Todo el mundo tiene sus momentos de debilidad. El beso con Damian fue el mío, pero terminó tan pronto como acabó. No eran sus labios los que quería besar. No era él con quien quería estar. Él había tomado la decisión muchos meses antes de escoger a Ecaterina a pesar de nuestra historia en común y si hubiese sentido algo por mí tuvo muchos años antes de que llegase William. No podía, no me permitía hacerlo y cuando comprendí que nadie más volvería a besarme fue cuando me di cuenta realmente del dolor que sentía en mi pecho por haber sido utilizada. Yo no podía utilizarle a él para sentirme mejor. Jamás. Solamente podíamos ser buenos amigos, no existiría lo nuestro y menos cuando mi propia mente se negaba a sentir algo tan fuerte por alguien que su preferencia siempre había sido alguien más.
Ni tan siquiera me despedí de él. Mi tendencia huidiza había hecho el resto y me había llevado de alguna forma a mi hogar. No había sido consciente de mis propios pasos, pero esperaba que un autobús o un taxi hubiesen hecho posible que nadie se hubiese aprovechado de mí en aquel momento de profundo derrumbe personal.
Sin embargo, cuando estaba frente a la fachada de mi hogar, pude ver una figura que reconocería allí donde fuese. ¿Qué hacía tan pronto allí?
— ¿Gustav?
Se dio la vuelta y al ver mi estado vino a socorrerme tomándome en brazos como lo había hecho el primer día que nos habíamos conocido. No dijo nada, simplemente me apretó a su pecho y me permití romper a llorar contra su cuello agarrándome a su camiseta temiendo que él desapareciese. Necesitando quitar todos los problemas de mi mente. Solamente él podía hacerme sentir segura.
— ¿Dónde... ?
Le entregué las llaves como si supiese lo que quería decirme y él simplemente las cogió en su mano, demostrando lo extremadamente fuerte que era para mantenerme en el aire con un solo brazo y abrió la puerta antes de cerrarla con el pie una vez estuvimos dentro.
— ¿Cuántos días llevas así? —preguntó preocupado.
— Solamente hoy —respondí entre sollozos por lo que él pareció relajarse antes de apretarme contra su cuerpo.
Sus movimientos me indicaron que me llevaba a alguna parte y terminamos sentados en el sofá. Me mantenía pegada a él mientras mis lágrimas no cesaba, sin preguntarme nada más, solamente dejando que se me pasase el berrinche manteniéndose a mi lado.
Finalmente, unos minutos más tarde cuando ya estaba concentrada en los latidos de su corazón, se atrevió a moverse un poco para quitarme los zapatos de tacón que me habían destrozado los pies sin que yo me hubiese dado cuenta alguna.
— ¿Mejor? —besó mi frente antes de buscar mi mirada cuando ya no oía tanto sollozo.
Asentí mientras abrazaba su cintura porque no quería que me separase de su cuerpo por el momento. No aún, necesitaba quedarme allí donde era bien recibida, donde quería estar, mandar al resto del mundo al diablo y supe que no había motivos lo suficientemente fuertes como para que me quedase en Evesham. Adoraba a mis pacientes, pero ¿podría ayudarles si no sentía cierta estabilidad emocional? No quería que el daño que les pudiese provocar fuese irreparable así que para ellos también sería mejor.
— Sí.
— ¿Me contarás lo que ha pasado? —murmuró acariciándome el cabello con los dedos.
— Las amistades no son lo mío —negué y luego apoyé mi cabeza en su hombro.
— ¿Crees, entonces, que debería rendirme yo también?
Alcé mi mirada pues no le comprendía del todo antes de entender ese segundo significado. Evidentemente si las amistades no eran lo mío y él era mi amigo le estaba poniendo en bandeja la posibilidad de rendirse.
— No... Espero que no lo hagas nunca —musité antes de morder mi labio inferior por instinto porque me ponía muy nerviosa cuando me miraba así, dispuesto a bajarme la luna si eso lograba ponerme una sonrisa en los labios. Jamás había sentido en nadie esa mirada y, me preguntaba, si era normal entre amistades. Lo más cercano que yo tenía era mi hermana y mi hermano, y si pudiese, les bajaría la luna para su felicidad.
— Tampoco lo iba a hacer si me decías que sí.
Su franqueza fue la que provocó mi sonrisa. Él parecía lograr que todo el mal se disipase. ¡Por eso había hecho bien con llamarle mi ángel personal! Solamente esperaba que no me abandonase nunca para que siguiese mi propio camino en la vida cuando me encontrase lo suficientemente segura de mí misma.
— Por lo que veo no has recogido gran cosa... ¿podrás venirte mañana conmigo? —me miró con algo de decepción por mi escasa iniciativa a la hora de haber empaquetado las cosas.
Me acurruqué un poco más en su pecho y después le miré con una nueva sonrisa en mis labios.
— No te preocupes, estaré lista mañana. Todos los trámites importantes están hechos, así que no te preocupes que tienes nueva compañera de piso —reí ligeramente antes de apretarme contra él permitiendo que todo mi cuerpo se amoldase al suyo como si fuese una necesidad—. Pero déjame estar un ratito aquí. Solo un ratito más.
Finalmente, me quedé dormida entre sus brazos casi sin darme cuenta. Me había concentrado en su respiración, en la forma que sus brazos me mantenían segura contra él y simplemente por toda la paz que me daba sabía, de sobra, que había hecho bien en aceptar irme a Belfast con él.
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Simplemente Kyra (Parte 1)
Non-FictionKyra ha conocido el dolor a una edad muy temprana. Con dieciséis años su mundo dio un giro radical cuando descubrió el lado oscuro de la salud mental. Ahora, a sus treinta intenta salir poco a poco demostrándose a sí misma que no hay nada que no pue...