17.

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Para ser mi primer día de instituto una vez más, no me encontraba tan emocionada como en ocasiones anteriores. Por alguna razón el extraño e inesperado suceso de la cena en casa de los padres de Noah había plantado entre nosotros una vibra extraña, como si una vez más fuésemos completos desconocidos.

Así no lo quisiera, en el papel estaba implícito que debíamos estar preparados para ese tipo de situaciones extrañas, pues de alguna manera u otra terminarían sucediendo. Pero lo cierto era que todo había pasado tan rápido e inesperadamente que ninguno de los había conseguido saber cómo actuar después de ese beso apasionado. Nos habíamos limitado a hablarnos lo necesario, a mirarnos lo justo y a interactuar tan poco como se fuese posible.

No habíamos ni alcanzado la semana y ya la situación era más que irritante.

Acomodo mis vaqueros por sobre mi trasero y me doy una última mirada en el tocador antes de tomar mi bolsa y salir camino a la universidad antes de mi primera clase. Una vez salgo de mi guarida recurrente, me encuentro a Noah bien vestido con un abrigo perfecto para el clima de estos días de Londres. 

Medito un tiempo extraño que decir, hasta que las palabras finalmente se me cuelan en la boca.

—Buenos días.

Mi voz lo perturba y lo saca de la Laguna mental en la que lo tenia inmerso su teléfono. Sonríe de lado de manera sutil sin mostrar la dentadura y me corresponde el saludo de manera muy tímida.

—Buenos días.

Procurando no acortar mucho la distancia entre nosotros, camino hasta la cocina y me sirvo un tazón de cereal. De tanto estar comiendo chocolate en hojuelas todos estos días de seguro debía tener el azúcar en la sangre a niveles estrafalarios, pero hasta que no hablásemos lo de las compras prefería no entablar mucha conversación con el castaño.

—¿Hasta qué hora tienes clase hoy?— Pregunta Noah acercándose con timidez hasta la barra de la cocina.

Lo miro de soslayo sin darle mucha atención, mientras guardo las cosas de vuelta en su lugar.

—Hasta las 2, luego me voy a trabajar— Empiezo a comer de pie en la encimera de la cocina. Prefería esto antes de sentarme a un lado de Noah en la barra.

El castaño asiente y guarda silencio. Me analiza durante unos cuantos segundos y tras escudriñar en sus bolsillos me extiende un pequeño sobre blanco.

—Creo que te debía esto— Deja el sobre en la encimera evitando nuestro contacto. Paro de tragar unos momentos y recibo el recado entre mis manos con extrañeza. Abro el pequeño sobre y dentro me encuentro con una tarjeta dorada—. He abierto una cuenta a tu nombre, ya te han depositado lo de la venta de los enceres de tu vieja casa y ahí te llegarán los mil dólares todos los meses.

Asiento y murmuro un gracias, limitando nuestro contacto visual. El castaño exhala frustrado y sin poder guardárselo más sentencia exasperado.

—¿Por qué estás así? ¿Tanto te incomode con ese beso?— Mis ojos se abren casi que de inmediato. No era sólo yo la que se sentía incómoda, a pesar de que él no lo demostrase tanto en su mirada se podía notar a leguas que algo le molestaba en su interior.

—Me incómoda que trates como una cosa que no siente. Primero que todo soy humana, luego mujer y ese beso en frente de tu hermano no era necesario— Mis palabras emanan molestia pura. Me había estado guardando todos estos días como me había sentido por no hacer el momento más abrumante pero si él quería invadir los terrenos de la incomodidad, entonces tendría que escucharme—. Tienes que actuar con madurez y no andar agarrándome a lengüetazos por querer sentirte más, porque no soy una cosa.

Matrimonio a la rentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora