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Hermione:

¿Una serpiente sin madriguera

puede sobrevivir?

En el salón de Transformaciones no habían demasiados alumnos. Todavía faltaban diez minutos para el inicio de la clase. Hermione estaba sentada en unos de los primeros asientos. Leía una novela bastante delgada con una sutil sonrisa adornando su rostro. Ella en la mañana repasó el capítulo que ese día estudiarían, así que se dio el lujo de entretenerse con un libro de ficción en ese rato libre. Poco a poco el salón se fue poblando.

—Insisto, deberían haber más baños en este colegio. Perdemos demasiado tiempo en llegar a uno —se quejó Ron, que junto con Harry, se acercaba a Hermione.

Se sentaron y dejaron sus libros sobre la mesa. Luego, Harry dijo:

—¿Recuerdas cuando en segundo año comimos demasiadas ranas de chocolate? Fue una tortura llegar al baño.

—Después de que salimos nadie se atrevió a entrar —completó la anécdota Ron, y tras la última palabra, soltó una carcajada a la cual Harry se unió.

—¿No pueden tener una conversación menos asquerosa? —preguntó Hermione, con un claro gesto de disgusto.

—Las mujeres se quejan por todo. ¡Ir al baño es natural! —se defendió el pelirrojo.

—Primero, no me importa que hablen de baños, sino de... sus pocos agradables olores corporales. Segundo, las mujeres no nos quejamos por todo, es un horrible y sexista comentario de tu parte.

El aludido bufó. Si iba a decir algo más, el ruido de la puerta cerrándose lo calló. McGonagall, la profesora de transformaciones, entró al aula. Todos los alumnos se callaron de inmediato. Nadie se atrevería a ser irrespetuoso ante una de las profesoras más estrictas de Hogwarts.

—Buen día a todos —saludó—. Abran sus libros en la página catorce. Finnigan, guarde esas golosinas en su túnica por favor. Ya todos saben que comer en el salón está prohibido.

Mientras los alumnos agarraban sus libros, se escuchó el sonido de la puerta abrirse. La mayoría miraron hacia atrás, curiosos de ver quién llegó tarde. La profesora rompió el silencio:

—Buenos días, que amable al regalarnos su... —inició McGonagall de forma acusadora. Pero cuando se dio media vuelta calló. Su rostro generalmente inexpresivo ahora estaba adornado con genuina sorpresa. Cambió su tono al normal, y terminó de hablar—: Señorita Parkinson. Pase.

Hermione entonces también se dio la vuelta para ver a la nombrada. Ella siempre ignoraba a los impuntuales, pero no podía negar que Parkinson le llamaba la atención, no era solo una "impuntual" más. Esa semana la Slytherin había sido protagonista de montones de los rumores entre estudiantes. Uno de sus favoritos, por lo creativo que era, decía que los Parkinson intentaron robar el Banco de Gringotts, pero los descubrieron y perdieron todo su dinero pagando un soborno para no ir a Azkaban.

Aun si algunos rumores le hacían gracia, no entendía por qué seguían circulando, ya que El Profeta había dado información al respecto de la familia Parkinson. Ese periódico es como una piraña social, destroza la reputación de cualquier persona que puede. Hermione no se enteró hasta después de unos días después del inicio de clases de un titular que había salido durante el verano, que decía:

Los Parkinson. O mejor dicho: los desgraciados.

En general el inicio del verano suele ser un alivio para cualquier mago o bruja, por el clima cálido y las cercanas vacaciones de verano. Pero no fue así para la familia Parkinson, una de las familias más adineradas del mundo mágico gracias a su editorial Bradley, la editorial de preferencia en cualquier país de habla inglesa.

Muda de Piel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora