Capítulo 9: "A veces los principios, no dictaminan el final".

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Al día siguiente de mi encuentro con Uriel, Maksim me confirmó que me quedaría en palacio. Me desperté muy temprano porque ya no podía dormir y comencé a asearme. Cuando estuve lista bajé a la cocina donde las doncellas me prepararon un increíble desayuno, podía comer en el mismo salón que la familia real pero preferí apartarme de tanta ostentosidad. Además, tampoco quería encontrarme con él porque sabía que le había dado un golpe a su ego con la amenaza que le había hecho y eso supondría que el comienzo de nuestra relación fuera un caos.

Cuando terminé de desayunar, volví a subir a mi habitación para lavarme los dientes y posteriormente ver que me deparaba el día. El consejero real me había dicho que hasta que no recibiera instrucciones del príncipe no saliera de mi habitación y en ese momento, me di cuenta de que este trabajo no iba a ser tan maravillo cómo pensaba. Entonces, decidí deshacer mi maleta y arreglar la habitación a mi gusto. Era demasiado grande para mí, las paredes estaban recubiertas de un papel verde esperanza que hacía que la habitación fuera alegre, la cama era de matrimonio y muy cómoda. De hecho, era la primera vez en muchas noches que no había tenido pesadillas y eso me hizo tranquilizarme porque a lo mejor mi nueva vida se convertía en la medicina de mis heridas.

Después de unas horas, llamaron a mi habitación y cuando abrí me encontré con Maksim. El rey quería verme y tener un entrevista conmigo, eso hizo que me pusiera realmente nerviosa porque sabía que por su fama estaría en contra de mi llegada a palacio pero eso no hizo que el miedo me invadiera sino que hizo que me preparara para la conversación que estaba a punto de tener.

Llegamos a la puerta de su despacho y el consejero real entró primero para ver si el rey podía verme ya. Oía murmullos dentro de aquella estancia de palacio y entonces salió Uriel de allí. Me cogió del brazo para acercarme a él y habló muy despacio como si no quisiera que nadie se enterase.

—No hagas ninguna locura—me ordenó en tono autoritario.

—Soy lo suficientemente inteligente para saber lo que tengo que hacer—contesté mirándole a los ojos.

—Me ha costado convencerlo para que te quedes, así es que no lo arruines—dijo soltando mi brazo para después irse.

Lo miré mientras se alejaba por el pasillo y sentía que la rabia me invadía. Era tan insoportable, que no sabía si iba a tener la suficiente paciencia como para aguantar sus órdenes. Me coloqué la manga que había arrugado mientras Maksim salía del despacho para darme indicaciones de que podía pasar. Tomé aire, entré decidida y me encontré con el monarca amargado que llevaba años viendo como arruinaba a su pueblo.

—Buenos días, alteza—saludé educadamente.

—Así es que tú eres la famosa guardaespaldas—comentó directamente sin saludarme—Eres más poca cosa de lo que creía—expresó mirándome haciéndome sentir humillada.

—¿Perdón?—pregunté sin entender su actitud.

—Tanto tú como yo sabemos que esto no es una buena idea—apuntó levantándose de su asiento para dirigirse a la ventana del despacho—Pero creo que me puede convenir tenerte aquí—me miró con una sonrisa hipócrita.

—Estoy aquí porque me lo ganado—respondí cansada de su actitud—Le guste o no le guste—y ahora fui yo la que le dedico una sonrisa arrogante.

—Puedo hacer que te vayas de palacio en cuanto yo quiera e incluso mandarte a luchar a la guerra—me amenazó haciendo que la rabia creciese en mí—Pero te vas a quedar porque gracias a tu presencia aquí, voy a dar una imagen moderna de la corona y así hacer cambiar de parecer a muchas personas—explicó haciendo que yo entendiera su plan. Yo era solo una mera herramienta para hacer que la visión que tenía el pueblo de él cambiase pero lo que no sabía es que yo era más lista que él y a lo mejor haría que ese estúpido plan que tenía se volviese en su contra.

—Va a seguir siendo el mismo energúmeno aunque yo esté aquí—solté sabiendo que había metido la pata del todo.

—Eres valiente—afirmó mientras se acercaba a mí—Aunque a veces la valentía hay que arrancarla de cuajo—dijo antes de abofetearme.

Entonces en ese momento apareció Diego en mi campo de visión cuando me maltrataba y me violaba. Desde aquella noche en la que lo maté, nadie me había vuelto a humillar de aquella manera y sentía como las lágrimas caían por mis mejillas.

—La valentía se puede arrancar pero la amargura nunca se va a ir—contesté mientras me limpiaba las lágrimas—Se va arrepentir de todo esto—le amenacé haciéndole saber que no le tenía miedo a pesar de lo que me había hecho.

—Eres una insolente pero no quiero seguir perdiendo tiempo con una niña que se piensa superior a los demás por haber ganado una triste beca.

—Pues esta niña no va a parar hasta acabar con usted—sentencié antes de salir de aquel despacho.

Cuando salí me toqué la mejilla sintiendo como la tenía inflamada. Ese hombre era despiadado y se notaba que nunca había tenido que obedecer órdenes. Se encargaba de recordarle a cada persona cuál era su sitio pero sin darle la oportunidad de expresarse y eso es lo que los rebeldes que atacaban a palacio odiaban. Sabían que esa actitud algún día acabaría con esta monarquía autoritaria y pasaría a ser una dictadura en la que solo él tendría el poder.

Estaba caminando de vuelta a mi habitación pero iba mirando al suelo pensando en todo lo que acababa de pasar cuando choqué con alguien.

—Lo siento—dije mientras levantaba la cabeza y me encontraba con la reina Olya—Perdón, alteza—repetí de nuevo haciendo una reverencia.

—Tranquila—respondió con una tierna sonrisa—¿Qué te ha pasado en la mejilla?—preguntó mientras apartaba mi mano para ver la inflamación.

—No ha sido nada—conteste quitándole importancia.

—Tengo entendido que estabas hablando con mi marido... ¿ha sido él?—al ver que yo no contestaba asintió mirándome—No tiene derecho a tratarte así—dijo tocando mi hombro en señal de apoyo.

—Ha sido mi culpa, no le he contestado cómo debía.

—Da igual el por qué, la violencia no es justificable—habló enfadada.

Después me ordenó que la acompañara a la cocina e hizo que las doncellas me dieran un poco de hielo. Cuando tenía mejor la mejilla, salimos de la cocina y estuvimos sentadas en uno de los bancos del vestíbulo.

—¿Vas a quedarte?—preguntó mirándome seriamente.

—Si me lo permiten, me quedaré.

—Amas tu trabajo, se nota en tu mirada—comentó mirándome a los ojos—Además, mi hijo te necesita—esas palabras me sorprendieron porque parecía ser alguien demasiado independiente y frío.

—No lo parece.

—Uriel es una persona que tiene muchas capas y se requiere de mucha paciencia para llegar a él—explicó su madre—Pero sé que vas a conseguir que termine abriéndose a ti—apuntó muy segura.

—La verdad es que no hemos empezado muy bien—expresé con una sonrisa tímida.

—A veces los principios, no dictaminan el final—sus palabras me hicieron pensar en aquello.

Tenía una conversación pendiente con Uriel porque ambos nos debíamos perdón. Había descubierto que era alguien que intentaba parecer frío para que los demás no le hicieran daño, quizás porque su padre se había encargado de hacerle el chico inseguro que era. Ese día también me di cuenta de que tenía otra aliada allí dentro porque en los ojos de la reina podía ver que no compartía muchas de las cosas que hacía su marido pero cuando se quiere a alguien, hay que aceptar los errores a pesar de que eso errores hagan peligrar ese amor.

¿Creéis que Alaia podrá soportar al rey?

¿Qué opináis de la reina Olya?

¿Sucederá esa conversación pendiente con Uriel?

En el próximo capítulo...Espero que os haya gustado este capítulo.

¡Nos leemos!

La vengadora de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora