Capítulo 8

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Me duele todo. Acabo de despertarme y siento como si me hubieran atropellado. La cabeza me late y apenas me deja pensar y el costado me da punzadas de dolor constantes.

De repente recuerdo dónde estoy e intento incorporarme, pero el costado me duele y me recuesto de nuevo. Intento pensar con claridad pese al dolor. ¿Qué me ha pasado? Recuerdo huir de un laboratorio. No podía permitir que me hicieran pasar por eso otra vez...

El hilo de mis pensamientos se interrumpe cuando reparo en la figura que yace con la cabeza apoyada sobre la cama. Intento moverme pero el costado me vuelve doler y dejo escapar un quejido. El hombre de antes, recuerdo que dijo llamarse Steve, levanta la cabeza y me mira. Parece que se quedó dormido sin pretenderlo.

- ¿Estás bien? -pregunta de inmediato. Me ha oído quejarme y se ha despertado alerta.

- Claro que estoy bien -miento secamente.

Su preocupación por mí me desconcierta, no lo conozco, no me debe nada. Entonces, ¿por qué me cuida? Porque resulta evidente que se preocupa por mí como nadie que yo recuerde lo había hecho hasta ahora.

Se levanta y se acerca a mí. Me tenso. No sé qué me va a hacer. Estira la mano y la posa con suavidad sobre mi frente.

- Aún tienes fiebre -parece angustiado mientras retira la mano y se gira hacia la mesilla de noche.

El breve contacto con su mano me ha dejado confuso. Muy confuso. No me gusta que nadie me toque, odio todo el contacto físico. Pero el suyo no, el suyo me relaja y, de alguna forma, me resulta extrañamente familiar. Vale, ahora si que estoy delirando. ¿Familiar? ¿Cómo me va a resultar familiar? Si yo nunca había visto a este hombre antes, ¿verdad? Me odio a mi mismo por no recordar nada. Me siento vacío. Soy el Soldado de Invierno. No, yo era el Soldado de Invierno, me corrijo, me encargaban matar gente y yo lo hacía. No me fijaba en quienes eran, ni en sus rostros, todos ellos no son más que una nebulosa en mi mente. Nunca me paraba a pensar en lo que hacía, era incapaz de sentir remordimientos. Pero ahora, de repente, esas muertes me pesan encima como una gran losa. Aparto esas ideas de mi cabeza, lo último que necesito ahora es sentirme más confuso.

- ¿Te duele mucho? -pregunta entonces él.

Me mira con atención y, cuando parece darse cuenta de que no voy a contestarle, se vuelve hacia la mesilla que hay junto a la cama y coge un vaso de agua y una pastilla que, juraría, no estaban ahí antes. Me tiende ambas cosas con gesto cansado. Dudo. No sé si debería cogerla, podría contener cualquier cosa. No sería la primera vez que alguien intenta matarme con veneno. Por otra parte, no tendría sentido curarme las heridas para matarme después, ¿no? Consciente de mi vacilación, Steve sigue hablando.

- Es solo ibuprofeno -me asegura con voz suave-. Te bajará la fiebre y hará que el dolor remita un poco.

No sé por qué, pero su tono de voz acaba de convencerme. Me creo lo que dice y acabo cogiendo la pastilla que me tiende, así como el vaso de agua. Me trago la pastilla y vacío el vaso. No soy consciente de la sed que tenía hasta que no me descubro bebiendo hasta la última gota. Le devuelvo el vaso y me armo de valor para preguntarle lo que lleva rondando mi mente todo este tiempo, bueno, una de las cosas.

- ¿Qué me ha pasado?

No entiendo por qué me duele tanto el costado pero no me he atrevido a levantar las vendas para comprobarlo. Steve, me digo que debo empezar a referirme a él por su nombre, rehuye mi mirada.

- ¿Qué me ha pasado? -inquiero de nuevo bruscamente. Necesito saberlo o me volveré loco.

Steve parece claudicar ante mi insistencia. Nervioso, me contesta.

- No lo sé en realidad -comienza-. Te encontré en esa base abandonada y cuando te traje aquí me di cuenta de que tenías una herida de bala en el costado -trato de asimilar la información cuando de repente el mismo recuerdo que tuve hace unas horas viene a mi mente. Me dispararon mientras huía, comprendo, pero me guardo esa información para mí. Me siento tentado de preguntarle por qué me estaba buscando, pero decido dejar esa conversación para cuando no me duela tanto la cabeza.

Ante mi silencio Steve se levanta y se dirige a la puerta.

- Descansa un poco mientras el ibuprofeno te hace efecto. Haré algo de comer.

Me dirijo a él cuando está a punto de salir por la puerta.

- Steve -sorprendido ante el sonido de mi voz llamándolo por primera vez por su nombre, se gira, interrogante-. Gracias -susurro tan bajo que temo que no me oiga. Pero lo hace, sus labios se curvan en una breve sonrisa y murmura un suave "de nada".

Sale de la habitación y me deja solo, preguntándome qué demonios me pasa. Por algún motivo que no comprendo parezco haber decidido confiar en la primera persona que se ha preocupado mínimamente por mi. No entiendo por qué todo yo parece querer, desesperadamente, confiar en este hombre. Con ese pensamiento aún dando vueltas en mi cabeza y el dolor disminuyendo me acomodo y vuelvo a dormir.

Hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora