Capitulo XXIII

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Mis labios se deslizan por su cuello, hasta llegar a su mejilla

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Mis labios se deslizan por su cuello, hasta llegar a su mejilla. La miro, mientras saco los mechones rubios de su rostro.

Sonríe, acariciando mi rostro. Le sonrío de la misma manera, la rodeo.

Coloco su cuerpo en la cama, mientras vuelvo a bajar mis besos, ríe. Beso su mejilla, hasta mirarla.

Me paralizo, observando otros ojos, unos azules, con algo de gris.

Estira sus manos y acaricia mi cabello, parpadeo.

—¿Qué sucede? —susurra. Niego con la cabeza, volviéndome a relajar—. Bésame —vuelve a susurrar

Continuo observando sus ojos, hasta que choco con sus labios. Mi cuerpo tiembla unos segundos, como si nunca hubiera besado a alguien.

Coloco mi mano en su mejilla, mientras me apuro a profundizarlo.

Sus manos se aferran a mis brazos, mientras su cuerpo se remueve levemente. Me separo, comenzando a besar su mandíbula, jadea suavemente.

—Bastian...


Abro los ojos, mientras me incorporo.

Parpadeo y froto mi rostro, sintiéndolo sudar. Mantengo mi mirada en frente, mientras lentamente me relajo.

Es el segundo sueño, los ojos de Adelaida siempre son lo ultimo que veo.

Y eso es porque a pesar de que mi mente este todo el día ocupada, siempre vuelvo a recordar el día del bosque.

Aún no logro entender mi falta clara de autocontrol. ¿Cómo puede parecerme tan irresistible?, apenas logre hacer lo que realmente quería, no se que hubiera pasado si hubiera sido otro lugar.

Fue un impulso nunca antes sentido, simplemente me decidí a no dejarla ir. Su rostro estuvo tan cerca del mío tantas veces, me volvería loco si no lo hacia.

Miro hacia la puerta, cuando suena.

—Señor, el avión saldrá en una hora —escucho a Carlett del otro lado

—De acuerdo, Carlett.

Froto mi rostro, para luego salir de la cama.

Mi viaje fue al día siguiente de acampar, tenia un viaje de dos días y se convirtieron en tres por las lluvias. Eso me ayudó a pasar el tiempo para pensar.

Y se que no debió suceder, fue algo impulsivo. ¿Por qué ignore las consecuencias?, fue mi culpa. Espero que ella también sea consciente de eso, a pesar de que pensamos distintos.

Camino hacia el cajón y tomo mi camisa, me la coloco.

Giro mi cabeza, al escuchar mi teléfono. Lo tomo, para luego colocarlo en mi oreja.

—¿Si?

Bastian, ¿cómo estas? —suspiro

—Abuelo —tomo mi saco

Escucha, cuando estés en el aeropuerto de Nueva
Zelanda, un auto pasara por ti —frunzo el ceño—. Colócate elegante, es una cena.

—¿Cena?, ¿de quien?

De un amigo mío, también vendrá Mason.

—Bien. Pero no estaré mucho tiempo, quiero ver a William también.

Lo harás. Tengo a algunas personas que quieren conocerte, y será bien para ti hacerlo. Algunos son muy buenos empresarios.

—Bien. Te veré ahí —cuelgo y dejo el teléfono a un lado

Esa será una aburrida cena, pero me asegurare de no estar más de una hora.

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La Niñera del Embajador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora