XXXXVIII

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—¡Es un idiota! —Exclamo mientras corro de un lado a otro guardando todas las cosas en el bolso.

Todos habían salido corriendo a prepararse para volver de inmediato a Deeplake pero Muller se había quedado ahí parado mirándome como corro para todos lados

—¡Al imbécil no se ocurrió mirar una foto de Max antes y eso que venimos a buscarlo! ¡Igh! ¡Lo mataría!

—Tranquila.

—¡No! —Me quito la toalla que me envuelve y cojo un Jean negro y ajustado. —¡Dios! ¡Estamos aquí débiles y solos y Max es un enfermo!

Doy saltitos intentando entrar al Jean y luego, cojo un sujetador y me lo coloco. Camino en Jean y sujetador por toda la habitación guardando las cosas que faltaban. Por una extraña y bonita razón, no me avergonzaba por mostrar mi cuerpo frente a Muller. Y él era suficientemente tierno como para solo mantener la mirada en mi rostro –o al menos cuando lo miró finge mirar a otro lado

—Por Dios. No me puedo imaginar que… —Me detengo en seco y miró con los ojos achinados un punto ciego en la habitación. —Debería llamar a mamá. ¿Buscas mi móvil por favor?

Por fin parece reaccionar y busca mi teléfono sobre la cama. Escucho como comienza a llover mientras que entro al baño y guardo todo en mi neceser.

Al girarme, me choco contra el pecho y suelto un grito.

—¡Muller! ¡No aparezcas de la nada! —Chilló golpeando su torso. Él se ríe y me entrega el móvil.

Llamó a mamá y sostengo el teléfono con mi hombro inclinando mi cabeza hacia el costado. Ella me atiende al tercer tono.

—¿Mamá?

—¡Arzaylea Brown! —Grita. Rodee mis ojos. —¡Te has ido sin avisarme! ¡Sin darme un beso! ¡No lo puedo creer! —Muller suelta una carcajada sonora y lo fulmino con la mirada.—¿Con quien estas?

—Estoy con Muller. ¿Lo recuerdas? Tomo café con nosotras y tía Rose.

—¡El sordo mudo! —Exclama alegre. —Pregúntale como está.

—¿Si es sordo mudo como le pregunto?

—¿Estas aceptando que es sordo mudo?

—Mamá, siempre dices que es sordo mudo.

—Y tu niegas que es sordo mudo.

—Porque no es sordo mudo.

—Pero acabas de decir que si es sordo mudo.

—Yo no dije…

—Sordo mudo. —Dice Muller, pensativo.

Negué con la cabeza frenéticamente.

—Mamá, céntrate ¿Si? Iré en unas horas, vuelvo de inmediato. Por favor cierra la puerta con seguro y no salgas de la maldita casa. Quédate ahí y no le abras a nadie. A absolutamente nadie

—¿Pero qué…?

—Te llamo luego. Te amo.

Cuelgo y guardo el teléfono en mi bolsillo trasero del jean. Si seguía hablando probablemente me haga un interrogatorio donde no podría contestar la mayoría de cosas. Una vez que guarde todo, note que Muller se había quedado parado mirando el suelo con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —Pregunté. Deteniéndome en seco para mirarlo —Hey. —Me acercó a él lentamente.

—Nada. —Niega con la cabeza. —Hambre.

Maldición Alemana [#1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora