Capitulo VIII

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Ignoro las cámaras y las preguntas, para luego subirme al auto

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Ignoro las cámaras y las preguntas, para luego subirme al auto.

—Llegaré un poco más tarde, hijo. La gente del spa aún esta atendiéndome.

—De acuerdo. De todos modos también tengo unas cosas que hacer —miro hacia la ventana

—De acuerdo, pero quiero verte cuando llegue. No me hagas esperar.

Cuelga, suspiro y guardo mi teléfono. El auto vuelve a detenerse, miro hacia la ventana. William sale de su clase de idiomas, con los guardias detrás.

Se sube al auto, me mira.

—¿Y cómo te fue?, ¿aprendiste ya alemán? —el auto vuelve a conducir

—Si. Es muy extraño —se saca su mochila—. ¿La abuela vendrá hoy?, tengo un dibujo para ella.

—Lo hará, en unas horas.

—Hay otros dibujos que quiero mostrarle. Podemos verlos mientras la esperamos —sonríe

—Me gustaría. Pero no iré a casa, tengo unas cosas que atender —asiente—, los veré cuando llegue.

—De acuerdo —mira su mochila

Mi teléfono vibra en un mensaje, lo tomo.

—Puedes mostrárselos a la señorita Nowak, de todos modos es su trabajo.

—La señorita Heidi es más que eso —saco la mirada de mi teléfono—. Es mi mejor amiga —lo  miro

—¿Cómo la llamaste?

—Mi mejor amiga —se encoje de hombros

—No. Su nombre.

—Oh, Heidi —frunzo el ceño—. Le gusta que le digan Heidi. Y no lo entiendo, ¿hay algún Heidi en Adelaida? —miro hacia otro lado

¿Podría ser?, puede ser solo una coincidencia.

Meto una mano en mi bolsillo, sintiendo lo solido de la pulsera.

Suspiro.

—Cancelare la junta —lo miro—. Esperaremos a la abuela juntos —sonríe

—¡Si! —aplaude levemente—. Tengo muchos dibujos, tu puedes decirme cual le gustara más —asiento

—De acuerdo. Pero primero te darás una ducha —borra su sonrisa

—Bien —frunce el ceño

Me acomodo en el asiento, mientras miro hacia adelante. Vuelvo a tocar la pulsera.

Seria, una gran casualidad. Y tal vez una oportunidad, agradecerle apropiadamente.

 Y tal vez una oportunidad, agradecerle apropiadamente

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Me adentro, mientras guardo mi teléfono.

—¡Llegué! —frunzo el ceño, mientras vuelvo a mirarlo

—¿Por qué gritas, William?—me mira

—La señorita Heidi siempre dice que hay que avisar que llegamos. Así los demás se colocan contentos que llegue a salvo.

—Oh, ya llegaste rubio —miro hacia adelante, se acerca a el, sonriendo—. Buenas tardes, señor Wang —lo toma en brazos

—Buenas tardes.

—Ese pelo —sacude su cabello—, puedo ver los piojos desde aquí.

—¡No es cierto! —se giran, comenzando a caminar—. Tu eres piojosa.

—¿Qué dices?, yo soy muy limpita, me lavo el cabello todos los días —se acercan a la escalera, suspiro

Todo seria más fácil si pudiera recordar con claridad, pero en el estado en el que estaba no me lo dejaba.

—Señor Wang —giro mi cabeza, Diana se acerca—. Buenas tardes, quería comunicarle que todo esta listo para la llegada de su madre, todo en el comedor —asiento

—Bien.

—Oh, y la señorita Carlette me dijo que le deje su agenda en la oficina, así que lo hice.

—Dile que venga, necesito que organice algunos papeles —asiente

—Si, señor.

Me alejo, dirigiéndome a las escaleras. Las subo hasta detenerme en el pasillo, observo la luz del baño saliendo de la puerta, junto a sus voces.

Meto la mano en mi bolsillo, para luego sacar la pulsera. La miro unos segundos, camino y la dejo en el suelo, cerca del baño.

Suspiro, para luego meterme en una habitación del frente. Mi teléfono suena en una llamada.

—¿Si?

—Buenas tardes, señor Wang. La empresa requiere los informes de la campaña.

—Mi asistente los llevara en la mañana. No quiero que...

—¡Mi pulserita, mi pulserita! —me callo, mientras miro hacia la puerta

—Le llamo luego —cuelgo, mientras comienzo a caminar

Abro la puerta y la miro, continúa dando pequeños saltos mientras la mira. Suspiro, aún observándola.

Quien lo diría.

—Adelaida —da un respingo, mientras gira su cabeza

—Señor Wang, me asustó —coloca una mano en su pecho—. Oiga, sucedió algo muy extraño —me acerco—, perdí esta pulsera hace años. Y ahora la encontré aquí, en el pasillo. ¿Sera que estuvo siempre en este pantalón? —mira su pantalón

—Yo tenia la pulsera, Adelaida —me mira, frunce el ceño

—¿Ah si?

—Hace tres años, la recogí de tu muñeca —frunce más el ceño—. En una noche lluviosa, en la calle Noreña.

Continua mirándome de la misma manera, mientras su cabeza parece estar recopilando las piezas. Levanta lentamente las cejas, mientras entreabre la boca.

—No —me señala—, ¿usted es? —asiento, jadea—, no puede ser. ¡Es usted! —retrocedo levemente, cuando da un brinco, rodeando mis hombros—. ¡Es usted, es usted!

Frunzo el ceño, mientras espero a que se baje.

—Oh, no sabe lo preocupada que estaba —se aleja, levanta su cabeza hacia a mi—. No pude dormir esa noche. Me pregunte todo el tiempo como estaba.

—Llegué al hospital bien. Si no hubiera sido por ti, hubiera sido tarde —suspira

—Siento como si un elefante se hubiera quitado de arriba mío —coloca una mano en su pecho, mira la pulsera—. ¿La conservó todo este tiempo? —sonríe

—Lo hice. Me salvó cuando estaba en un mal momento, le agradezco por eso.

—Estoy segura que otra persona hubiera hecho lo mismo. Y, ¿ahora como se encuentra?, si puedo preguntar, claro —remueve sus manos

—Estoy mejor, Adelaida —asiento, sonríe

—Que alivio escuchar eso. Tenga —me tiende su pulsera, frunzo el ceño

—Es suya, tiene que conservarla.

—La mantuvo por años, cuando probablemente yo la hubiera perdido a la semana. ¿Por qué cree que ya no uso pulseras? —vuelvo a mirarla

—No creo que...

—Yo insisto —toma mi mano y la coloca en ella—. Además, si la conserva, tal vez lo ayude. ¿Olvidó las palabras que le dije? —la miro, niego—. Bien, entonces cada vez que necesite recordar esas palabras, esto se lo recordara —miro unos segundos la pulsera—. O puede recurrir a mi, yo no tengo problema —la miro—. Es una sugerencia, no es que tenga...

—Lo entiendo —asiento

—Bueno —vuelve a remover sus manos—, volveré con el rubio —se aleja—. Me alegra que este bien —la miro, sonríe

Observo unos segundos su sonrisa, hasta que se aleja. Suspiro, volviendo a escuchar sus voces en el baño. Vuelvo a caminar dirigiéndome a las escaleras.

Miro la pulsera.

Esa idea la implante mucho tiempo. Sus palabras aún quedan en mi mente, y me ayudó en uno que otro momento.

Pero ese es el límite, tampoco necesito terapia. Es generosa, pero no asistiría a ella por mis problemas.

La Niñera del Embajador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora