Capitulo VII

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—Un frasco de aceitunas —murmuro, leyendo el papel
Suspiro y me giro, observando los estantes

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—Un frasco de aceitunas —murmuro, leyendo el papel

Suspiro y me giro, observando los estantes.

—¿Podemos comprar gomitas? —lo miro

—Seguro —sonrío—. Puedo usar algo de mi dinero. Recuerda que Diana nos dio el dinero justo. Todo tiene que ser perfecto según ella. ¿Qué es una ortiga? —frunzo el ceño, mirando el papel—. ¿Estoy leyendo bien? —murmuro

—Si —lo miro—. Es la hierba favorita de la abuela, la usa para el té —asiento

—Oh. De acuerdo, ¿estará en la zona de galletas? —miro hacia todos lados—. Allah, Allah. Este lugar es un laberinto, no te alejes —lo miro—. ¿William? —levanto la mirada—, ¿William?

Miro hacia todos lados, mientras me alejo del caro.

—¿¡William!? —comienzo a caminar, aún mirando hacia todos lados—. No puedes estar haciéndome esto —revuelvo mi cabello—. Oiga —detengo a una mujer—, ¿ha visto a un niño?, rubio, enano. Luce como un ángel pero es un pequeño demonio.

—No, lo siento —sonríe levemente, se aleja

Froto mi estomago, mientras comienzo a mirar hacia todos lados.

—Por favor, aparece, por favor —vuelvo a caminar—. Allah, Allah. Apareceré en la portada del diario —reviso cada pasillo—. Niñera loca pierde a niño loco en supermercado. Dos días después, es asesinada por el Embajador por congelarla con su mirada de montaña Everest —me detengo, mientras cubro mi rostro—. Ay no. Estoy más frita que papas en aceite —me quejo

—¡Heidi! —giro rápidamente mi cabeza

—¿Emre? —murmuro, sacude rápidamente su mano—. Imposible —comienza a correr hacia a mi—, no, no —cubro mi rostro—. Estoy imaginándolo —muevo mis dedos, al mismo tiempo que tropieza con un carro—. Oh maldición, es el.

Golpeo mi pie en el suelo. Vuelvo a mirarlo, llega hacia a mi quejándose.

—Ay, mi piecito —miro hacia todos lados—. Heidi, amor mío.

—¿Qué haces aquí?, tu no vienes al centro. ¿Estas siguiéndome, es eso? —frunzo el ceño

—No, ¿como crees?, un amigo mío es de aquí. ¿Puedes creerlo, Heidi?, tengo una amigo rico —me remuevo nerviosa, aun mirando hacia todos lados—. ¿Y tu?, estas muy lejos de casa, ¿te perdiste? —lo miro

—¿Qué dices?, por supuesto que no. Es solo, que aquí tienen los mejores —tomo lo primero que veo, lo miro en mi mano—, ¿condones? —frunzo el ceño—. Oh no —lo suelto

—¿Condones?, Heidi —lo miro, junta sus cejas—. ¿Me estas engañando?

—No me vengas con tonterías, Emre. ¿Quieres un golpe, es eso?

—Ay no, me estas engañando —cubre su rostro, frunzo el ceño—. ¿¡Por qué me haces esto, Heidi!? —mira hacia el techo, abro mis ojos de par en par

—¡Shh! —cubro su boca, lloriquea en ella—. Cierra ese pico. No te estoy engañando nada, ni siquiera estoy contigo, cabeza de retrete —para de gritar, me mira y parpadea

Saco lentamente mi mano, mirándolo con advertencia.

—Tienes un punto —murmura—, pero te siento tanto en mi, Heidi —toma mi mano y la coloca en su pecho—. Eres la mujer de mi vida —se arrodilla

—¿Qué haces?, levan...

Uyan sonsuz rüyalardan. Çok geç artık, çok geç. Dayan ruhum bu acıya dayan...—comienza a cantar

—No puedo creerlo —cubro mis ojos, al ver a las personas mirarnos

Çaresizim çok geç...—lo miro, acaricia mi mano—bir gün daha geçer mi sensiz, darmadağınım Yapayanlızım —aprieto mis labios

Se calla, cuando golpeo su cabeza. Continuo haciéndolo, hasta que se levanta, quejándose.

—¡Para, para!

—¿Cómo te atreves a cantar en frente de todos?, ¿te volviste loco, Emre?, Allah Allah —bufo

—¡Señorita Heidi! —levanto mi cabeza, abro mis ojos de par en par, al ver a William

—¡William! —gruño, me acerco a el—. ¿Por qué desapareciste así?, ¿quieres darme un infarto? —tomo su mano—. Porque lo lograste, rubio, me has dado un infarto.

—Lo siento. Pero conseguí las gomitas —las levanta, bufo

—La próxima tienes que avisarme, rubio. ¿Me prometes que lo harás? —asiente—, bien —beso su frente—. Ahora no te despegaras de mi mano. Simula que mi mano tiene pegamento, el pegamento te mantiene pegado, ¿no?

Vuelve a asentir, suspiro.

—De acuerdo —asiento. Me giro, al mismo tiempo que Emre me mira—. Pero bueno a veces el pegamento se despega, ve a donde esta el carro y simula que el tiene pegamento. No te vayas de allí —hablo lentamente, asiente—. Promételo.

—Lo prometo —sonríe

—Bien, iré a buscar algo y voy. Vamos —suelto su mano, comienza a correr

Lo miro hasta que dobla el pasillo, miro a Emre. Frunce levemente el ceño, mientras mira hacia donde se fue William.

—¿Quién es?

—¿Mmh?, no lo se. No se, un niño perdido —rasco mi cabello—. ¿Pero a ti que te importa?, ni siquiera tuve que haberme cruzado a ti.

—Pues es claro que fue el destino —sonríe, acercándose

—Si, si. Ahora el destino quiere que te vayas, anda —muevo mi mano—. Como pingüinito, hacia la puerta.

—No me iré sin ti —sonríe—. Nos encontramos, y ahora nos iremos juntos.

Allah Allah —froto mi rostro—. Bien. Pero haz algo útil y ve a buscarme unas galletas de avena, sabes que son mis favoritas.

—Lo que sea por ti —coloca su mano en su pecho, mientras comienza a retroceder. Niego con la cabeza cuando choca con una señora, recibiendo insultos

Me giro y camino a pasos rápidos, llego hacia donde esta el carro, con William pegándose a el muy fuerte.

—¿Conseguiste lo que querías?

—No hay tiempo para hablar —lo tomo en brazos—, a correr —tomo el carro y comienzo a hacerlo

La Niñera del Embajador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora