponer. Una voz me sacó de mis pensamientos y comenzó mi último intento de salvarme.

—Señorita Ivanov—habló Uriel en un intento de saludo frío— ¿De qué se le acusa? —preguntó siendo la primera vez que juzgaba a alguien de los presente y justamente lo hacía conmigo.

—Se me acusa de asesinato y de traición a la corona, alteza—contesté pacientemente.

—¿Qué le llevó a cometer los delitos de los cuáles se le acusan?

—No hace falta que exponga sus razones—intervino Fidel intentando sabotear mi defensa.

—Todos se han defendido, querido—apuntó Olya—Está en su derecho—dijo mirándome con una mirada de confianza que nunca antes me había dedicado.

Tardé unos segundos en comenzar hablar porque tenía que procesar todo lo que estaba viviendo y todo lo que estaba a punto de soltar. Nunca se lo había contado a nadie, excepto a mi padre y era un peso que había cargado en mi espalda durante años.

—Yo maté a Diego Petrov—comencé hablar—No lo maté porque estuviera loca por la muerte de mi madre puede que estuviera deprimida porque es duro quedarte sin familia cuando solo tienes catorce años, ni creo que lo matara porque fuera una adolescente rebelde sino que lo hice en defensa propia—en ese momento miré a los ojos de Uriel porque solo quería contárselo a él porque era el único de los presentes que me importaba—Perdí a mi padre cuando era una niña, perdí a mi madre al poco tiempo porque una gripe se la llevó y me quedé sola junto a un desconocido que nunca sentí que fuera familia—expliqué mientras veía como todos estaban pendientes de mi declaración—Una noche después de que mi madre muriera, cuando yo todavía estaba sumida en un duelo que parecía que nunca pasaría, toda mi vida cambió más de lo ya lo había hecho. Diego llegó a casa borracho, entró en mi habitación y me consoló de la manera más ruin y cerda que se puede consolar a una niña, abusó de mí—solté haciendo que Uriel se llevara las manos a la cabeza—A partir de aquella velada, todas las noches estaban llenas de maltratos y violaciones llevándose consigo mi inocencia y dejándole paso al odio, un sentimiento que se hizo permanente en mi pequeño corazón—relaté haciendo una pausa—Así fue mi vida durante los dos años siguientes, una noche después de cumplir los dieciséis años, después de estar humillándome con sus palabras durante un rato intentó violarme y pegarme una paliza, yo lo empujé para defenderme con tan buena suerte que se cayó por la barandilla de las escaleras y murió desnucado. No me arrepiento porque fue la primera vez en mucho tiempo que sentía que volvía a ser libre—confesé sabiendo que eso no me beneficiaba—Y ninguno de los aquí presentes salvo la reina entenderá que es ser humillada por un hombre, tener que ser sumisa para proteger lo que quieres o lo que te importa porque ninguno de ustedes nunca ha estado en nuestra piel para sentirlo—la reina asintió y sonrió emocionada—Uriel, si yo muero por defender mis derechos como mujer te pido que sea la última mujer en Agni en hacerlo, haz que nos devuelvan todo lo que nos quitaron porque creo que eres el único que puede conseguirlo—concluí dejando a todos en silencio.

A continuación, los reyes y Uriel se retiraron para debatir a quien salvaría. Yo sabía que yo no iba a ser la elegida porque eso supondría que Uriel fuera en contra de su padre pero estaba en paz, por primera vez en mi vida estaba en paz conmigo misma y supe que mi historia le serviría a este país para en un futuro cambiar muchas cosas y darle la oportunidad de salvarse a muchas mujeres.

No tardaron en volver a la tribuna, repasaron los cargos que teníamos cada uno y Uriel no tardó en exponer su decisión.

—No ha sido muy difícil elegir porque hay alguien que tiene los peores delitos—dijo mirándome—Aún así yo no estoy de acuerdo con la decisión de mi padre y voy hacer lo que yo siento—soltó haciendo que a mí me diera un vuelco el corazón—Todos ustedes han robado por hambre y eso es un problema que tenemos que arreglar mi padre y yo para que no lo vuelvan hacer—habló tiernamente—Y usted Alaia nos ha dado una lección de vida porque su historia me ha erizado la piel, me ha hecho darme cuenta que tenemos que cambiar muchas cosas en este país y dejar atrás la lucha de sexos porque somos iguales—me miró a los ojos y vi que estaba emocionado—El indulto es para todos, están libres de delitos—concluyó haciendo que me quedara en shock.

Uriel había ido en contra de su padre, había tomado una decisión por sí mismo, no solo había salvado a uno sino que nos había salvado a todos. Me sentí muy orgullosa de él pero seguía pensando que se había equivocado conmigo porque no había confiado en mí y cuando la confianza se esfuma una parte del amor vuela con ella.

***

¿Qué os ha parecido este capítulo?

¿Qué pasará ahora con Uriel y Alaia?

Espero que os guste.

¡Nos leemos!

La vengadora de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora