Elizabeth.
Hoy es el cumpleaños de Rebecca. Todos fueron a celebrarla en una fiesta en la piscina a las 11 de la noche, lo que va en contra de las reglas de la universidad, y da igual, no iba a ser yo quien se quejaría. Amy me dejó atónita después de esa revelación, prácticamente se le declaró frente a muchas personas y después me enteré de que sí había hablado de mí, solo que ahora me decía Beth.
Omar y yo quedamos en pasar la noche juntos, no me molesto en arreglarme porque sé que estará muy borracho como para recordarlo, así que me siento sobre la cama y espero. Espero por un milagro que me haga sentir menos miserable. No pasa ninguna señal divina como en casos anteriores, sé que no me voy a curar por arte de magia que debo hacerlo yo misma.
La puerta de la habitación se abre sin cuidado, Rebecca se ve alterada. Su rostro está ruborizado, camina con firmeza hasta mí y el olor a alcohol inunda mis fosas nasales. Se detiene delante de mi cama y me mira con el ceño fruncido.
—Deja de evitarme —exige sentándose— No me gusta que me ignores.
Ha estado bebiendo, lo suficiente como para hablarme, no tanto como para perder el sentido común.
—¿Beber es la forma en la que encuentras valor para enfrentarme? —pregunto.
—Sí —contesta con sinceridad.
—¿Te has preguntado por qué no puedes decirme las cosas por tu cuenta? —le digo dispuesta a curarme por mí misma, no puedo seguir así— ¿No te dejo expresarte con comodidad?
—No. Me sentía bien contigo —eso duele— Es decir, me siento, me siento —se corrige cerrando sus ojos.
—Entonces el problema eres tú —digo acostándome. Sé que es mentira.
—¿Podemos hablarlo? No puedo seguir así.
—No tengo nada que hablar contigo —miento de nuevo— Si tú quieres hablar adelante, no te estoy tapando la boca.
—Estoy aquí por ti, Beth —murmura, niego con la cabeza.
—No te engañes a ti misma, Rebecca. Estás aquí porque el abuelo te engañó, de otra manera, no tendrías más razones para venir—Rebecca levanta su cabeza.
—Lo siento —se escucha herida. Me concentro en mirar las estrellas, doy un paso hacia el progreso y decido abrirme— No tengo idea de cómo arreglar esto, Beth. Ayúdame.
—Dime una sola cosa que hayas hecho por nosotras.
—Siempre he cuidado de ti y de tu bienestar.
—No lo que haces por mí. Algo que hayas hecho por lo nuestro, Rebecca.
—Lo hice por lo nuestro —dice casi sin voz.
—¿Por qué lloras? —pregunto sin despegar mi vista de la luna— Te doy muchas gracias por todo lo que hiciste por mí, me acogiste en tu casa, me impulsaste a entrar en la universidad, me enseñaste que las drogas y el alcohol no eran la salida, pero dime, de todo eso ¿qué te pedí? —la miro, está llorando, se me hace un nudo en la garganta— La única cosa que te pedí fue que me dejaras estar contigo, y no lo hiciste.
—¿Qué querías que hiciera? —dice— No podía dejar mi sueño atrás.
Se ve tan devastada, me atrevo a secar una de sus lágrimas y acariciar su mejilla.
—Sé honesta, Rebecca ¿De verdad crees que te hubiera dejado abandonar tu sueño por mí? —mis palabras la dejan con la boca abierta, no responde mi pregunta— ¿Alguna vez pensaste en dejarlo todo por mí?
—Elizabeth, perdóname, por favor.
—Sabes que no es así —digo sintiendo las lágrimas caer— No volviste en todo este tiempo, teniendo la oportunidad a tu alcance mientras yo ahorraba para ir a visitarte. Maldición, Rebecca —me tapo el rostro con las manos y lloro— ¿No puedes entenderlo? Yo lo daría todo para ti. Nuestros caminos tomaron rumbos diferentes, y eso nunca me hubiese detenido...
—Lo siento mucho —sigue diciendo.
—Hubiese estado dispuesta a luchar por ti, no sabes cuántas noches la pasé a punto de llamarte, cuántos mensajes borré antes de enviar. Hasta que lo entendí todo, yo no era suficiente para que tú también lucharas.
—No digas eso, Elizabeth —siento sus brazos rodearme— Por favor, no. No pienses eso —suena desesperada— No vuelvas a decir eso.
—Es cierto.
—No te culpes por mis errores, Elizabeth. Tú no tienes la culpa de nada.
Me siento mejor diciéndole todo lo que no tuve el valor de decirle antes, dejándome el derecho a reservar una última cosa.
—Está bien, no voy a culparte —le digo acariciando su espalda.
—Lo lamento mucho, Beth, perdóname —repite— Quiero estar contigo, de verdad, quiero hacerlo —me duele demasiado verla encerrada en tanto pánico.
—Te tengo buenas noticias —digo, ella se separa para poder verme, me deshago del nudo en la garganta para continuar— Puede ser que ustedes me hayan hecho creer en las amistades a distancia. Cuando vuelvas seguiremos en contacto, podemos hacer videollamadas y todas esas tonterías.
—Quiero algo más —me dice, una lágrima vuelve a caer por sus ojos.
Le sonrío y tomo su muñeca, pongo la palma de mi mano junto a la de ella, el dolor punzante en el pecho revive con tanta fuerza como el día en que me dejó.
—Queremos tantas cosas —lentamente dejo que nuestros dedos se entrelacen, recuerdo los momentos que he vivido a su lado, en especial revivo la noche del 24 de Noviembre— Quiero que sientas lo que yo sentí por ti. Quiero que sientas la felicidad que me regalaste. Quiero que seas muy feliz, aunque no sea conmigo. Mereces a alguien por quien estés dispuesta a ir hasta el fin del mundo, y esa persona no soy yo.
Se queda callada con una tristeza inmensa en sus ojos, toma mi collar entre sus manos, el que me regaló hace tanto tiempo, su mano se desliza por mi rostro hasta llegar a acariciar mi mejilla, cierro los ojos sintiendo su suave tacto.
—Te quiero, Elizabeth —su aliento choca contra mis labios.
Siento sus labios acercarse a los míos, no la detengo, el sabor es salado a causa de las lágrimas. Lo había echado tanto de menos. Sigo su ritmo lento, sé que quiere disfrutarlo, sé que con ese beso intenta enseñarme lo que siente y decirme que estoy equivocada. No quiero que acabe, quiero que dure más, por eso no la saco de su error y continúo besándola. Me separo con una sonrisa y reposo mi frente en la suya.
—Feliz cumpleaños, Becca.
—¿Puedo dormir contigo? —pregunta acariciando mi nariz con la suya— Hoy es mi cumpleaños —sonrío porque es lo que le dije en mi cumpleaños # 18 para convencerla de que se metiera al lago aquel día (aunque no era exactamente ese día).
Le hago un espacio al lado de la pared porque ella prefiere ese lado, Becca se acomoda entre las sábanas y después recuesta su cabeza en mi pecho. Está observando la luna, me uno a ella sintiendo el déjà vu.
—Puedes volver a casa cuando quieras —susurra.
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Hasta el fin del mundo.
RandomLa vida de Elizabeth está a punto de cambiar para siempre, ha vivido su corta vida huyendo de los demonios que persiguen a su familia, falta de dinero, adicciones, violencia y enfermedades. Elizabeth Monserrat termina viviendo junto a la chica más e...