La culpa es el sentimiento más obsesivo del mundo. Eso es lo que aprendí con aquella experiencia, también me había dado cuenta que las cosas no son siempre lo que parecen y que todo el mundo tiene una versión distinta de las cosas. Después de mucho tiempo lo entendí, comprendí que si algún día me preguntaban por qué Alaia y yo no habíamos tenido un final feliz, ella tendría una respuesta y yo otra.
Ese día había sido muy duro para mí pero a la vez había sido reparador porque por primera vez en mucho tiempo estaba orgulloso de mí mismo porque había actuado sin pensar en las represalias de mi padre o en sus reclamos. Decidí salvar a esos hombres porque sabía que habían robado para darle de comer a sus hijos e indulté a Alaia porque no había sido justo con ella.
Ahora que ya sabía su historia comprendía muchas cosas. Entendía su dureza, el miedo a querer y que la quisieran, su mala costumbre de no confiar y también el por qué se sintió incómoda el día que la besó Dimitri. No se merecía todo lo que había tenido que vivir, ni ella ni su niña interior. Tardé tiempo en recomponerme y en asimilar su historia porque no lograba comprender como todavía en un país como el nuestro había hombres que eran capaces de actuar así con niñas y mujeres. Entonces pensé en qué podíamos hacer desde la monarquía para evitar la violencia hacia las mujeres, a buscar leyes que las defendieran y derechos que las respaldaran. Todo esto era por ella porque siempre hacía que yo fuera mejor persona.
Había logrado salvarla de morir pero no había podido evitar que me odiara y aquel día supuso un antes y un después en nuestra relación. No la había vuelto a ver desde aquella mañana, era la hora de cenar y lo que menos me apetecía era encontrarme con mi padre para volver a discutir por lo mismo. Entonces cuando estaba a punto de irme a dormir, alguien llamó a mi habitación. Abrí la puerta y me encontré con Dasha con una bandeja.
—Le traigo una tila porque sé que ha sido un día duro—dijo mientras yo la invitaba a salir.
—Gracias Dasha.
—¿No va a despedirse de ella? —preguntó sorprendiéndome.
—¿Sigue aquí?
—Su madre le ha dejado que entre a palacio a recoger sus cosas—contestó haciéndome sorprender.
—No va a querer verme—comenté con la cabeza agachada.
—¿Y si lo intenta? —cuestionó intentando animarme—Os debéis este momento—añadió antes de recoger la bandeja e irse.
Pensé mucho en las palabras de Dasha. ¿Nos merecíamos aquel momento? Después de todo Alaia y yo habíamos sido el todo y la nada. Nunca nos habíamos puesto etiquetas, solo sentíamos, nos queríamos y vivíamos sin preguntarnos lo que estaba pasando. Y así fue toda nuestra historia, llena de vaivenes que lograban que nos uniéramos más porque el pegamento de nuestra historia habían sido nuestros peores momentos y así fue como me di cuenta de que Alaia y yo nos habíamos querido bien, de una manera sana y pura porque habíamos sido nosotros en los peores momentos, en los que de verdad necesitábamos un apoyo, en aquellos en los que todo parece perder el sentido.
Salí de la habitación, miré al pasillo haber si había alguien y fui corriendo hasta la suya. Entré sin llamar y la encontré de espaldas cogiendo ropa del armario. Se giró, me miró y se quedó callada sin saber qué decir.
—Me ha dicho Dasha que seguías aquí—comenté intentando rebajar la tensión del ambiente.
—Solo he venido a recoger mis cosas—contestó secamente.
—Ojalá no tuvieras que irte.
—El que ha conseguido que me marche has sido tú—soltó haciéndome daño.
—Lo siento.
—Yo también siento haber creído que siempre confiarías en mí antes que en tu padre—apuntó dolida.
—No tenía otra opción—me excusé.
—Siempre hay otra opción—habló acercándose a mí—¿Por qué no me preguntaste en cuanto lo supiste? —cuestionó con los ojos llenos de lágrimas—Era más fácil pensar que era una asesina que hablar conmigo porque así me olvidarías rápidamente—dijo exponiendo lo que pensaba.
—Nunca me voy a olvidar de ti, seas lo que seas, estés donde estés, me quieras o no me quieras—confesé acercándome a ella.
—Pues yo lo que más deseo es olvidarme de ti.
—Mientes muy mal—dije sabiendo que solo lo decía para alejarme de ella.
—¿Puedes dejar de hacer esto más difícil?
—No puedo—me acerqué a ella—No puedo dejarte ir sin decirte algo—puse mis manos en sus mejillas mientras ella trataba de alejarse pero cedió—Te quiero, Alaia—solté haciendo que ella abriera los ojos—Sé que ya no sirve de nada decirlo pero quería que supieras que has sido la única ilusión que he tenido y que gracias a ti me he dado cuenta de que puedo ser quién yo quiera ser—dije apoyando mi frente en la suya.
—¿Por qué has acabado con la historia más bonita que he tenido en mi vida? —se rompió poniendo sus manos sobre las mías.
—Porque soy un niño que necesita crecer y tú eres una mujer que tiene claro lo que quiere—respondí llegando a una conclusión—Espero que seas muy feliz—le deseé separándome de ella.
—Yo espero que algún día llegues a estar en paz contigo mismo.
—¿Qué vas hacer ahora? —pregunté interesándome por ella.
—Es mejor que no sepamos nada el uno del otro—contestó girándose para seguir haciendo su maleta.
Di unos pasos hasta la puerta, cogí el picaporte y abrí la puerta para marcharme y dejar ir al amor de mi vida.
—Uriel—me llamó Alaia.
Quédate Alaia.
Piénsalo mejor.
Intentémoslo.
Perdóname.
Todo aquello fueron las cosas que deseé que salieran de la boca de Alaia.
—Gracias por salvarme la vida.
La miré por última vez y sonreí nostálgicamente. Porque Alaia no sabía que la que me había salvado la vida era ella. Había sido aquel ancla al que aferrarme cuando las cosas no iban bien, el ejemplo de que luchando puedes conseguir lo que te propongas y la prueba de que lo diferente es especial. Alaia, fuiste tan especial para mí que nunca supe explicar con palabras lo importante que había sido tenerte en mi vida.
***
¿Qué os ha parecido este capítulo?
Espero que os guste.
¡Nos leemos!
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La vengadora de cristal.
Teen FictionUriel, el próximo príncipe de Agni, necesita un nuevo guardaespaldas debido a que el suyo ha muerto en los últimos ataques de los rebeldes a palacio. La vida le sorprenderá trayendo a su vida a Alaia, la que siempre tuvo de compañero al abandono, s...