Epílogo.

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—Venga, pero no hemos decidido el nombre aún Lorelei.

Nueves meses habían transcurrido ya. Nueve meses desde que la semilla del amor había sido implantada en el útero de Lorelei y 273 días después, la pequeña aún no tenía un nombre para ser bien recibida en este mundo terrenal que con tantas ansias le esperaba. Sin embargo ahora a puertas del parto inminente, las últimas de las preocupaciones de Lorelei era el nombre de la pequeña y en cambio con gritos, sudor perlándole su cuerpo, movimientos sobrenaturales y fuerza animal Lorelei amenazaba con sacarse la niña de adentro ella misma, a punta de clamores que parecían sacados de la más trágica película de terror.

—¡Me pasó el nombre por el culo Emilia! ¡Ahora necesito que me saquen esta bebé de aquí! ¡Ya!— Grita retorciéndose sobre la silla de ruedas, llamando la atención de algunas enfermeras que cruzaban por la sala de espera frente a nosotras pero no lo suficiente como para hacerlas detener —¡Emilia! ¡Haz algo!

Vuelve a gruñir y con muecas de dolor se toma su gigante vientre a punto de explotar.

—¡No me grites que me pones nerviosa joder!— Imploro sintiendo la bilis rozarme la amígdala de la angustia que comenzaba a sentir. Así y sin separarme demasiado de ella, empino mis pies y busco con la mirada a la doctora que nos había recibido momento atrás.

Y quien además nos había prometido que no tardaría mucho en ingresarnos.

—No veo a la doctora, Lolo— Murmuro a su oído y otro clamor sobrenatural me estalla justo a un costado, haciéndome despabilar.

—¡Pues ve y búscale porque si no yo me voy a morir! ¡Mierda!— Vuelve a retorcerse y toda esa angustia dentro de mi cuerpo se convierte fugazmente en adrenalina ante semejante grito.

—Vale, no te vayas a mover de aquí— Sus ojos me ven irónicos y capto la indirecta. Así lo quisiese, Lorelei no se podría mover de ahí.

Sintiendo toda esa adrenalina y pasión llenarme hasta la última fibra del cuerpo ante tal expectativa, mis pies empiezan a moverse a lo largo de la sala de espera como pequeño ratón en fuga en busca de dichosa amable doctora que nos había recibido y se suponía, nos iba a recoger. Escabulléndome entre el personal médico desconocido que iba de aquí para allá apurados y quienes por supuesto, no me dedicaban ni una micra de atención.

—Disculpe— Al momento en el que uno de los enfermeros se detiene frente a mí para revisar algo en su plantilla móvil, estiro mi mano para intentar llamar su atención pero antes de lograrlo, su busca suena y sin darme alguna oportunidad, sale despavorido dejándome de nuevo allí en medio del pasillo del hospital sola, con una hermana moribunda a punto de dar a luz —, Genial.

Vuelvo a ver a mi alrededor y suspiro frustrada, sin pista alguna de la doctora. Pero decidida en volver con Lorelei junto con alguien que pudiese ayudarnos, empiezo a caminar más lejos de la sala de espera en busca de algún samaritano que se diese cuenta que necesitaba ayuda.

Así, entre paso y paso termino llegando a una sala abierta copada hasta el límite de personas enfermas y de trabajadores de la salud, adentrándome en todo un caos médico que me abruma. Algo encima de mi cabeza llama entonces mi atención y cuando le veo, leo en letras brillantes la insignia Sala de Emergencias.

—Genial— Murmuro para mi misma y como cría, vuelvo a repasar a todos con mi mirada en busca de alguien que luciese desocupado.

Pero ninguno lo estaba, algunos estaban cogiendo puntos, otros iban de aquí para allá con intravenosas en las manos, otros estaban tomando signos vitales y el resto sólo pasaba corriendo sin darme oportunidad alguna de pedir ayuda.

Matrimonio a la rentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora