Capítulo 44: Te odio.

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Muchas veces imaginaba como se sentiría ser juzgado, que pensaría la persona en el camino que recorre desde su libertad hasta la celda que se convierte en su hogar y a veces llegaba a pensar que algún día lo recorrería acompañando a una de esas personas. Pero fijaos como es la vida que la que tuvo que ser juzgada fue la misma que imaginaba que nunca lo sería. Aquel trayecto desde del despacho de Uriel hasta una de las celdas de palacio fue como un repaso mental de todos los errores que había cometido a lo largo de mi vida, algunos ya no podía enmendarlos pero otros todavía tenían solución.

Lo peor de ese día no fue aquello, lo peor de aquel día fue entender que Uriel me había arrancado de cuajo de su corazón, había estimado que la cárcel era mi lugar y en sus ojos ya no había ese brillo que solo irradiaba cuando me miraba. El paso de la decepción había conseguido embriagarlo, ya no quedaba rastro de confianza.

Esa mañana recuerdo que entraron muchas personas a ese despacho pero en ningún momento Uriel salió, no salió para preguntarme qué tal iba el día, no salió para bromear y decirme que me echaba de menos, nunca salió. Lo hicieron personas como su padre, soldados de la guardia real hasta Dasha llegó a entrar en aquella habitación. Cuando salió vi en sus ojos el desconcierto, no abrió la boca, solo se limitó a mover la cabeza para indicarme que era mi turno. Y en ese momento me di cuenta de que las cosas no iban bien.

Entré despacio sin hacer ruido pero en realidad lo hice de aquella manera porque tenía miedo de lo que saldría de la boca de Uriel. Estaba junto a la ventana del despacho, mirando al frente y no logré descifrar que escondían las facciones de su cara. Solo sé que habló, que formuló una pregunta y que yo callé sin saber dónde meterme.

— ¿Conoces a Diego Petrov? —preguntó dejándome sin palabras—Era un hombre que vivía en tu pueblo, se quedó viudo pocos años después de casarse y se quedó solo con una niña que no era de él pero a la que trató de educar como si fuera su hija—habló haciéndome ver que esa era la versión que le habían contado—Al poco tiempo lo encontraron muerto, con signos de violencia y a ella nunca más la volvieron a ver—me explicó dándose la vuelta.

Me quedé petrificada porque Uriel había descubierto la herida más profunda que portaba mi alma. El secreto que me perseguía cada noche, la culpa que me ahogaba cada día y el recuerdo de una niña que había tenido que sufrir las humillaciones más bajas para saber que la vida no era como en aquellos cuentos que le contaba su padre antes de dormir.

—Fui yo—contesté mirándolo a los ojos y viendo como él los cerraba a consecuencia de mi confesión.

—Eres una asesina—afirmó haciéndome polvo con sus palabras.

—Eso es lo que te han hecho creer—respondí intentando tranquilizarme—Te han contado una versión pero ni siquiera has sido capaz de preguntarme qué paso si no que has decidido culparme sin darme la oportunidad de explicarme—le reproché.

—¿Y qué cambiaría saber tu versión?

—Cambiaría el saber por qué lo hice, porque maté aquel hombre que ni siquiera se merece que derrame una lágrima por él—solté con rabia.

—No te hagas la víctima, Alaia.

—No tengo por qué hacerlo cuando lo soy—le rebatí haciendo que me mirara con incredulidad—Me ha costado mucho tiempo convencerme de que yo no era culpable, de que yo solo traté de defenderme y de salir de aquel agujero que me absorbía pero tú nunca lo entenderás—reflexioné haciendo que él se acercara a mí.

—¿Por qué no lo voy a entender?

—Porque no eres una mujer y nunca entenderás lo que conlleva serlo—contesté nerviosa—Y porque tú vives en tu palacio de cristal creyendo que tus problemas son los más importantes, que ahí fuera solo hay hambre o pobreza pero hay otras batallas que se libran en tu pueblo, como sufrir violencia en tu hogar o que te humillen por el hecho de no ser un hombre—le expliqué.

—¿Cuál era el plan? —cuestionó mirándome a los ojos—¿Por qué llegaste a la academia y aquí?

—Mi único plan era aprender a defenderme y no dejar que nadie me humillara de nuevo—comencé hablar—Y encontré en la academia la opción perfecta y lo de palacio surgió después—concluí.

—Lo nuestro también fue mentira ¿verdad?

Negué, negué y negué con mi cabeza. Trataba de acercarme pero sentía que Uriel cada vez estaba más lejos de mí. Ya no había nosotros.

—Lo que yo siento por ti no es mentira ni fue buscado—expresé intentando que me creyera—Cuando llegué aquí repudiaba la idea de llegar a querer a alguien que no fuera yo misma pero te conocí, conocí al verdadero Uriel y no al príncipe de Agni—seguí hablando—Y me enamoré del Uriel que me defendía de su padre, que odiaba la violencia, al que le gustaban las batallas de nieve o el que se colaba en mi habitación para retarme—declaré haciendo que soltara una carcajada irónica.

—Todo lo que hay dentro de ti es falso.

—No te permito que me digas que lo que siento es falso—dije señalándole—Puede que estés dolido, que juzgues lo que hice pero no te permito que cuestiones lo más valioso que he tenido en toda mi vida—anuncié enfadada.

—Ya veo el valor que le diste—expresó decepcionado.

—Yo también me he dado cuenta lo poco que confías en mí.

—Eres una asesina—volvió a repetir haciendo que yo perdiera la paciencia.

—Y tú eres un ignorante que va a vivir una vida de mierda por complacer a los demás—ataqué sabiendo que le iba hacer daño.

Se acercó a su escritorio, abrió uno de los cajones y cogió unas esposas para después acercarse a mí.

—¡Hazlo! —grité ofreciéndole mis manos—Pero que sepas que después de esto nunca voy a volver a ti...

—Quizás sea yo el que no quiera que vuelvas—dijo tomando mis manos.

—Lo harás porque sabrás que te equivocaste al no pararte en escucharme.

—Es increíble porque a pesar de que intento odiarte por mentirme no lo consigo y me odio a mí mismo por ello—me confesó haciendo que por un momento me dieran ganas de abrazarle y decirle que todavía podíamos hacerlo bien.

—Nunca me quisiste, ni la noche que estaba desangrándome por tu culpa fuiste capaz de reconocerlo—le acusé.

—Porque a pesar de todo tú siempre fuiste la valiente de los dos.

De repente, la puerta de su despacho se abrió y dos soldados con armaduras entraron pidiéndole permiso. Uriel les indicó que me sacaran de la estancia y que me llevaran a la celda que me correspondía. No opuse resistencia, dejé que me guiaran pero antes de salir de allí me paré en seco, me giré para mirarlo, para poder quedarme con su rostro en mi mente y le dije las que creía que serian las últimas palabras que le dedicaría.

—Te odio Uriel.

Esa fue la última mentira que le dije a Uriel, que lo odiaba cuando en realidad lo quería más que a nada en el mundo. Nunca podré olvidar su mirada de decepción, ni sus palabras llenas de rencor, ni su indiferencia, creí que nunca podría olvidarle porque Uriel siempre sería importante para mí, porque me había marcado y esa marca podría con el tiempo, con el rencor y con el futuro incierto que me deparaba.

Porque el amor es así de contradictorio aunque te hayan mentido y te hayan hecho daño eres capaz de odiar y querer a la misma persona. Las heridas que tienen que ver con la mentira son las que quedan encriptadas en la piel pero sobre todo en el alma porque se crean con dudas, y dejadme deciros que las dudas y la confianza nunca han conseguido llevarse bien aunque el amor haya tratado que se dieran la mano. 

***

Os tengo que confesar que ha sido muy difícil escribir este capítulo. Siento haceros esto.

¿Cómo lo habéis vivido?

Espero que os guste.

¡Nos leemos!

La vengadora de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora