Capítulo 36

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Elizabeth.

Las caricias de Becca sobre mi espalda son mejores que el alcohol para dejarte inconsciente ¡Lo juro! Lo malo es que se supone que debería estar terminando de leer el ensayo en vez de estarme quedando dormida, lo gracioso es que cada vez que me quedo dormida ella me levanta pasando sus caricias a mi rostro.

La ley del habeas corpus es...

Siento el cosquilleo sobre mis mejillas, después sobre mi nariz, mis labios y mi barbilla, permanezco con los ojos cerrados.

—Despierta, Beth —susurra con ternura— Te estoy viendo sonreír —me avisa divertida.

—¡No es justo! —digo volteando a verla— Sabes que tus caricias en mi espalda me hacen dormir —una sonrisa delatadora se forma en sus labios— Lo sabía, lo haces a propósito.

—Solo intento leer este libro —me enseña su libro, que en realidad es mío.

—¿Es mío? —ella asiente con la cabeza.

—Terminé todos los que traje hace una semana —me explica volviendo su concentración al libro.

—¿Por qué no lo vas a leer en tu cama? —la reto.

—La tuya es más cómoda —pasa una de las páginas y sigue leyendo.

Su mano ya no está sobre mi espalda, lo que me hace reconsiderar mis palabras, me encantan sus caricias y los documentos son para la semana que viene. Estoy intentando alejarla sin ninguna razón.

Tocan la puerta, me levanto sin mucho ánimo de alejarme de Becca y abro. Es Pablo.

—Hola —me saluda sonriendo.

—Hola —digo extrañada— ¿Necesitas algo?

—Solo pasaba por aquí —veo que trae unos libros en sus manos.

—¡Oh, cierto! Tengo un libro tuyo ¿no es así? Adelante —le digo yendo a buscar su libro.

—Hola —saluda Pablo a Becca, ella lo examina de arriba a abajo para terminar dando un saludo con un movimiento de cabeza.

—Perdónala, es un poco tímida —la molesto, Becca sigue con su libro.

—No sabía que tenías una nueva compañera de habitación.

—Y yo no sabía que los hombres podían entrar al dormitorio de mujeres —observo a Becca sorprendida por sus palabras.

Hoy está más antipática de lo normal.

—No le hagas caso, Pablo —le digo— ¡Lo encontré! Toma —le entrego el libro— Gracias por prestármelo.

—No es nada —recibe el libro— Sobre eso, tengo un amigo en último semestre y me pasó las copias de sus apuntes de la clase de derecho penal.

—¡No te creo! —digo emocionada, él me muestra las copias que lleva en su mano y me la entrega— ¡Es genial! ¿Me la prestas?

—De hecho, esas son tuyas —sus mejillas se sonrojan.

—No inventes ¡Gracias! —le doy un abrazo y sigo hojeando las copias.

—Pensaba que tal vez podríamos estudiar juntos para el examen.

—Sí, claro, cuando quieras.

—¿Qué tal ahora? —pregunta motivado.

—Ahora... —digo viendo a Becca con disimulo, su ceño está levemente fruncido— Ahora no puedo, tengo que hacer unas cosas —continuar mi sesión de caricias, para ser más específica— Pero mañana en la mañana estaría de maravilla ¿puedes?

Hasta el fin del mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora