Capítulo 12

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Tumbado en la cama no dejo de pensar. Sé que no puedo quedarme aquí, pero tampoco sé a dónde ir. No sé a qué distancia estoy de la base, pero dudo que sea suficiente. Repaso mentalmente mis opciones mientras el dolor del costado me recuerda cómo logré a duras penas huir la última vez. Al menos, pienso, ya no me duele tanto como al principio, y, por mucho que me cueste admitirlo, eso es algo que tengo que agradecerle a Steve. No entiendo por qué se preocupa tanto por mí. Fue a buscarme hasta aquella base abandonada y me trajo aquí para curarme. Intento recordar la última vez que alguien me cuidó así, pero me doy cuenta de que no puedo. Intento recordar si quizá él y yo nos conocemos de algo, pero tampoco puedo. De pronto odio que me borrasen la memoria. Cuando matas a alguien para una misión es más fácil no recordar los detalles, su rostro, sus palabras implorando una piedad que no tendrá... pero hoy daría lo que fuera por recordarlo todo con tal de poder aclarar un poco el caos que reina en mi cabeza. Sin conseguir apartar esas ideas de mi mente, me quedo dormido.

~

Cómo Steve prometió, mi ropa limpia está cuidadosamente doblada en una silla junto a la cama, al lado de un rollo de vendas limpias y un bote de antiséptico. Cojo todo y me meto en el estrecho cuarto de baño, dónde encuentro una toalla guardada bajo en lavamanos. Con cuidado retiro el vendaje que llevo puesto y me miro la herida con ayuda del espejo. No es una vista agradable, pero al menos no parece infectada. Me ducho rápidamente, intentando no gastar mucha agua. Me seco con la toalla y, tras ponerme el bóxer y los pantalones, decido ir a la habitación para ponerme bien la venda nueva. Dejo la camiseta sobre la cama y desinfecto la herida. Cuando he acabado intento colocar la venda nueva en su sitio, pero la herida me tira cada vez que debo girar el torso. Estoy a punto de darme por vencido cuando Steve entra en la habitación.

-¿Necesitas ayuda? -pregunta acercándose.

- No quiero ayuda. Puedo hacerlo solo -suelto bruscamente.

- No he preguntado si querías ayuda, sino si la necesitas -su imperturbabilidad me saca de mis casillas, parece incapaz de alterarse con nada.

- Y yo te he dicho que no -replico tratando nuevamente de colocarme las vendas. Hago una mueca cuando la herida me da un latigazo de dolor. Steve se acerca entonces e, ignorando mis protestas, me quita la venda de la mano.

- Siéntate en la cama -ordena con autoridad pero usando un tono amable. Al principio dudo, pero acabo claudicando y obedeciendo. Me siento donde él me ha indicado, con las espalda erguida para facilitarle la tarea. Steve se arrodilla junto a mí y, con movimientos precisos, comienza a vendarme el torso con delicadeza. Me sorprende la seguridad de sus movimientos, parece un profesional.

- ¿Eres médico? -las palabras escapan de mis labios antes de que me dé tiempo a pensarlas.

- No. Soldado -dice tras un breve titubeo-. Por desgracia esta no es la primera herida de bala que veo, ni mucho menos la peor -en su voz detecto un leve matiz de tristeza.

- ¿Tuviste que ir a la guerra? -no imagino a este hombre de voz suave matando gente bajo las órdenes de otros.

- Sí, hace ya mucho tiempo. Todo era distinto entonces -la melancolía de su voz me sorprende. Lo miro con atención, no puede tener más de treinta años, pero habla como si hubiese vivido más, muchos más. Steve es todo un misterio para mí, no entiendo sus acciones, ni mucho menos las razones que las motivan. Cuando dijo que era un soldado temí que esa fuera la razón por la que me buscaba, pero, si ese fuese el caso, si le hubiesen enviado a matarme, no se habría tomado tantas molestias para curarme, ¿no?

Steve acaba cuando el silencio entre los dos empieza a ser demasiado incómodo.

- Gracias -digo mientras me paso la camiseta por la cabeza con cuidado.

- Bucky -me llama-. No te vayas -me pide. No entiendo por qué se niega tan fervientemente a dejarme marchar.

- Debo hacerlo, y tú no eres nadie para impedírmelo.

- Entonces déjame ir contigo.

- No. No pienso involucrar a nadie más en esto -digo tajante mientras salgo de la habitación por primera vez. Veo la puerta principal y me dirijo hacia ella.

- Yo creo que ya estoy bastante involucrado, ¿no te parece? -exclama detrás de mí.

Me doy la vuelta para contestarle y ya estoy abriendo la boca cuando el sonido de la ventana al romperse nos sobresalta a ambos. Me giro a tiempo de ver como estalla la bomba de humo que ha roto la ventana.

Mierda.

Mierda.

Me han encontrado.

Me han cogido por sorpresa, y dudo que acabe bien.

- Vete ahora que aún puedes -le grito a Steve mientras me preparo para hacer frente a cualquiera que entre. No sé por qué, pero algo en mí me pide desesperadamente que proteja a este hombre.

- No pienso dejarte solo -me asegura. Recuerdo de pronto la pesadilla de la otra noche. Steve me ha dicho las mismas palabras que el hombre de ese sueño que era, pienso de pronto, muy parecido a él.

Tengo que abandonar rápidamente mis reflexiones cuando una figura vestida de negro derriba la puerta y se acerca a mí. Gracias al hueco que hay ahora donde estaba la puerta el humo empieza a disiparse, lo que me permite advertir a, al menos, otras cinco figuras irrumpiendo en el salón. Intento mirar a Steve pero la figura que se acerca acapara toda mi atención. Estoy ganándole terreno a mi adversario cuando otro más se suma a él, obligándome a luchar simultáneamente contra ambos. Dejo a uno inconsciente gracias a un certero golpe en la nuca.

Aprovecho la breve conmoción de mi otro atacante para echar un vistazo a Steve, me preocupa que necesite ayuda. Lo localizo cerca de la entrada del dormitorio, con cuatro enemigos inconscientes a sus pies que bien podrían estar muertos, y luchando todavía con el quinto. Me sorprende su habilidad, parece haber entrado en modo combate, no queda en él nada del hombre que hace menos de diez minutos me ha vendado la herida con suavidad extrema, ahora mismo es un soldado, y uno muy bueno. En ese momento se gira hacia mí y me dedica una breve sonrisa de aliento. Seguro de que puede arreglárselas solo vuelvo a centrarme en mi oponente. Lanzo un puñetazo alto que él detiene a escasos centímetros de su cara.

No veo venir su patada, que me alcanza de lleno en el flanco herido. Me encojo y caigo al suelo con un gemido de dolor. Mi enemigo intenta rematarme ahora que estoy en el suelo, giro sobre mí mismo para evitar otro golpe y consigo desviar el segundo. El tercero me acierta de nuevo en la herida y me deja inmóvil por el dolor.

Estoy seguro de que va matarme cuando veo que Steve, que ha noqueado a su contrincante, me lo quita de encima y empieza a pelear con él. Echo un vistazo rápido a mi alrededor, pero no queda nadie más en pie.

- Espera -lo detengo cuando está a punto de darle el golpe definitivo. Me levanto con dificultad intentando apoyar el peso sobre la pierna opuesta a la herida-. Quiero saber quién lo envía.

Hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora