XXXXI

1.2K 133 11
                                    

Maraton 2-2

Alerta: en ese capítulo se narrará partes de sexo explícito.

Y aquí estaba yo.

En esta maldita y estúpida casa victoriana.

Para no sentirme tan estúpida conmigo misma le pedí a Becker que sea nuestro secreto, que mi presencia allí solo quede entre nosotros y él lo ha prometido. Entramos por la ventana, evitando que alguien nos pueda ver, Becker aseguró la puerta con seguro y ahora, encerrados en su habitación, solo deseo mentalmente el poder detener mi hambre rápido e irme de aquí.

Y por más que deseara estar lejos de aquí, ahora mismo Becker era mi única salvación. Si tengo hambre y ataco a alguien, nadie podrá detenerme. Pero si tengo hambre y Becker está cerca de mi, me podrá detener dado que él también tiene fuerza demoníaca como para apartarme como antes ya lo ha hecho.

Asique, era momento de simplemente admitir que necesitaba a Becker.

—Solo podré estar aquí como mucho dos horas, y debo irme a casa. —Advertí, —Mi madre se preocuparía y no quiero un sermón de nuevo.

—Me pondré una alarma así no nos olvidamos. —Dice, sacando su teléfono. Acción que ganó un poco más mi confianza.

—¿Qué pintas? —Pregunté, acercándome a un montón de lienzos sobre la mesa, apilonados.

—Arte oscuro.

Me acerco y comienzo a examinarlos con la mirada. Definitivamente si era arte oscuro, todo era muy opaco, sombrío y tenebroso, sus pinturas eran extrañas y daban miedo. Pero se podía ver muy claramente que era un buen pintor.

—¿Cómo crees que podré controlar mi hambre?

—No lo sé, no soy el indicado para hablar de ello. —Admitió. —Mi truco es apartarte de todos al sentir hambre, aunque cuesta, te servirá.

No contesto. Diablos, si que cuesta detenerse. Dudo que pueda detenerme por voluntad propia.

—Me gustaría sentir lo que siento al alimentarme pero sin matar a nadie. —Admití. —Por momentos tengo ganas de atacar a todos para alimentarme y por otros momentos: me preocupo.

—Lo que sientes al alimentarte es placer por el dolor. El sexo también te da placer pero no es tan efectivo como el sentir dolor. Es como comer una ensalada en ve de comer una gran hamburguesa.

—No te creo.

—Pruébalo.

Mmm…

—¿Qué quieres que pruebe? —Me río entre dientes —¿El sexo masoquista?

—Solo sexo.—Alza las manos en el aire

—Quizá, debería de ir a la habitación de Muller. Después de todo, es el único que me cae bien.

Su sonrisa pícara se esfuma al instante y me achina sus ojos, solté una risa divertida pero suelto un grito ahogado cuando de un brusco y veloz movimiento él engancha su brazo en mi cintura y me abraza por la espalda. Siento sus latidos alterados, su pecho está contra mi espalda y por su altura siento su respiración cálida contra mi cabello. Cerré mis ojos con fuerza.

—Eres un enfermo y asesino. —Intento recordármelo a mi misma.

—Tú también lo eres. —Susurra.

—El chico no ha muerto.

—Gracias a mi.

Su mano viaja por mi cintura, y comienza a hacer un recorrido por mi cuerpo por encima de mi piel. Cerré los ojos y tiré mi cabeza hacia atrás, él hunde su cabeza en mi cuello y comienza a besarlo.

Maldición Alemana [#1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora