013.

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El frío congelaba mis manos y se metía debajo de mi ropa impidiendo que pudiese caminar con normalidad, el reflejo en mi espejo me decía lo mal que estaba haciendo, sin embargo, necesitaba tomar aire fresco. Cerré la puerta y caminé hacia la sala en donde su figura me alarmó, estaba cruzado de brazos sobre el sofá y pese a la poca luz, sabía que me observaba de pies a cabeza. Me maldije mentalmente y estando cerca suyo le vi sonreír. 

Seguí sus pasos, nos escabullimos entre el silencio y dimos al exterior escuchando el poco sonido de la ciudad que esta misma nos podía ofrecer. Algunas luces brillaban a lo lejos, la soledad nos indicaba el comienzo de una aventura. Apreté mis manos en forma de puño y caminé a sus espaldas, parecía conocer los alrededores y buscaba con la mirada algún lugar de su interés. 

—Si tanto me odias, ¿por qué me pides salir? —me detuve en seco, giró sobre sus talones y bufó molesto. La brisa despeinó nuestros cabellos, no parecía agradarle mi pregunta. 

—¿De verdad tengo que repetirlo? —rodó los ojos y elevó las manos al aire seguido de gruñir en voz alta. Tomó mi mano con fuerza y me atrajo a su canto y seguimos caminando. —Me gusta meterme en problemas, es todo. 

Sus palabras fueron vagas y se perdieron entre la niebla que nos acompañaba en nuestra velada. La escena parecía vil película de terror, en donde seríamos próximos a morir por laguna especie de ser humano lleno de mal. Me aferré a su brazo y me encogí de hombros, la noche era helada y amenazaba a toda alma quien se atreviese a salir durante la madrugada y en mi mente permanecía la idea de regresar a casa. 

Entrelazó mi mano con la suya y besó el dorso de ella para después verme y sonreír una vez más, respiraba con dificultad y parecía estar exhausto pese a encontrarnos no tan lejos de su hogar. Éramos prófugos de nuestros padres quienes nos han obligado a hacer algo que no estaba bajo nuestro alcance, vivíamos al máximo y buscábamos alguna excusa que nos ayudara para escapar de la realidad que tanto nos ha atormentado durante los últimos días. A la velocidad de la luz soltó mi mano y corrió hacia un puesto de comida que por fortuna yacía abierto.

—Dos especiales, por favor —señaló el cartel donde mostraban su contenido y mostrando su sonrisa no dejaba de deslumbrar. —Te gustarán, son las mejores hamburguesas que podrás probar —con la mirada buscaba las bebidas y al dar con ellas pidió dos. 

—Jungkook, no puedo comer fresas —negué a recibir la bebida, pero el pelinegro no parecía dar su brazo a torcer. 

—Descuida, yo tampoco puedo comer canela —tomamos asiento a la orilla de la calle y vi como destapaba cada vaso. —Mezclaré las fresas con la canela y tomaré de él, tú harás lo mismo y así evitaremos morir —lucía seguro de sus acciones y no pude decir nada ante ello. 

Disfrutábamos la vista del caos, el humo salía de nuestras bocas y sentíamos la calidez de cada uno. Contábamos historias para mantenernos activos y el chico del puesto de comidas parecía estar interesado en nuestra conversación, al poco tiempo lo que empezó siendo de dos terminó de tres. Me sentía plena, y el chico a mis espaldas lucía sensato. Cerré los ojos y me dejé llevar por las caricias sobre mi cabello y al darnos cuenta de que el desconocido también se marcharía debíamos seguir con nuestro camino.

Caminamos en silencio hasta perder la razón, la punta de su nariz era roja y fría al igual que la mía, tomamos un pequeño descanso en una parada de autobús y continuamos con nuestra pequeña aventura. Reí al darme cuenta de lo torpe que podría llegar a ser Jungkook y tropezar con una rama de un árbol para terminar sobre el pavimento, intentaba no morir en el intento de hacer algo aburrido y sacaba provecho de cada cosa a su alrededor. Los chistes no eran lo suyo. 

—Tu hermana estuvo coqueteando conmigo —arqueó sus perfectas cejas y rió con picardía. —Había olvidado su rostro, no pensé que ella sería la chica que besó al chico que no debía —Bastante cómico, ¿no crees? 

mr dick ©jeon jungkook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora