Capitulo XX

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—Por favor, no toquen eso —saco cuidadosamente el jarrón—, gracias —lo dejo a un lado

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—Por favor, no toquen eso —saco cuidadosamente el jarrón—, gracias —lo dejo a un lado

Camino hacia la sala, me detengo, cuando un grupo se coloca adelante.

—Con permiso —intento pasar—, por favor —frunzo el ceño—. ¡Con permiso dije! —intento empujarlos

Bufo, cuando termino de pasar. Acomodo mi cabello, mirándolos mal.

—Ni que fuera tan enana —miro hacia adelante. Frunzo el ceño, al ver un gran parlante—. ¿Qué es esto?, ¿¡quién trajo esto!? —me acerco a el—, ¡saquen este parlante de aquí!

—No es un parlante, tonta —parpadeo—. Es una maquina de espuma —aprieta un botón

—¿A quién le dices tonta?, puedo llamar a tu madre ahora mismo —arqueo mis cejas

—Vaya, Cristal no me dijo que tenia una sirvienta sexy —frunzo el ceño

—¿Sirvienta sexy?, ya vas a ver —hago amago de quitarme mi zapato, se aleja—. Si, eso, aléjate.

Bufo, miro hacia abajo.

Hay espuma.

—¿Pero qué? —miro la maquina—, no, no —apoyo mis manos—. Apágate, apágate —aprieto un botón

Miro hacia abajo, esperando que se detenga. Abro mis ojos de par en par, cuando comienza a salir más rápido.

—Ay no, no —vuelvo a apretar los botones, al mismo tiempo que me resbalo

Me pego al suelo, mojándome con la espuma. Me quejo mientras intento levantarme, saco la espuma de mi rostro.

Vuelvo a mirar el suelo, niego con la cabeza.

Si no muero por el Don Everest moriré ahogada en espuma.

—¿¡Alguien puede apagar esa cosa!? —aprieto mis parpados—. ¡Ay, mi ojo! —froto mi ojo—, maldición.

Vuelvo a caminar, resbalándome de vuelta. Me vuelvo a levantar, esta vez sosteniéndome de una pared.

Bufo, salgo de la sala de estar.

—Tengo que encontrar a Didi —camino hacia la cocina

Frunzo el ceño, al ver una botella de alcohol en la mano de una chica.

—¡No alcohol! —se la arrebato—. ¡A tu casa! —frunce el ceño, vuelvo a caminar

Escucho la puerta ser golpeada, me detengo.

—Por favor, que no sea la policía —me acerco a ella

Giro la llave, para luego abrirla.

Abro mis ojos de par en par, al ver al señor Wang.

—Ay no —frunce el ceño, observándome de arriba abajo

—¿Qué...?

Vuelvo a cerrar la puerta, miro hacia arriba.

La Niñera del Embajador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora