Capítulo 40

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Rebecca.

Adrian me está esperando en una mesa ubicada en el balcón del restaurante. Es de comida italiana, el lugar tiene buena iluminación y decoración algo rústica. Llego a su lado, Adrian se levanta de la silla, arregla su traje formal y me invita a sentarme.

—Como siempre, es un placer verte —dice con una sonrisa ladeada.

—¿Cómo está Natalia? —pregunto tomando asiento.

—Está muy bien, algo triste luego de que, bueno, ya sabes.

El mesero trae dos platos y dos copas que sirve frente a ambos.

—Ordenaste por mí —digo sin gracia.

—Es delicioso ¡Te va a encantar!

No respondo su comentario, como los raviolis que tengo frente a mí sin decir más. Tengo muchas preguntas en mente que podría hacerle y todas están relacionadas con Elizabeth. Ella no está lista para hablarme de su abrumador pasado y yo no voy a presionarla. Si voy a enterarme de algo quiero que sea por cuenta de ella, por nadie más.

Estoy por terminar mi plato, y eso será todo. No lo habré hecho viajar en vano.

—¿Para qué me llamaste? —se oye inquieto.

—Cambié de opinión.

—Es poco usual en ti.

Me encojo de hombros y enfoco mi atención en la comida. No seré imprudente.

—Y... —es la primera vez que lo oigo inseguro— ¿Cómo está ella?

Entonces Adrian se preocupa por Beth, le importa. Por eso ha viajado hasta acá, que yo le haya pedido venir le había dado una excusa para hacerlo, porque en realidad solo había venido por su hermana.

—Está bien —él está jugando con su comida, tiene la mirada perdida.

—Alejandra es... —habla como si estuviese pensando en voz alta—... muy valiente. Recuerdo que cuando yo tenía 10 años, unos imbéciles me molestaban porque estaba gordo —frunce el ceño— llegué a casa llorando y Ale se preocupó mucho por mí, le conté lo que había sucedido. ¿Sabes que hizo al otro día?

—Déjame adivinar, les dio una paliza —digo sonriendo. Adrian se ríe, su risa es sincera.

—Debiste haberla visto —dice con nostalgia— Eran tres contra ella, cuando estaba perdiendo, ella tomo tierra en sus manos, la lanzó a sus ojos, me tomó de la mano y salimos a correr, nos escondimos en casa de Karla por horas, porque los chicos nos esperaban afuera —su voz pasa de la nostalgia a la tristeza— Solo tenía 9 años. Y era más valiente de lo que jamás he sido en mi vida.

Esto no encaja en mi cabeza. ¿Cómo pudieron distanciarse tanto? Su relación estaba muy deteriorada. Veo a Adrian y es un hombre arrepentido que se escondía bajo su arrogancia ¿por qué? ¿por qué me ha mostrado esta parte de él? Sus ojos me miran, su tristeza me da escalofríos.

—Cuídala, Rebecca —asiento con la cabeza.

Sé que hay mucho que me quiere decir, y que yo quiero saber. Se ha abierto conmigo, está vulnerable y probablemente tendría todas las respuestas que busco. No lo haré, no puedo.

Me levanto con esa sensación de necesitarla ahora más que nunca. Salgo del restaurante, me mareo, todo a mi al rededor da vueltas, me apoyo sobre mis rodillas, siento que algo está mal.

—¿Señorita, está usted bien? —escucho la voz de un hombre.

Tengo que encontrarla.

La llamo rogando que me conteste.

Hasta el fin del mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora