Tras una pequeña conversación con su familia, llamaron a Catherine para que hiciese su presentación. Ella había optado por una indumentaria fina, pero que lamentablemente no la rejuvenecía ni un solo año, es más, le sumaba años a sus hombros. Una lástima que fuese tan inteligente en algunos aspectos, pero que no se diese cuenta de cómo podía sacarse provecho a sí misma. A menudo, las mentes inteligentes están encerradas en cuerpos que para ellos no son la prioridad, ni mucho menos.
Sentada al lado de William podía sentirme en medio de un montón de colores apagados. Todo eran negros, azules sin brillo, tonos demasiado fríos y yo parecía la única luz entre tanta sombra o la persona discordante en aquel acto. Era como un punto rosa en un fondo negro. Si se me observaba desde lejos podía asegurar que parecía tener una señal o algún tipo de foco indicando que allí había alguien que no pertenecía a todo ese mundo.
Catherine se puso tras un atril. Colocó el micrófono que hizo un ruido atronador y me obligó a arrugar el gesto en una mueca de desagrado. Miré a William quien no parecía haber realizado ni un solo movimiento en sus facciones. Suspiré profundamente y me recordé a mí misma que hay personas que no muestran tan fácilmente como yo su desagrado o cualquier emoción. Mi rostro era igual que un folio escrito en todos los idiomas y mi voz les indicaba fácilmente a quienes no veían mi rostro qué no era de mi agrado.
— Muchísimas gracias por haber venido a la presentación de mi nuevo libro. Como sabéis, uno de los mayores misterios de la humanidad es el verdadero funcionamiento del cerebro. Hemos preestablecido unas teorías sobre las que hemos terminado desarrollando diferentes métodos de respuesta que a nuestros ojos resultan completamente comprensibles, incluso lógicos en su complejidad, pero... ¿estamos seguros de que acertamos cuando hablamos de ello? —hizo una pausa a la que atribuí cierto dramatismo, como si ella tuviera la respuesta a aquella pregunta que nadie había podido contestar aún—. Es sorprendente el cambio que estamos viendo en la evolución del ser humano. Como muchos consideran debilidad en lo que otros creemos que es consciencia de uno mismo. Estamos frente a personas que no temen manifestar su deseo de expresar su desagrado sobre las técnicas que durante tantos años hemos mantenido casi como un mantra. ¿Es parte entonces del ser humano quejarse de todo lo que no alimenta su ego o tienen razón al expresarnos que nosotros mismos, a menudo, caminamos sobre arenas movedizas?
Di un sorbo a su vaso de agua mientras mi cabeza se apoyaba en el hombro de William casi por un instinto de buscar refugio por todo lo que estaba llegando a mis oídos.
— ¿Es realmente más sabio aquel que puede expresar esa experiencia vivida o tan solo el que la ve desde fuera? —continuó antes de mirar a todos los presentes—. En mi nuevo libro llevo a cabo estos análisis, esta forma de pensar y este movimiento que está revolucionando por completo la Psicología pues ahora no somos tan solo los considerados antes como expertos quienes opinamos del tema, sino aquellos que han superado lo suficiente sus propias dificultades para abrirnos algo más de luz en sus mentes.
— ¿Está bien, señorita Mijáilova? —preguntó la voz de William y alcé ligeramente mi mirada hasta encontrarme con sus ojos claros que una parte de mí quiso ver que estaban teñidos de preocupación.
Asentí lentamente y pude sentir un ligero cosquilleo por la forma en que su respiración chocaba contra mi piel. Bajé mi mirada inevitablemente a sus labios y besé su boca con lentitud. En uno de esos besos en los que cada segundo cuenta, cada momento previo y durante el beso. Mis dedos se habían agarrado a la manga de la chaqueta del profesor y mi boca le demandaba como si me sintiese expuesta ante el mundo y quisiese que él fuese quien me cubriese por completo.
No sé cuánto estuve besándole, pero sé que él fue quien tuvo que separarnos por alguna razón que pudiese tener que ver con aquel fuego interno que había comenzado a consumir mi interior.
— En cuanto termine la presentación iremos a comer algo —susurró rozando con sus labios los míos a la hora de hablar.
Para mí esos míseros toques eran igual que una tentación velada. Me daba sus labios para luego quitármelos. Me demandaba para luego negarme. Era igual que jugar con un gato y una luz que se mueve cerca de él. Cuando cree haberla cazado ha desaparecido entre sus garras. Y así me sentía yo en ese momento, tentada y cuando parecía estar a punto de recibir mi recompensa sus labios me rehuían. ¿Era un juego común? ¿Era parte de una tortura producida por un placer desconocido? Quizá mi manera de ser tan común a la de un niño que necesita satisfacción inmediata provocaba que esos juegos se escapasen de mi control, o quizá, lo que se escapaba a mi control, es que no era yo quien ideaba ese juego ni sabía las intenciones del mismo.
Nos separamos definitivamente para escuchar a su madre. Catherine respondía ahora las preguntas de aquellos que conocían sobre el sector y me obligué a no levantar la mano para hablar sobre la que era mi profesión y lo que yo había vivido en carne propia. Estaba realmente avergonzada de haber pasado por lo que había pasado. No era aún capaz de admitir en voz alta determinadas cosas y no podría manifestar delante de todo el mundo que yo era una de todos aquellos a los que miraban a través de una dichosa lupa, que yo sabía lo que se sentía en los instantes en que estabas llorando frente a una persona que el único sentimiento que te demostraba era acercarte el pañuelo de papel que tuviese más a mano aunque le hubieses dicho hace dos segundos que tan solo querías sentir cariño, ser amada y que los abrazos no fuesen algo raro para ti.
Miré las cámaras por todas partes y supe que sería un momento perfecto, pero la parte temerosa dijo que no era ahora ni sería nunca.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
No FicciónKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...