Capítulo 28

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Cuando me decido a salir de la cama ya es por la tarde. Apenas he conseguido dormir esta noche debido al fuerte dolor de cabeza que me acompaña durante todo el día desde hace algún tiempo. Lo único peor que el dolor de cabeza son las pesadillas, desde el día en que Steve y yo salimos a pasear son cada vez más nítidas, más... reales, creo que algunas podrían ser recuerdos pero, cuando trato de recordar los detalles, el dolor de cabeza se incrementa y siento como si me fuese a estallar.

El propio Steve ha sido quien ha insistido en que hoy me quedase en casa descansando en lugar de ir a la base, no sin antes dejar su número de móvil escrito en un post-it que ha pegado en la nevera.

El dolor de cabeza empeora considerablemente cuando me levanto, asi que decido ir a por un ibuprofeno. Espero que a Steve no le importe que busque entre sus cosas, pero de verdad no puedo aguantar más, ni siquiera puedo pensar con claridad.

Me acerco al mueble del que Steve sacó las pastillas ayer y, aunque soy consciente de que no hay nadie más en el apartamento, abro el cajón intentando hacer el menor ruido posible e intento no descolocar nada, no quiero que Steve se enfade. Lo primero que veo es el cuaderno en el que tan a menudo lo he visto dibujar, sentado en la escalera de incendios. Levanto el cuaderno con cuidado para buscar el ibuprofeno debajo y me doy cuenta de que una de sus hojas se ha caído al suelo, bocabajo.

Me inclino y, al recogerla, me doy cuenta de que no es una hoja, sino una fotografía. El escuálido joven rubio que sonríe algo incómodo es lo primero que capta mi atención, es igual al que protagoniza muchos de mis sueños, es igual, comprendo de pronto, que Steve, sólo que mucho más... pequeño, no hay ni rastro de los fuertes brazos del hombre que me encontró en Rusia. Analizo con avidez el resto de la fotografía en busca de respuestas. En el fondo, un cartel reza "Bienvenidos al futuro: Expo Stark".

Es entonces cuando lo veo, cuando me veo. Pelo negro y oscuro, mucho más corto que ahora, ojos de un vivo azul grisáceo... el joven que rodea los hombros del chico rubio, pese a lo mucho que he cambiado, soy yo.

De pronto, una punzada de dolor me atraviesa el cerebro haciéndome caer al suelo llevándome las manos a la cabeza, mientras una serie de imágenes se suceden unas tras otras en mi mente a una velocidad vertiginosa.

Steve, La Expo Stark, Steve, la 107...

Hydra me captura. Experimentan conmigo. Me clavan agujas, muchas agujas. Me hacen daño, mucho daño.

Me quiero morir.

Me desmayo.

Me despierto. Veo a Steve. Solo que no es Steve. No es el chico escuálido que dejé en Brooklyn. Es todo un soldado.

Creo que todo es un sueño, pero Steve me salva y me saca de allí.

Estamos juntos de nuevo.

De rodillas sobre el suelo de madera, se me escapa un gemido de dolor. Intento concentrarme en lo que acabo de recordar y en ese momento todo encaja, como las piezas de un rompecabezas. El chico rubio es Steve Rogers, el Capitán América, mi mejor amigo. Ahora por fin comprendo, no solo la inexplicable sensación de familiaridad que me producía Steve, sino también por qué se preocupa tanto por mí, por qué me trata tan bien, por qué fue a buscarme a Rusia, por qué no parece tenerme miedo como todo el mundo, por qué sabía que cosas me gustaban incluso aunque yo no lo supiera, porque Steve era mi mejor amigo.

Ignorando el constante dolor de cabeza me levanto y miro en el cajón en busca de algo que me pueda ayudar a recordar más detalles. Al fondo del cajón hay un álbum de fotos, que, al abrirlo, me revela cientos de instantáneas, desde fiestas de cumpleaños hasta viajes y excursiones.

Hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora