Estoy cansado de la rutina. Todos los días me levanto, trabajo tratando de ayudar en lo que puedo y vuelvo a casa para dormir y estar listo para hacer lo mismo el día siguiente. Aunque ni siquiera soy capaz de dormir bien. Desde que soñé con el día que disparé a Natasha, fragmentos de recuerdos aparecen en mi mente cada vez que cierro los ojos. Suelen ser fragmentos distintos e inconexos pero todos tienen algo en común, un chico rubio de corta estatura y extremadamente delgado es siempre el protagonista. No sé quién es, porque en mis sueños su cara aparece borrosa, imposible de identificar, pero necesito averiguarlo. Parece haber sido alguien importante de mi pasado.
Harto de todo, decido aprovechar uno de los pocos días que hemos vuelto pronto de la base para reunir el valor necesario para pedirle algo a Steve, quien, sentado en el sofá, me mira ceñudo.
- ¿Pasa algo? -pregunta como si me leyese la mente.
- Me gustaría salir -suelto sin pensarlo. Si lo hiciera no me atrevería a pedírselo nunca. Sobre todo teniendo en cuenta cuánto se enfadó el día que salí de aquel motel ruso por la ventana.
- ¿Quieres decir que te apetece dar una vuelta por la ciudad? -empiezo a pensar que esto ha sido una mala idea, pero ya he llegado hasta aquí, así que asiento tratando de mostrar convicción-. De acuerdo, puedo enseñarte la zona ¿Te parece?
Cuando termina de hablar apenas puedo creer sus palabras. Hace días que pienso en pedírselo, pero siempre me he echado atrás, convencido de que se negaría o que incluso se enfadaría. Nunca pensé que se lo fuese a tomar tan bien. No sé si termina de gustarme la idea de pasar toda la tarde a solas con Steve pero, sin conocer la ciudad, es mi mejor opción.
- Claro -asiento afirmativamente ya de camino hacia mi habitación-. Me cambio y estoy listo.
- Perfecto, te veo en 10 minutos.
Entro en el cuarto y me acerco a la cómoda, llena de ropa que Steve insistió en comprarme, para sacar unos pantalones y una camiseta limpia. Cuando salgo, ya calzado, Steve ya está fuera esperándome. Me encuentro a mí mismo repasando su conjunto, desde los vaqueros azul oscuro hasta la camisa informal que lleva con el último botón desabrochado. Steve se da la vuelta para coger un chaqueta del perchero junto a la puerta y yo aparto la vista cohibido. Espero que no se haya dado cuenta de mi escrutinio.
Abandonamos el edificio y caminamos un rato en un silencio que no resulta incómodo. Steve me cuenta, de vez en cuando, pequeños datos sobre las calles que atravesamos. Este es el barrio en el que se crió y parece encantado de poder mostrarme cuanto sabe sobre él. Yo le escucho, asustado por la extraña familiaridad que me produce esta ciudad.
- ¿Recuerdas haber estado antes en Nueva York? -me pregunta mucho tiempo después mientras cruzamos a pie uno de los puentes que unen Brooklyn con Manhattan. El Empire State Building, que ya es visible a nuestra izquierda, se ilumina justo entonces. Apenas me he dado cuenta de que ha oscurecido, el tiempo ha pasado volando.
- Si, cuando intenté… Cuando ellos me enviaron a… -las palabras se me atascan en la garganta y se niegan a salir.
- Cuando viniste a matarme -afirma Steve con sencillez.
- Sí -confieso bajando la cabeza repentinamente avergonzado-. Lo siento mucho -digo tras un largo silencio-. Creo que aún no me había disculpado contigo por aquello.
- Ey -Steve se detiene de golpe en medio de la acera y me mira fijamente a los ojos-, no te preocupes. Ese no eras tú. Te estaban controlando.
No puedo evitar agachar aún más la cabeza, rompiendo el contacto visual. No sé por qué, pero cada vez me resulta más insoportable la idea de haber intentado matar a Steve, aunque lo hiciese bajo el control de Hydra.
- ¿Y antes de eso? -retoma la conversación Steve mientras vuelve a caminar a un ritmo normal.
- La verdad es que no lo sé. No recuerdo ninguna de las calles pero, de alguna manera, todo me resulta familiar.
Steve asiente y volvemos a caminar en silencio. Llegamos a Central Park cuando ya es casi totalmente de noche. Pasamos junto a un puesto de perritos calientes para llevar y Steve insiste en pedir dos pese a mi reticencia. No es que no me apetezca, estoy muerto de hambre tras la caminata, es solo que no quiero ser una molestia para él, y últimamente ya ha gastado suficiente dinero en mí.
Cuando tenemos nuestra improvisada cena nos sentamos en una explanada cubierta de césped, cerca del estanque. Los vaqueros se me mojan debido a la humedad de la hierba, pero no me importa, estoy demasiado ocupado disfrutando de la sensación de estar sentado en el césped por primera vez desde no recuerdo cuando. Todo lo anterior a Hydra no es más que una nube borrosa en mi memoria.
Comemos sin hablar demasiado, estoy demasiado asombrado por el espectáculo de luces que es Manhattan de noche como para mantener una conversación. Hace poco que hemos terminado nuestra comida cuando Steve se vuelve hacia mí y, sacando un paquete del bolsillo interior de su chaqueta, me lo tiende. Yo le devuelvo una mirada sorprendida.
- Cógelo -me anima-. Es para tí.
Le hago caso y empiezo a desenvolverlo con cuidado. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me hizo un regalo? Cuando termino de retirar el papel descubro que el misterioso objeto es un cuaderno.
- Es una especie de diario -me explica-, para que apuntes las cosas que recuerdas. He pensado que igual te ayudaría a ordenar un poco el caos que debe haber en tu mente, aunque puedes usarlo para lo que quieras claro.
- Steve, no hacía falta… -digo inseguro. No creía que se tomase tan en serio mi problema de memoria.
- No digas tonterías, solo intento ayudar -me corta sonriente- ¿Te gusta?
- Mucho -afirmo con énfasis. No miento, me ha parecido un detalle precioso que se preocupe por mí, aunque sigo sin entender por qué se toma tantas molestias- Gracias, de verdad. Me encanta.
- De nada. Espero que te sirva de ayuda.
Esbozo una pequeña sonrisa y acaricio las tapas de cuero de mi nuevo cuaderno antes de guardármelo con cuidado en el bolsillo.
- Deberíamos volver ya -señala Steve-. Mañana tendremos que madrugar de nuevo así que podríamos coger el metro, llegaremos a casa mucho más rápido que andando -se incorpora y se sacude los vaqueros con energía.
~
Steve tenía razón, el trayecto ha sido breve y yo decido que me gusta el metro. Entre tanta gente es difícil que alguien se fije en tí. Te sientes anónimo. Y, aunque he tratado de mantener el brazo metálico oculto en el bolsillo de mi chaqueta como he hecho durante toda la tarde, me da la sensación de que no sería lo más raro que ninguna de las personas que van con nosotros en el vagón hayan visto.
- Gracias por el paseo -digo cuando entramos en el apartamento.
- Cuando quieras. Espero haber sido un buen guía.
- Lo has sido -le aseguro.
- Me alegro. Buenas noches Bucky.
- Buenas noches Steve.
Entro en mi habitación cerrando la puerta al pasar y dejo el cuaderno que me ha regalado Steve sobre la mesita de noche que hay junto a la cama. No esperaba en absoluto pasármelo tan bien. Creía que sería una tarde incómoda y que, al final, estaría deseando llegar a casa para poder alejarme de Steve, pero ha sido todo lo contrario. Me lo he pasado realmente bien escuchando sus anécdotas al pasear por las calles de Brooklyn, me he sentido en paz por primera vez en mucho tiempo. Pese a que me cueste admitir que ha sido gracias a él, he de reconocer que, por algún motivo, su presencia me calma. Descubro, con sorpresa, que realmente me gusta pasar tiempo con Steve, y eso es algo que no me esperaba en absoluto. Poco a poco, estar con Steve ha dejado de ser una obligación que aceptaba resignado para convertirse en algo que disfruto haciendo, aunque no me he dado cuenta de cómo había cambiado la situación hasta esta tarde.
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Hasta el final
Fanfic"¿Me había recordado?" Hace dos días Steve estuvo a punto de morir. No pudo hacer nada para evitar caer de la nave pero Bucky, su mejor amigo, le sacó del agua. El único problema es que Bucky no recuerda a Steve, ¿o sí?