Capítulo 38

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Rebecca.

¿Aluna vez han sentido que es imposible respirar, aunque eres consciente de que no hay nada malo en el ambiente? Como si tus pulmones hubieran decidido dejar su funcionamiento a un lado sin ninguna razón. Así me siento en este preciso instante.

Mi frecuencia cardíaca aumenta. Tengo náuseas. Me estoy quedando sin aire. Tengo que salir de aquí. Mis piernas me fallan y me hacen caer. El recuerdo se repite en mi cabeza. Los síntomas se hacen más potentes, me abrazo a mis rodillas y escondo mi cabeza entre mis brazos. La escena se repite y se repite.

No más, no quiero que siga.

No tengo control sobre mí, alguien está a mí lado, no me interesa saber quién es, solo quiero recuperar el aire y frenar el dolor en mi pecho.

Mírame.

Su voz hace eco en mi interior, vuelvo a escuchar con normalidad, los murmullos al rededor, los sollozos.

—Mírame —toma mi rostro entre sus manos y lo inclina a mirarla— Todo está bien —susurra antes de envolverme en sus brazos.

Me mece en sus brazos, los sollozos que escuchaba hace uno segundos eran míos, mi respiración agitada se empieza a estabilizar, la presión en mi pecho disminuye.

—Ya fue suficiente —escucho a Zeus— Pueden seguir con sus vidas. Adelante.

Los murmullos se hacen menos ruidosos hasta llegar a desaparecer. Lo único que quiero escuchar son los latidos de su corazón, su ritmo acelerado contribuye a que mi ritmo disminuya.

—Eli, vamos —su voz áspera hace que me pegue más a ella.

—No te vayas —susurro.

—Vete, Omar —la voz de Elizabeth es autoritaria.

—¿Disculpa? —el chico se escucha indignado.

—¿No escuchaste? ¿Te limpio los oídos? —interviene Zeus.

—Vamos adentro —me dice Beth.

Primero se pone de pie ella y después me ayuda a levantarme con delicadeza como si fuera una pieza frágil de porcelana. Caminamos hasta la habitación, Elizabeth no me suelta ni por error. Me sienta sobre la cama y se agacha frente a mí, sus ojos detallan mi rostro, se ve afligida. Extiende su mano y acomoda detrás de mi oreja los mechones de mi cabello.

—¿Necesitas algo, hermosa?

—Que te quedes conmigo.

—No voy a ir a ningún lado ¿vale? —vuelve a abrazarme— Qué susto me diste, Becca. No vuelvas a hacer algo así.

—¡Chicas! ¿Está todo bien? ¿Necesitan algo? —Zeus entra agitado al dormitorio con una botella de agua en la mano.

—Sí, privacidad —responde Elizabeth.

—¿Estás bien, Becky? —Zeus se acerca consternado.

—Me siento mejor.

—Si necesitas algo no dudes en llamarme —dice tomando mis manos.

—Te acompaño a la puerta —le dice Beth, ambos se levantan hacia la salida, es cuando noto lo que ella lleva puesto. Una camisa blanca que es cuatro veces su talla. Observo su ropa esparcida por la habitación. Se me hace un nudo en el estómago. Elizabeth vuelve conmigo, mi mirada se desvía a las marcas de su cuello. Me siento tan impotente. Elizabeth coloca la mano en su nuca para intentar tapar mi visión.

—Vamos a lavar tu rostro —me dice con una sonrisa. Tomo su mano que reposa en su cuello y la retiro de ahí.

—¿Por qué estabas con él? —no me quita la mirada.

Hasta el fin del mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora