No podía evitarlo. Suponía que era parte de la filosofía humana o quizá de mi curiosidad nata, pero sabía que la mayor parte de nosotros nos preguntamos ¿por qué?, ante los sucesos más trágicos de nuestra vida. Yo no iba a ser ninguna excepción a ese hecho. ¿Por qué debería? Por mucho que el ser humano considerase que era un ser deplorable que debía ser marginado frente a todo pronóstico, en mi cabeza seguía teniendo clara una cosa. Por muy anormal que fuese las conductas del hombre también se deslizaban por mis venas. Tenía los mismos instintos primarios y eso podía vislumbrarse sin duda alguna en ese carácter de mil demonios que me caracterizaba. Ese que ahora había decidido aflorar con una fuerza inusitada.
Allí, sometida a una observación continua, no podía sentirme más como un animal de circo o aquellos pobres nacidos en cautividad en los zoológicos. Sí, es cierto que suele ser la forma de salvar especies, pero reconozcámoslo, cualquier criatura está mucho mejor en su hábitat natural y para mí un hospital psiquiátrico no lo era ni mucho menos.
Respiré. ¿Qué otra cosa podía hacer? Soporté mis pensamientos, mis instintos de montar un espectáculo para recibir atención y me mantuve allí, imaginando todo lo que hacían los demás e intentando explicarme a mí misma porqué en esta ocasión había terminado completamente aislada, sin contacto alguno, solo con la posibilidad de maltratarme psicológicamente sintiéndome nada más que un pedazo absurdo de la sociedad, un deshecho que ni tan siquiera los médicos sabían cómo o porqué tratar. ¿Les tendría tan desconcertados? ¿Sería un objeto digno de análisis? Esa sensación me resultó horrible. Si yo era una persona normal como otra cualquiera, ¿por qué estaba apartada del resto? ¿Por qué me habían insistido mis médicos tanto con evitar el aislamiento social si finalmente había sido la medida tomada?
La cabeza me dolía de tanto pensar. Solamente quería respirar aire puro y allí no había forma de salir. Nadie se dejaba ninguna puerta abierta. Nadie se dejaba ninguna ventana con la manilla puesta para poder abrirla y respirar aire puro, aunque fuese el más contaminado de todo el país.
La falta de libertad, el sentimiento de aislamiento y la ausencia de mi familia provocaban en mi interior tal dolor que ni tan siquiera sabía porqué permanecía allí, sentada dejando que las horas pasasen. Sabía mi castigo. Sabía que pasaría una semana sin poder hacer nada más que estar mano sobre mano antes de que mis padres pudiesen venir a verme y aunque yo misma me hubiese buscado esto, debía reconocer que lo odiaba. ¿Por qué tenía que ser distinta fuese a dónde fuese? ¿Acaso tenía algo que destacaba igual que una luz de neón en mitad de la oscuridad? La ansiedad me consumía, pues lo que no sabían es que no me habían encerrado sola sino acompañada de mi peor enemiga, yo misma.
¿Este era el tratamiento preciso? ¿Había solución para evitar estos aislamientos? ¿Había posibilidad alguna de entender el conjunto de pensamientos inconexos que me llevaban a realizar acciones que me provocaba un malestar aún mayor pasando por la ligera sensación de placer que llegaba a notar al sentirme superior a base de gritos o buscando la atención de mi propia familia? ¿Era tan difícil entender que estaba gritando más allá que simples palabrotas? ¿Era tan complicado leer entre los insultos que necesitaba ayuda? Seguramente sí, puesto que ni yo misma había sido capaz de darme cuenta y aún me lo negaba con todas mis fuerzas. ¿Cómo podía ser tan débil como para pedir un abrazo, un beso o una aprobación? Nada tendría solución con eso puesto que cuando terminase volvería a sentirme igual de mal, igual de aislada, igual de sola y por eso recurría a mi única baza en la vida: dejar de crecer.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...