CAPÍTULO 55: EPÍLOGO.

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Podía sentir el frío de Agni calando mis huesos, sentía la nieve perderse en mis mejillas y como mis manos se teñían de un rosado que le ponía color aquel día blanco. Estaba en la azotea contemplando el paisaje que me rodeaba, era hermoso ver toda la ciudad completamente envuelta por la nieve. Y en ese momento me di cuenta de lo privilegiada que era, miré atrás durante unos minutos y pude reencontrarme con la niña perdida de hace unos años, con esa que no creía en la felicidad ni en la familia. Cerré los ojos dándome cuenta de lo tonta que había sido pero también sonreí porque ahora entendía que había valido la pena pasar por todo aquello para llegar hasta aquí. Porque la vida pone obstáculos para alcanzar la felicidad pero una vez que esta llega y la agarras con todas tus fuerzas no volverá a escaparse. Habría momentos difíciles, malos, incómodos e incluso momentos en los que querría huir pero ahora tenía la certeza de que podría con ellos.

De repente, una bola de nieve impactó contra mi cara haciendo que saliera de mis pensamientos. Miré para abajo y me encontré con Uriel riéndose.

—¿Bajas para que te derrote de nuevo en una guerra de nieve?

Asentí mientras él empezaba a hacer su munición para derrotarme. Me aparté un poco de la barandilla para que no viera que le estaba mirando y sonreí.

Uriel, qué perdido estabas cuando llegué aquí. Ese chico sonriente, feliz y en paz consigo mismo había tenido que luchar mucho para llegar a ser quién era. Te admiraba tanto que creo que nunca te lo decía porque pensaba que me tomarías por una loca. Yo no me había enamorado de ti por ser el príncipe de Agni, me había enamorado por cómo tú eras conmigo, porque hacías que me olvidara de todo para ser yo. Algo que solo tú conseguías.

Nuestra relación había tenido que pasar por muchos momentos malos para llegar al punto en el que estábamos; recién casados y perdidamente enamorados. No celebramos una boda grande porque queríamos que fuera algo íntimo y con la gente a la queríamos. Habíamos cambiado muchas reglas de la monarquía, yo no era la reina de Agni, era la mujer y guardaespaldas de Uriel y aquel título me gustaba más que ninguno. Porque tú eras el protagonista de todo pero sobre todo de mi vida.

Volví a asomarme y me hizo una señal para que bajara. Entonces en aquel instante me di cuenta de que estaba en el lugar en el que quería estar, en el lugar que me merecía, en el que siempre había soñado estar. Porque aquella niña que tuvo que lamerse las heridas ahora ya tenía unas alas, que escondían unas cicatrices que nunca olvidaría pero que siempre llevaría consigo. Esta era yo, una niña que por quererte Uriel, había dejado de ser de cristal para pasar a ser una mujer entera.

***

¡FIN!

Espero que os haya gustado, gracias por acompañarme en estos meses de tanto aprendizaje, por darme una vuelta tan cálida al sitio donde comencé a escribir. Espero que esta historia no deje de crecer.

Gracias por todo lo que me habéis enseñado Alaia y Uriel.

Y gracias a vosotros, mis lectores, que siempre estáis ahí.

¡Nos leeremos en muchas novelas más! 

La vengadora de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora