Capítulo 20: Allí era en el primer sitio del mundo en el que me sentía segura.

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Los rebeldes me dejaron en aquel despacho sola y atada para hacer el papel de que habían sido violentos conmigo. No entendía nada el comportamiento de aquel grupo de personas, ni lo que buscaban ni siquiera si lo que tramaban era algo importante. Unos soldados de palacio me encontraron y no tardaron en soltarme. En cuanto fui libre, me encerré en mi habitación porque me dolía mucho la cabeza.

Había recibido mucha información pero a la vez sentía que me faltaba saber mucho más de aquella trama. Era como si ese hombre me conociese, como si él fuera quien pensaba que era. No quería ilusionarme de que fuera mi padre porque él solo me había dicho que me conocía pero había algo dentro de mí que me gritaba que era él. No podía creerme que a pesar de todo lo que me había hecho, sintiera ilusión por volver a tenerlo presente en mi vida. Era contradictorio porque a la misma vez que lo quería, lo odiaba, a la misma vez que me moría por contarle todo lo que había pasado estos años, me apetecía gritarle todo lo que me había hecho sin saberlo. Siempre quise mucho a mi madre pero la conexión que tuve con mi padre nunca la volví a sentir con nadie.

Salí a tomar el aire al jardín de palacio, me encantaba pasear por aquellos laberintos de árboles y arbustos porque sentía que siempre acababa encontrándome. Volvía a sentir ese dolor en el pecho que me causaba la huida de papá de nuestras vidas, volvía a sentir esa contradicción de cuando era niña y las ganas de encontrarle para pedirle explicaciones. Con su abandono hubo un antes y después en mi vida, todo lo que recuerdo con papá era felicidad, amor y esperanza mientras que todo lo que recuerdo después de él era tristeza, angustia y desesperación. A pesar de que mi madre siempre estuvo presente en alguno de esos momento, también se acabó yendo y dejándome con la persona que terminó por arruinarme la vida. Haciendo balance de todo aquello, terminé llorando por mi padre, por mi madre, por todo el maltrato que había tenido que vivir, por toda la niñez y adolescencia que me habían arrancado de cuajo pero sobre todo lloraba porque no conocía lo que era ser feliz, lo que era sonreír de verdad, lo que era sentir que lo tenía todo en la vida, que no faltaba nada para completarme y lo peor de todo es que a mí me faltaban todos los pedazos rotos de mi corazón para lograr completarme.

Estaba sentada debajo de un árbol, levanté la cabeza y me encontré con Uriel sentado en frente de mí.

—Creía que las luchadoras no lloraban—bromeó para que sonriera en mitad de ese mar de lágrimas.

—Son leyendas que te han contado—contesté mirando al suelo.

—Entonces... ¿por qué lloras?—preguntó preocupado por mí—¿Te han hecho algo esos tipos?—volvió a cuestionar acercándose a mí para sentarse a mi lado y apoyar su espalda en el tronco del árbol.

—No me han hecho nada, Uriel—me limité a contestar como si eso fuera suficiente para él.

—¿No quieres contármelo?

—Es que es algo que siempre me duele por las noches, que no logro que deje de doler por más tiritas que le pongo y siento que esa herida va a seguir supurando pase el tiempo que pase—contesté llorando.

—Alguien me dijo una vez que a veces hay que hablar de aquello que nos duele, para asumirlo, para materializarlo y quizás así acabemos superándolo—me contó mientras me miraba de reojo.

—Siempre tienes las palabras mágicas para todo—respondí sonriendo.

—No siempre—negó con su cabeza—A veces soy un idiota que se cree lo que le dicen otros y que hace daño a las personas en las que confía—confesó haciendo que levantara la cabeza para mirarlo porque supe que estaba hablando de mí.

—Esos idiotas se merecen tener momentos de confusión y también merecen perdón—hablé haciéndole sonreír porque sabía que lo había perdonado por no confiar en mí.

—¿Le puedes contar a este idiota cuál es esa herida que no te deja de escocer?—preguntó tomando mi mano.

Miré su mano junto a la mía. Lo miré a los ojos y miré todo lo que nos rodeaba. Éramos dos personas completamente diferentes, que se habían encontrado en mitad del orden y del caos, que tenían heridas de diferentes tamaños pero que al fin y al cabo se habían encontrado. La vida nos había juntado para hacer sanar nuestros rotos corazones y hacernos ver que no todo era tan malo como pensábamos. Decidí abrirme a él, contarle que era aquello que me dolía, quizás me arriesgaba a que me fallara o me rompiera el corazón pero ya había pasado por aquello y había podido recuperarme.

—Pensaba en mi padre—dije haciendo que me mirara cuando me escuchó hablar—Se fue de casa cuando tenía diez años, nos abandonó y nunca supe más de él—le expliqué con la voz rota—Era la persona más importante de mi vida, Uriel. No pensó en mí, se fue llevándose a la niña tierna que tanto le amaba—mientras apretaba mi mano en señal de apoyo—Contra más quiero olvidarle, siento que más falta me hace.

—Eso es porque a pesar de todo lo que te ha hecho, le quieres por encima de todo. Y así es el amor verdadero, Alaia—habló sonriendo mirando al frente—Cuando quieres de verdad, también eres capaz de perdonar todo aunque cueste pero te aferras a tener a esa persona en tu vida—me miró a los ojos como si realmente supiera de lo que estaba hablando.

—Hablas como si realmente supieras lo que es el amor verdadero.

—Es lo que dice mi madre pero lo dice de una manera tan bonita que parece como si realmente fuera verdad.

—Y ahora que sé que está aquí en Vikram, que lo tengo cerca, siento que tengo que aprovechar la oportunidad que me está dando la vida porque es la única persona que me queda—le expliqué obviando el detalle de que mi padre quizás fuera uno de los jefes de los rebeldes.

—No pierdes nada en darle una oportunidad para explicarse. Quizás os dejó porque os quería tanto que no quería poneros en riesgo—me aconsejó haciendo que pensara que quizás mi padre tuviera un motivo realmente importante para irse.

—Gracias por escucharme—le agradecí sinceramente.

—Gracias por confiar en mí a pesar de mis tonterías.

Solo me quedaba mirar hacia adelante, esperar a que la vida o que aquel hombre que tanto me conocía me contara aquella verdad que guardaba como el mayor tesoro del mundo. Entre tanto tenía a Dasha, a Dimitri y ahora también a Uriel. Apoyé mi cabeza en su hombro y sentí que allí era en el primer sitio del mundo en el que me sentía segura después de los brazos de mi padre y del regazo de mi madre. 

¿Qué os parece esta conversación?
¿No son adorables?

¿Que pensáis que pasará?

Espero que os guste...

¡Nos leemos!

La vengadora de cristal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora