Habían pasado unos días desde el intento de Alaia de irse de palacio. Todo estaba más tranquilo, me había dado tiempo a pensar en lo que quería con respecto a mi futuro como rey de Agni, y lo quería todo. Había podido pensar con claridad en todo lo que sentía por ella y en todo lo que tenía que callar para que se quedara. Pero había una idea que llevaba rondando en mi cabeza durante varios días, era el hecho de que necesitaba hablar con los rebeldes, yo era uno de los centros de su causa y quería saber cuáles eran sus planes para trabajar en conjunto, como un equipo. Tenía una confianza ciega en ellos mientras que cada vez que conocía más al que se suponía que había sido mi padre acumulaba más odio por él.
Aquella noche se me había ocurrido algo pero necesitaba que Alaia me ayudase aunque sabía que la iba a tener que convencer. Me vestí con la ropa más normal que tenía para no llamar la atención, unos pantalones negros con una camisa blanca que estaba acompañada por unos tirantes y un jersey granate encima, al que le añadí una boina para cubrir mi rostro. Cuando estuve listo, me dirigí hacia la habitación de Alaia.
Tardé pocos segundos en llegar a ella, entré sin avisar y me la encontré en su cama leyendo. Estaba con un camisón blanco de tirantes, que hacía que me muriera de ganas por besarla hasta dejarla sedienta y por otra parte me miraba con los ojos más inocentes del mundo que hacía que me muriera de ganas de cuidarla.
—¿Por qué te ha dado ahora por entrar sin avisar?—preguntó enfadada saliendo de la cama para dirigirse al armario para ponerse algo encima del camisón que dejaba al descubierto su escote y sus largas piernas.
—Porque quiero verte desnuda—bromeé haciendo que me mirara seria mientras se ponía un jersey demasiado grande, por lo que descubrí que no era de ella sino de un hombre—¿De quién es ese jersey?—pregunté curiosamente.
—¿Celoso?—cuestionó sonriendo en señal de victoria.
—¿De quién es?—volví a preguntar mientras me acercaba a ella dejándola aprisionada contra el armario.
—Es de mi padre, es una de las pocas cosas que se dejó en casa—respondió nerviosa por mi cercanía.
Aprovechó para separarse de mí mientras yo me perdía en su mirada y en sus labios haciendo que pensara que iba a ser muy difícil mantener las distancias con ella.
—¿A qué has venido?—preguntó mirándome de arriba abajo.
—Vamos a salir.
—¿Estás loco?—exclamó mirándome sorprendida—¿A dónde quieres ir a estas horas de la noche?—preguntó volviéndose acercar a mí.
—Quiero ir a ver a los rebeldes y tu padre—respondí haciendo que me mirara con cara de pocos amigos.
—¿Para qué? Es demasiado peligroso, tu padre puede darse cuenta—me advirtió intentando ser precavida.
—¿Para qué va a ser? Para pedirle tu mano—volví a bromear haciendo que abriera la puerta de su cuarto para ofrecerme que me fuera, me acerqué a ella, quité su mano del picaporte y volví a cerrarla—Esta bien, lo siento—dije mirándola a los ojos—Necesito hablar con ellos para ver cuáles son los planes que tienen con respecto al futuro de Agni y con respecto a mí—le expliqué haciendo que mirara con comprensión—Mi madre va hacer que mi padre no se dé cuenta, me lo debe—comenté haciendo que la preocupación se quitara de sus ojos—¿Puedes vestirte y acompañarme, por favor?—le pedí pacientemente.
—Te metes en el baño y esperas a que esté lista—me ordenó haciéndome sonreír por lo mandona que era, pero adoraba esa parte suya.
Tardó poco en estar lista, cuando lo estuvo dio unos toques a la puerta del baño para que saliera. Cuando salí me encontré a Alaia vestida con unos pantalones anchos beige y un jersey blanco ron rayas negras, que dejaba entre ver un poco sus hombros. Encima de su atuendo llevaba un abrigo negro.
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La vengadora de cristal.
Teen FictionUriel, el próximo príncipe de Agni, necesita un nuevo guardaespaldas debido a que el suyo ha muerto en los últimos ataques de los rebeldes a palacio. La vida le sorprenderá trayendo a su vida a Alaia, la que siempre tuvo de compañero al abandono, s...