Arya es el fruto de un amor prohibido. En su interior corre la sangre de un hombre lobo y la de un vampiro.
Un acontecimiento lamentable hizo que perdiera a su madre. Y diez años después, otro evento se repite haciendo que ella y su padre tengan que...
Tal y como padre había dicho, llegamos a un gran río. Ambos nos apresuramos a la orilla y acercamos la boca para beber de él. Estaba tan sedienta, que aparté la cara del agua cuando comenzaba a necesitar con desesperación respirar. Ambos nos echamos hacia atrás para recuperar el aliento, nos mantuvimos en silencio, pero fue interrumpido por el rugir del estómago de padre.
—Estoy hambriento ¿y tú? —asentí con la cabeza. —¿crees que puedas esperarme aquí hasta que vuelva con algo de comer? —volví a asentir —no puedo transformarme por ahora, así que tardaré un poco.
—Estaré bien... —padre me dedicó una sonrisa cansada pero a la vez aliviada.
—Esa es mi niña —dijo acariciando mi cabeza —si alguien se acerca, escóndete hasta que vuelva.
—Lo haré. Ten cuidado —dije abrazándome de su cuello.
Me quedé junto a la orilla del río y vi cómo padre se alejaba caminando. Mientras esperaba su regreso, comencé a practicar mis transformaciones concentrándome lo mejor que podía; pero no lograba hacer nada, aunque culpaba el hecho de que estaba hambrienta y cansada.
La luna seguía su ascenso y padre aun no volvía; estaba comenzando a preocuparme, quería ir a buscarlo pero ¿y si volvía y yo no estaba allí? Decidí permanecer en el mismo lugar hasta que la luna llegara a su punto más alto, solo entonces iría en su búsqueda.
Comenzaba a sentir frío, y no era capaz de transformarme en loba para abrigarme. La luna ya estaba en su punto más alto, y justo cuando me levanté para partir a buscar a mi padre, oí un ruido entre los arbustos que se aproximaba a mi posición. Creí que se trataba de padre, pero no era su olor.
Ya era tarde para ocultarme, lo que fuese que estuviese acercándose a mí, ya estaba próximo a aparecer; y no había ningún lugar cercano que sirviera de escondite.
De entre los arbustos salió un niño un poco mayor que yo, y detrás de él, un anciano que sostenía una linterna con una mano, y con la otra sostenía un bastón. Ambos se quedaron viéndome desde una cierta distancia.
—¿Es ella? —preguntó el niño al anciano.
—Es posible —murmuró el anciano sin saber que aun así podía oírlo. Le entregó la linterna al niño, y con ayuda del bastón comenzó a caminar hacia mí —pequeña, de casualidad ¿eres la hija de un hombre que cazaba conejos? —así era, pero no sabía si podía confiar en él como para darle una respuesta —descuida, puedes confiar en mi. Hace una rato un hombre con un par de conejos en las manos se desplomó cerca de mi cabaña. Mi nieto lo encontró, y cuando fui a verlo no, paraba de repetir algo sobre su hija en el río y que debía estar con ella para protegerla —me explicó. A medida que el anciano me hablaba, mis ojos se inundaron de lágrimas, dejando al descubierto que sí se trataba de mi padre —ven con nosotros pequeña, no te haremos daño. Te llevaré con tu padre que está descansando en mi cabaña.
Con todo lo que había ocurrido, había olvidado eso de "ocultar mis cualidades en frente de los humanos". El chico que acompañaba al anciano levantó la linterna dejando al descubierto el brillo de mis ojos rojos, al igual que había olvidado mi cola y mis colmillos. El anciano dio un salto hacia atrás al verme mejor, y puso una cara de espanto que le duró solo un momento; luego sacudió la cabeza y estiró su mano ofreciéndomela y diciendo "ven, vamos con tu padre".
Por alguna razón, el ver aquella reacción en el anciano me hizo sentir que podía confiar un poco más en él. Tomé su mano, y dejé que me guiara hacia donde supuestamente se encontraba mi padre.
Al llegar a la cabaña del anciano, logré captar el aroma de mi padre, quizás si decía la verdad, solté si mano y me apresuré a entrar en su hogar en busca de mi padre.
—¡Papá, Papá...! —lo llamé quedándome paralizada en la entrada al verlo.
Estaba tendido en una cama con un trapo mojado en la cabeza, y junto a él un cuenco con agua. Corrí a su lado y lo tome de la mano que colgaba de la cama.
—¡Papá Papá! —lo llamé para que despertara; pero no me respondió —despierta, por favor... —puse su mano en mi mejilla secando mis lágrimas —recuerda lo que dijiste. Recuerda lo que dijo mamá antes de irse, que ahora solo éramos tú y yo. ¡No me dejes!
—A-Arya... —musitó.
Levanté la mirada rápidamente y noté que hacía un gran esfuerzo por verme y por hablar. Al verlo tan demacrado, estallé en llanto abrazando su mano contra mi cara. Él intentó moverse para hacer un espacio en la cama, como pude me subí allí y me acurruqué a su lado ayudándole a colocar su brazo alrededor de mi cuerpo.
Padre miró a nuestro alrededor, y cuando vio al anciano intentó levantarse, pero ya no tenía fuerzas para ello, y lo único que conseguía era dificultar su respiración. El anciano se acerco a la cama, y se sentó en una banca que el niño le había acercado.
—Descuida —dijo poniendo su mano sobre la de padre que se encontraba sobre su abdomen —no les haremos daño. Ahora debes recuperarte para la criatura —dirigió su mirada a mi cola, y nos sonrió —luego habrá tiempo de hablar. Por ahora descansen.
Me aferré con fuerza a la camisa de padre acercándome aún más a él. Su respiración era lenta y pausada, y su corazón palpitaba débilmente. Comenzaba a pensar en lo peor. No quería que siguiera viéndome llorar, pero aun así lo notó, y sentí que me apretaba levemente con su brazo.
Al despertar al día siguiente, padre aún seguía dormido, su respiración había mejorado un poco, pero no lo suficiente, y su corazón latía un poco más rápido.
Miré a nuestro alrededor y vi que el anciano seguía sentado a nuestro lado, solo que estaba dormido, apoyando su cabeza sobre sus manos con el bastón.
Aun tenía hambre, y decidí ir por algo de comer por mi propia cuenta. Me levanté cuidadosamente de no despertar a mi padre ni al anciano. Salí de la cabaña, y me dirigí a la entrada del bosque para buscar conejos que comer.
Mientras caminaba siguiendo mi olfato, me topé con un par de conejos ya muertos, eran los que padre había atrapado la noche anterior. Los cogí, despellejé, y comí sin asar. Siempre sabían mejor asados, pero tenía tanta hambre que aun así parecían sabrosos.
Cuando ya estaba por acabarme el segundo conejo, sentí un olor familiar, pero que a la vez no lo era. Y de entre los arbustos se asomó el niño que acompañaba al anciano. Él me miró con curiosidad y yo intenté ignorarlo, pero me fue imposible, ya que nunca había interactuado con otro niño, y mucho menos con un niño humano que tuviera más o menos la misma edad que yo. No nos dijimos nada, luego de un rato el niño se marchó de vuelta a la cabaña; y yo también hice lo mismo, no sin antes cazar un par de conejos frescos para que padre pudiera comer.
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