Capitulo 41

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Malfoy había soltado a Hermione de sus brazos y caía al suelo a cámara lenta, con el gesto contraído de dolor. El auror y los policías corrieron hacia Malfoy, que sangraba escandalosamente por el hombro. Los elfos llevaron al Sr Malfoy a su habitación a toda prisa y uno de los asistentes, que trabajaba en el Hospital San Mungo, subió a la alcoba para atender la herida del hombre. Hermione corrió a los brazos de Riddle y éste la acurrucó.

—Cariño, ¿estás bien?

—Estoy muy nerviosa Tom. ¡Oh dios mío! Pensaba que me mataría. —dijo respirando con ansiedad.

El jefe de los aurores, nada más entrar en la sala, había inspeccionado con la mirada cada rincón de la habitación. En la parte derecha, tras un gran cortinón de color dorado, había divisado una puerta. Cuando intuyó que la situación empezaba a complicarse, abandonó la habitación sigilosamente, ayudado por sus compañeros que lo tapaban con sus grandes cuerpos.

En el pasillo se encontró a dos elfos acurrucados, totalmente aterrorizados por lo que estaba ocurriendo en la sala y les pidió que le mostraran el lugar dónde daba aquella puerta que había visto. La pareja lo guio al jardín trasero y tras abrir la puerta intentando no hacer ruido, pasó al interior sin ser descubierto por Malfoy, que estaba de espalda y apuntaba a Hermione con la varita. El jefe de aurores le dio permiso con la mirada para detener aquella situación y sin que le temblara el pulso, dirigió dos hechizos bien acertados hacia Malfoy. No era su intención matarlo, simplemente herirlo lo suficiente para que su vida no corriera peligro y pudieran inmovilizarlo para trasladarlo a prisión. Su plan había salido de maravilla.

—¿Cómo se encuentra mi marido, doctor? —preguntó la Sra. Tarner cuando éste acabó de examinar la herida.

— Solo ha sufrido un par de rasguños. El hechizo no ha conseguido introducirse en su cuerpo y con las curas pertinentes y tras un par de días de reposo absoluto, su esposo podrá regresar a su vida normal.

—Eso va a ser complicado, mi marido odia estar acostado.

Hermione, que había llegado minutos antes acompañada de Riddle, se abrazó a su madre y a su amiga Sara. La Sra. Tarner se acercó a Tom y le agradeció lo que había hecho por ellos.

—Muchas gracias Sr. Riddle, no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.

—No tiene nada que agradecerme, Sra. Tarner. No ha sido nada.

—Lo ha hecho todo. Si usted no hubiera aparecido, el final de mi hija al lado de ese hombre hubiera sido terrible. —Hipó con tristeza, Hermione la volvió a abrazar.

—Nunca permitiría que le hicieran daño a su hija. La... la quiero demasiado.

—Lo sé, estoy convencida de que mi hija será muy feliz teniendo un hombre como tú a su lado.

—Mamá, ¿quieres decir que tengo permiso para... —preguntó Hermione sin poder terminar de hablar y su madre asintió feliz—. Pero mi padre...

—No te preocupes, de tu padre me encargo yo. Él es muy terco, pero quiere lo mejor para ti y el Sr. Riddle. —La Sra. Tarner le guiñó un ojo a su hija y le lanzó un beso en la distancia.

Hermione se acercó a su madre y la besó en la mejilla. Cuando se separó, corrió a abrazar a Riddle. Se fundieron en un tierno beso que dio paso a uno más apasionado y abrasador.

—Quiero estar contigo. Te quiero solo para mí —susurró Riddle envuelto en un aurea de felicidad.

—Así será, pero antes quiero entrar a ver a mi padre —pidió Hermione y Riddle la soltó para que entrara a la habitación.

EL RELICARIO MALDITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora