Capítulo 2

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Confusión. Es la palabra que mejor describe cómo me siento ahora mismo. Estoy confuso. No sé dónde estoy ni cómo he llegado hasta aquí. Me asusto, no recuerdo nada. Antes de abrir los ojos intento ordenar mis pensamientos.

Me duele la cabeza.

Me duele el costado.

Estoy tumbado en una...¿camilla?

No parece que me hayan atado.

Lentamente abro los ojos. Pensé que vería un frío pasillo, similar al de un hospital, pero me sorprendo al ver que, lo que tenía por una camilla es, en realidad, una cama y que me encuentro en una pequeña e impersonal, aunque acogedora, habitación. Unas cortinas polvorientas dejan entrar un pequeño rayo de sol que basta para iluminar la estancia, a juzgar por la luz, está amaneciendo. Las paredes, desnudas, de un beige desvaído, hacen juego con las dos sillas que se hallan cerca de la cama de matrimonio en la que estoy tumbado. La habitación tiene dos puertas, no parece que nadie viva aquí con regularidad, desde luego no es lo que se podría esperar de la casa de alguien. Me han quitado el traje de combate y, en su lugar, me han puesto una ligera camiseta gris y unos pantalones negros que, he de admitir, son bastante cómodos. Esto sólo consigue que esté aún más confuso. ¿Cómo he acabado aquí? Intento recordar.

Gritos. Frío. Una voz gritando órdenes. Dice algo sobre un Soldado de Invierno, ¿quién es el Soldado de Invierno? Me duele la cabeza. Recuerdo. Yo soy el Soldado de Invierno. No, ya no. Ahora soy Bucky. No sé de dónde viene ese nombre pero lo siento mío de alguna manera. La realidad de esta afirmación me golpea. Miro a mi alrededor. Estoy en un laboratorio. No, no pueden hacerme daño otra vez. No pueden obligarme a olvidar de nuevo. No quiero. No es justo. Huyo. Echo a correr. Me persiguen. Me disparan. No sé si algún disparo me alcanza. No me paro a comprobarlo. Subo a una moto. Conduzco durante un buen rato, no sé cuánto tiempo. De alguna manera algo me lleva a otro laboratorio. No, no es otro laboratorio. Ahora lo recuerdo. Es el laboratorio donde me hicieron ser lo que soy. Que irónico. Entro. Está abandonado. Puedo descansar aquí hasta que tenga fuerzas para marcharme. Necesito un plan. Me duele el costado. Estoy pensando que hacer, de pie en una gran sala, cuando lo veo. Un hombre está en la puerta. Mirándome. Le ataco. Me ataca. Peleamos. Caigo al suelo. Y, luego, negro.

No recuerdo nada más.

Unos pasos me sacan del trance en el que me han sumido mis recuerdos. Me tenso, listo para cualquier cosa. Pronto sabré cómo he acabado aquí.

La puerta que se halla frente a mí se abre y aparece el hombre de la pelea. Esta vez me fijo en que es rubio. Y alto. Más que yo. Aunque eso no será un problema para vencerlo en combate.

Hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora