Capítulo 67

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Hola, Kyra.

Gracias por responder tan rápidamente a mi correo. Sé que no es lo usual, pero necesitaba buscar a alguien, aunque fuese al otro lado de la pantalla, que me contestase. No es normal, soy consciente. Solamente necesito ayuda, necesito saber cómo seguir adelante. Necesito dejar atrás todo esto de una vez.

Debo confesarlo, te mentí. No me llamo Sophie. Nunca me llamé Sophie, pero temía que la respuesta fuese inexistente o, por el contrario, de forma bastante desagradable por mandarte un correo siendo alguien que no conoces. Te sorprendería la de gente que, a pesar de ser eso lo que buscan, no les agrada que alguien le mande notificaciones de amistad o algo así si "no les conoce previamente", aunque sea en la ficción. Ridículo, lo sé.

Me llamo Livia. Soy española. Estoy muy lejos, lo sé, pero quizá por ese motivo sea por el que te estoy respondiendo el correo. Tengo veintiséis años, pronto cumpliré los veintisiete y... estoy sola. Las únicas personas que tengo a mi lado son mis padres y mis hermanos.

He querido suicidarme un número notable de veces. Nunca llegó a término alguna. Tan solo una de ellas fue en serio. Mi madre fue quien evitó que pasase algo más grave.

He visto cientos de psicólogos y psiquiatras, he tenido que convivir con enfermos mentales y también he tenido que aguantar que me señalasen todos y cada uno de mis fallos. Solamente quiero una respuesta y puede que así sepa si merece la pena toda esta relación extraña: ¿soy yo la culpable de todo lo malo que me ha pasado en la vida o es el mundo quien me rechaza una y otra vez por no ser como los demás?

Leí aquel correo tantas veces que la herida en mi pecho se hacía cada vez más grande. Todo aquello parecían pensamientos sacados de mi propia cabeza no mucho tiempo atrás. Me preguntaba si alguien me habría robado algún diario que no recordaba haber escrito, si me habían hackeado alguna historia en la que aquellas palabras estuviesen escritas, pero nadie tenía porqué saber que esa novela llena de dolor y autocompasión que escribí en su momento me pertenecía.

No sabía si contestar aquello. Podía verme a mí misma, sola, incansable, llorando noche tras noche con dieciséis años, mientras terminaba odiando al mundo entero para sentirme algo más en paz conmigo misma y así, de alguna forma, calmar mi cabeza para dormir y así el día siguiente intentar responder a todas estas cuestiones, sobre todo a aquella que Livia me planteaba en su carta. ¿Era yo la culpable de todo lo malo que me había pasado o era el mundo quien me rechazaba una y otra vez por no ser como los demás?

Me asusté. Todas las palabras usadas en ese mismo correo parecían haber sido escritas por mis manos, pero intenté tranquilizarme y pensar en la posibilidad de algún tipo de explicación. ¿Podría haber manifestado algún tipo de segunda personalidad? No recordaba tener lagunas en mi memoria de muchas horas ni nada por el estilo. Rebusqué en todas partes para comprobar si había algo que yo no había guardado, escrito o meditado. Pero no... allí no había nada. La única solución sería intentar ver si podía entrar al correo que me mandaba aquellos mensajes.

Tras poner la ventana de outlook intenté entrar a la cuenta con todas las contraseñas que recordaba de mis veintiséis años, pero ninguna servía. No. Aquello debía ser real, de la forma que fuese, pero alguien estaba sufriendo lo mismo que yo había padecido tantos años atrás y que aún arrastraba en mi mente. Ese tipo de sentimientos y recuerdo, a menudo, son como rocas que nos hacen mucho más complicado el ascenso a la cima de la felicidad, esa maravillosa utopía que si sabemos como podemos lograr.

Respiré de manera profunda buscando tranquilizarme. Debía pensar con claridad, era una profesional, no sería ni la primera ni la última persona que me encontraría sufriendo los pesares que yo había padecido en mi pasado. Esa era una de las razones por las que me había animado a estudiar aquella carrera. Quería ayudar a aquellos que no encontraban respuestas satisfactorias sino tan solo una afirmación de sus peores temores: ellos eran culpables de todo aunque no hubiesen hecho nada. Algo que no se ajustaba a la realidad, ni se ajustaría nunca, pero que parecía ser la verdad absoluta en nuestras mentes a no ser que nos ayudasen a ver otras posibilidades más acordes con la realidad.

Querida Livia.

Lamento mucho saber que no te sentiste con el suficiente valor como para decirme cuál era tu verdadero nombre desde el principio. Generalmente, este tipo de cosas suele provocar que uno no crea a quien tiene al lado, pero siendo realista, yo misma hubiese hecho lo mismo en tu situación.

Sé que es difícil que puedas confiar en mí, pero me gustaría que lo intentases. En lo posible, al menos. No puedo ayudarte si no eres completamente sincera conmigo. Aprovecha que ninguna de las dos nos vemos el rostro para desahogarte como si tuvieses una amiga al otro lado del mundo que no fueses a ver jamás. Puede que ese planteamiento te ayude, a mí me ayudaba.

Ahora, voy a responderte tu pregunta. No. No eres la responsable de todo lo que te pasa como nadie lo somos. Eso sí, tenemos nosotros la posibilidad de tomarlo de diferentes formas y quizá, eso sea lo que te haya llevado a sobresaturarte o sentir que todo te puede. No obstante, para poder darte una respuesta más exacta tendría que conocer los detalles. Siendo precavida, te confesaré que nosotros tan solo somos responsables de nuestras conductas o nuestros actos, pero nada más. Hay a menudo situaciones anormales que conllevan respuestas normales, pero que a ojos de cualquiera que no sepa los hechos que les precedían, evidentemente creerá que son respuestas anormales. Piénsalo: una persona que no sabe todo lo que has pasado jamás entendería que tuviese sentido para ti, como último recurso, quitarte todo ese dolor dejando de existir. Pero, me gustaría saber algo, ¿sigues en ese punto? ¿Sigues deseando quitarte la vida?

Tras enviarle el e-mail no pude evitar suspirar profundamente. ¿Y si había dicho algo malo? ¿Y si había hecho algo que no debía? No quería que se encontrase con un golpe que la obligase a caer al suelo de nuevo cuando había conseguido subir lo suficiente para aceptar tener ayuda. Y sabía, que se convertiría en uno de mis quebraderos de cabeza y temores día sí, día también.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora