19.

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AGOSTO

Llega el fin de semana una vez más, está vez completando la semana sin mayor pleito. De hecho estaba sucediendo todo lo contrario. Para mí deleite, la relación entre ambos había mejorado en muchas maneras durante los últimos día. Ya nos habíamos empezado a acostumbrar a la presencia del otro, nos habíamos hecho parte de la rutina y por lo tanto la situación era mucho más amena. Nos gastábamos bromas, nos contábamos si algo nos molestaba, Noah había empezado incluso a instruirme con rutinas de ejercicio y hasta jugábamos juegos en línea de vez en cuando.

Se podía decir que habíamos alcanzado el punto de una incipiente amistad.

Una que aún me causaba un poco de intriga. Después de nuestra velada de juegos exprés, Lorelei texteo varios mensajes puntualizando las extrañas preguntas que había hecho Noah. Habíamos gastado el resto de la noche intentando dar explicación pero no surgía ninguna lo suficientemente razonable para nuestras mentes, así que dejamos el tema ahí. Al aire, esperando nuevas pistas.

Ah sí, también había despertado con una explicación clara a mi hipersensibilidad de la semana. Andrés había llegado a alborotarme las hormonas.

—¡Venga Emilia!— Escuchó mi nombre en la primera planta, siendo el dueño Noah quién ya se encontraba apurado.

Resulta ser que el plan de Noah para nuestro fin de semana había sido el de realizar las compras de víveres para el apartamento, plan el cual agradecía infinitamente. En este punto ya estaba agotada de comer cereal en las mañanas, ya no disfrutaba la azucarada leche al final del tazón y para ser honestos no creía poder resistir muchos días más sin llevar un trozo de tocino grasiento a mi boca.

Según Noah, él no estaba acostumbrado a hacer las compras —Lo que era irremediablemente evidente— así que sentía emocionado por aprender cómo realizar una inversión inteligente en el mundo de los supermercados. 

—¡Un segundo!— A pesar de que el viaje era solamente a un supermercado cerca de aquí, acontecía que en los días que llevaba de convivencia con Noah había notado que Londres había resultado ser más pequeño de lo que pensaba, por lo que me había esmerado ligeramente en aplicar un poco de maquillaje a mi rostro previniendo cualquier encuentro indeseado.

Acomodo el pequeño bolso sobre el suéter lanudo que había escogido y bajo las escaleras. A diferencia mía, Noah había optado por un look más despreocupado llevando una sudadera negra que escondía sus cabellos castaños detrás de la capota.

—¿Llevas la lista?— Es lo primero que pregunta. Sin soltar un halago o un comentario pretencioso, cosa que le agradecía desde lo profundo de mi corazón. 

Hago un recuento en mi mente de las cosas que había metido en mi bolso y asiento. Noah y yo nos habíamos dedicado la gran parte de la mañana haciendo una lista de las cosas que nos gustaban y queríamos comprar, llegando a acuerdos y cediendo entre algunas cosas.

—¿Tanda demora para haberte aplicado solamente rubor?— Pregunta con la usual diversión que solía traer Noah tanto en el rostro como en el tono. Estira su mano y con la parte posterior de su dedo índice y corazón estruja una de mis mejillas sin delicadeza— Con un par de pellizcos hubiese sido más que suficiente.

Retiro las manos de Noah de mi rostro con el ceño fruncido. Además de rubor, me había aplicado rímel y brillo labial pero él no notaba eso.

—¿Nunca te han enseñado a no tocarle el rostro de esa manera a una mujer?— El timbre del ascensor suena indicando nuestra llegada al sótano. Las puertas se abren y salgo de él siguiéndole los pasos al castaño alto.

Con mofa su vista se alza sobre su hombro, me sonríe pícaro y cruzando sus brazos hace una seña lujuriosa poniendo sus manos sobre su cuello.

—Normalmente las mujeres me piden que las agarre de aquí en vez del rostro, no sé si eso funcione para ti— Mi felicidad de un Noah hormonalmente reprimido no había durado mucho.

Matrimonio a la rentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora