Le miré como aquel que mira un fantasma. Después, el odio devolvió el color a mis mejillas permitiéndome sentir una emoción intensa además de unas tremendas ganas de pegarle un puñetazo o una patada ahí donde más les duele a los hombres. Me giré como si hubiese sido una mala pasada que me hubiese gastado la vista antes de caminar con buen ritmo rumbo hacia mi hogar.
— ¿Me ignora?
Podía escuchar sus pasos detrás de mí. Su persecución no me resultaba agradable. Me estremecí por completo cuando su aroma comenzó a llegar hasta mí. Mis pulmones se embriagaban con su esencia y suspiraban por más, mucho más, como si lo hubiese anhelado durante mucho tiempo. Taciturna ni tan siquiera le contesté.
— Lo hace —dijo con una pequeña risa.
El sonido metálico de algo llegó a mis oídos y pensé que lo más probable es que hubiese encendido otro de aquellos horribles cigarrillos a los que estaba más que enganchado. Rochester, comenzó a ronronear quejándose ligeramente como si también le molestase el humo.
— Ha quedado una buena noche, aunque no sé porqué le han permitido irse sola a su hogar. ¿No teme a los hombres que quieran hacerle algo?
La oscuridad en su voz era tal que se me puso la carne de gallina. Era como si él disfrutase de llenar mi mente de miedos. Quizá su facilidad para mantenerse envuelto entre las sombras era lo que lo hacía mucho más divertido todo para él. Me pregunté hasta qué punto ese ser era malvado y porqué sus misterios eran exactamente igual que ponerme un filete suculento llevando semanas hambrienta.
— Temo a los acosadores que no tienen nada claro su objetivo, como usted —antes de que me diese cuenta había pronunciado aquellas palabras en voz alta de la forma más mordaz antes de arrepentirme.
— Vaya, si habla...
Me paré en seco y me giré para mirarle, simplemente con el deseo de estamparle una bofetada en toda su cara, pero en lugar de tener ese rostro burlón que yo me había imaginado parecía que estaba sufriendo una crisis de ansiedad. Sus ojos estaban desorbitados, angustiados, sus manos temblaban y había un sudor en su frente incomprensible por la temperatura que hacía. Aquella noche de buena no tenía nada, hacía un frío tremendo y agradecía haberme traído un abrigo.
— ¿Qué quiere de mí? Creía que había dejado claro que no teníamos que volver a vernos —comenté alzando una de mis cejas intentando mantener el mal humor por mucho que quisiese abrazarle y acurrucarle entre mis brazos para que pudiese calmarse.
— Quiero... —la pausa fue horriblemente larga mientras se acercaba dando cortos pasos hasta mí—, quiero una cita terapéutica con usted. ¿Sería posible?
¿Me quería de terapeuta? Aquel hombre me estaba volviendo loca con sus incomprensibles cambios de humor y necesidades, pero parecía que lo necesitaba y la masoquista curiosa que habitaba en mi interior no podía permitirse no intentar descubrir qué había escondido en esa mente tenebrosa, oscura, odiosa. Me detestaría toda la vida por aquella decisión, pero aceptaría.
— Ahora mismo tengo otro trabajo en una pastelería por lo que no puedo tratarle en ningún sitio. No tengo consulta ni...
— Eso no es problema. Yo sé de un lugar donde no nos molestará nadie —se llevó el cigarrillo a los labios dando una profunda calada antes de soltar todo el humo por su nariz y su boca formando una pequeña nube blanca angustiosamente maloliente entre nosotros.
— Está bien... Termino de trabajar a las siete de la tarde, así que el día que quiera puede presentarse en El paraíso de los dulces, para recogerme y tener esa consulta, si le viene bien. A mí me da igual y además, imagino que no estará demasiado tiempo en Belfast, por lo que lo dejo completamente a su elección.
Solté un suspiro porque había aceptado algo que no quería una parte de mí. Había regresado a la trampa que me había tejido como si fuese una araña dispuesta a comerme, pues era su presa.
— Ahora, si no le importa, tengo que irme.
No le dejé hablar, simplemente me giré para comenzar a andar lo más deprisa posible. Me costaba respirar y no era por el ritmo que llevaba caminando sino por él, por el verdadero miedo que me daba quedarme a solas en algún lugar con él, por la necesidad palpable en todo mi ser de dejar de sentirme sola. Era como si él pudiese saber lo que estaba ocurriendo y aparecía cuando estaba más débil, más vulnerable, pero no podía permitirle salirse con la suya. No quería, no podía.
Mis ojos se llenaban de lágrimas pues volvía a sentirme como una muñeca con la que estaban jugando, tirando de cada lado hasta que finalmente se rompiese por algún extremo sin importarles el daño que estuviesen haciéndome hasta que finalmente me partiese en dos sin posibilidad alguna de reparación.
Rochester lamió mi mejilla. Él parecía entender absolutamente todo lo que me pasaba. Era mi única compañía en esos momentos. Adorablemente dulce, lastimosamente animal, porque si hubiese podido elegir, hubiese querido tener un humano a mi lado que me diese un abrazo y que pudiese pronunciar las palabras: "tranquila, Kyra, todo estará bien".
Mi teléfono empezó a vibrar en mi bolso indicándome que estaba recibiendo una llamada. Saqué el móvil como pude de su interior y lo llevé a mi oreja sin tan siquiera ver en la pantalla quien era.
— ¿Si?
— ¿Kyra? ¿Estás bien? —preguntó la voz de Gustav y casi me caí al suelo por la gran vorágine de emociones.
— ¿Eres tú de verdad?
Una pequeña risa llegó a mis oídos. Las lágrimas se me saltaron por instinto, y agradecí que él no pudiese verlas.
— Claro que soy yo. ¿Estás bien? ¿Qué tal te ha ido la cena de trabajo?
Dejé a Rochester en el suelo y sin importarme realmente el frío me senté en lo más parecido a un asiento que encontré.
— Tengo el trabajo. Estoy algo... abrumada, supongo, sobre todo por tu llamada —tuve que mentirle, o al menos, ocultarle parte de la información porque sabía lo mucho que odiaba al profesor y lo fácil que sería que terminase lanzando el teléfono contra la pared más cercana si sabía lo que había pasado.
— ¡Eso es fantástico! Me alegro por ti.
Tras un pequeño silencio me atreví a pronunciar las palabras que más dolían en ese momento.
— Te echo mucho de menos.
Pude escuchar claramente un suspiro y después de unos segundos obtuve su respuesta.
— Y yo también, Kyra. Ni te imaginas cuanto.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...