Capitulo XXIV

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Coloco la llave en la puerta, para luego girarla

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Coloco la llave en la puerta, para luego girarla. La abro y me adentro, me quito los zapatos.

—¡Llegue!

Me quito la chaqueta, mientras veo a mi madre de reojo.

—Hola, mamá —sonrío y la miro

Borro mi sonrisa, al ver su mirada enojada. Observo unos segundos su cabello, todo despeinado.

Oh no, habrá mirado esas novelas tristes.

—¿Qué sucede? —me acerco

—¿Qué sucede? —entrecierra los ojos—, te enseñaré lo que sucede.

Inclina su brazo, hasta tomar su chancleta. Abro mis ojos de par en par, para luego empezar a correr.

—¡No! —subo las escaleras—, ¡espera!

—¿¡Donde estabas!? —me giro hacia el pasillo—. ¡Toda la noche buscándote!

—¡Lo siento, lo siento!

Me dirijo a la habitación de mis padres, abro la puerta.

Baba!

Me tiro hacia el, despertándolo.

—Bize saldırırlar! (¡Nos atacan!) —abre sus ojos de par en par, mientras se levanta—, ¿qué sucede?

—¿¡Tu que crees!?, ¡tu hija es lo que sucede! —abrazo su brazo, cuando tiene intenciones de acercarse

—Espera, querida, espera —levanta su mano, deteniéndola—.Heidi —gira su cabeza hacia a mi, lo miro—. ¿Donde estabas, hija?, te buscamos por todas partes.

—Lo siento. Es solo que —me callo, los miro unos segundos—, tuve que quedarme en la casa.

—¿En la casa?, ¿y por qué te quedaste en la casa? —la miro

—Y porque —miro hacia otro lado

¿Una razón que no sea porque estaba ebria, pero tampoco que lleve mentir?

No, no encuentro ninguna.

—¿Y por qué les tengo que dar explicaciones? —salto de la cama—. Yo ya estoy muy grandecita.

Mi madre ríe seco, coloca sus manos en su cintura.

—¿Grandecita?, mientras sigas viviendo en esta casa, tu no eres grandecita —frunzo el ceño

—Pues entonces me mudare, así demostraré que soy grandecita —parpadea

Entreabre la boca, mira unos segundos a mi padre.

—Bien —vuelve a mirarme, levantando su cabeza

Se aleja, saliendo de la habitación. Miro hacia el suelo, mientras relajo mi rostro.

—Papá. ¿Por qué dije eso? —lo miro—. ¿De verdad quiero mudarme?

Suspira, palmea la cama. Me acerco a ella y me siento, vuelvo a mirar hacia otro lado.

—Yo no puedo responderte eso, hija —lo miro—. Tienes que pensarlo tu.

—Bueno —remuevo mis manos—, si estoy grandecita. O tal vez Safira ya me contagio todas esas ideas, siempre dice de mudarse sola —ladeo la cabeza

—Puede ser —lo miro—. Pero por algo lo dijiste —suspiro

Si estoy grandecita, y se que no puedo vivir aquí para siempre. Estuve tan cómoda aquí que olvidaba que algún día tenia que pasar. Y ahora que mi sueldo es mejor que el de antes, tengo lo suficiente.

—Hablaré con Safira.

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La Niñera del Embajador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora