Capítulo 74

8 0 0
                                    

Miré a Gustav quien no paraba de contarme una anécdota sobre su trabajo. Esa anécdota le había llevado a Egipto. Allí había tenido que pasar penurias que ahora podía contar porque si no lo había hecho antes era simplemente porque les obligaban a mantener el secreto durante un tiempo prudencial. Me daba la sensación que él era como una especie de espía, un estilo Indiana Jones y que por eso no podía contar esos secretos. Seguramente no tenía nada que ver, pero era muy interesante pensar que tenía a mi lado a un protector de las obras de arte del pasado.

Sus ojos siempre estaban fijos en mí mientras ambos estábamos sentados en el sofá. Las galletas prácticamente habían desaparecido y le escuchaba hablar con una sonrisa en mis labios. Era tan agradable poder hablar y escuchar. A menudo, tenía que pasarme las tardes completamente sola y durante un gran periodo de mi vida no habían sido tan solo las tardes sino todas las horas del día.

Apoyé mi cabeza en su hombro mientras me abrazaba a su brazo deseando que él se quedase allí, que no tuviese que irse en un rato. La casa estaría terriblemente vacía cuando desapareciese de su interior. Cerré mis ojos soltando un profundo suspiro y me aferré a su brazo como si fuese lo único que necesitase en ese momento.

— ...y... ¿tienes sueño? —preguntó al verme así.

Negué rápidamente y abrí mis ojos antes de apoyar mi mentón en su hombro dejando un sonoro beso en su mejilla. Me salía prácticamente solo ser así de cariñosa con él puesto que él lo había sido conmigo fácilmente, desde el principio casi. Además, ¿por qué no sentirse así cuando este hombre lograba sacar todo lo bueno que parecía haberse escondido tantos años?

— Sigue contándome, por favor —pedí mirándole con una sonrisa.

— ¿Seguro?

— Claro que sí, Gustav —musité asintiendo y abrazándome de nuevo a su brazo.

— Pues verás, lo que tuvimos que hacer finalmente fue meternos más de lo que pensábamos dentro de la montaña, para de esa forma poder entrar en esa otra sala. Allí íbamos a encontrar un pequeño tesoro, pero en realidad del secreto encontramos una momia que desconocemos de quién puede ser, así que aún estamos esperando las pruebas —comentó como si la emoción la estuviese reviviendo en ese mismo instante a mi lado.

Pensé en mi propia hermana. Ella tenía la suerte de sentir esas mismas emociones. Yo no sabía qué podía haber llegado a sentir de estar en su posición. Era cierto que me animaba pensar en todas esas cosas cuando imaginaba cómo podía sentirse un personaje, pero también debía reconocer que era bastante más fría en determinadas ocasiones o puede que me hubiese obligado a ser así. Mi familia no mostraba en demasía las buenas emociones, era más aceptable demostrar las malas. Siempre me había preguntado si mis emociones buenas no eran realmente aceptadas, si nadie las comprendía y por eso tenían que quedarse solamente para mí.

— Debió ser una gran sorpresa. ¿Alguna vez te ha pasado algo más así? —quise saber haciéndole entender o, al menos lo esperaba, que me importaba todo lo que estaba contándome, que me interesaba en gran manera.

— Cuando uno se mete en yacimientos puede encontrarse sorpresas que espera y otras que no. Es difícil imaginar lo que puede haber allí esperándonos —comentó fijando sus ojos en los míos antes de dejar un beso en mi frente.

Gustav era adorable conmigo. No quería pensar en pasar todo mi tiempo libre con nadie que no fuese él para encontrarme bien, pero mi corazón no latía a la misma velocidad que lo hacía cuando el profesor estaba así de cerca, mirándome con sus ojos azules y haciéndome estremecer de pies a cabeza como si todo lo que yo pudiese hacer, lo que fuese, jamás rompiese la forma en la que nos necesitábamos.

Escondí mi rostro en su cuello buscando refugiarme y apretarme un poco más a su cuerpo. Su calor era reconfortante. Me gustaba sentir como sus músculos parecían estar blandos si era una parte de mi cuerpo la que pedía que le permitiesen acurrucarse.

Pude sentir el pulso de Gustav contra la punta de mi nariz. Si cerraba mis ojos podía escuchar sus latidos y su respiración que por alguna razón había comenzado a ser bastante más rápida que antes. Mi mano lentamente descendió por el interior de su brazo hasta alcanzar la suya y entrelazar nuestros dedos. Imaginaba algún tipo de negativa, pero en su lugar, mi amigo acogió mi mano, envolviéndola con la suya y dándole un nuevo hogar a mis dedos.

Me preguntaba si aquello era lo que siempre se sentía con un hombre. Jamás me había planteado la posibilidad de estar acurrucada al lado de ninguno y tanto Gustav como William me resultaban tan confortantes. Era nueva en todo esto, nunca me había tocado un hombre hasta William aunque hubiese tenido algún novio por internet.

Entonces, recordé a Nikolai. Debía volver a escribirle y a Damian también. Tenía que estar en contacto para que mi fiesta de cumpleaños no fuese un completo desastre. Los últimos cumpleaños no había podido viajar a Moscú para estar con mi familia, así que los había celebrado yo sola conmigo misma recibiendo las típicas llamadas de felicitación de no más de un minuto por el problema del encarecimiento de la llamada de un país a otro. Esperaba que ahora que quitaban el condenado roaming en Europa tuviese más suerte, pero con el brexit no pintaba nada demasiado bien. De todos modos, no era eso lo que más me preocupaba, sino la tensa relación que tenía ahora el país con mi país natal. Acusaban al gobierno ruso de asesinatos con uno de sus más famosos inventos de la Segunda Guerra Mundial. Temía que en cualquier momento tuviese que abandonar el país y podría ser pronto, muy pronto, si se levantaba una verdadera guerra política entre ambos países porque eso conllevaría a una hostilidad hacia quienes menos culpa tenían, los civiles. El ser humano al radicalizarse suele perder la razón, a menudo.

Salí del escondite de mi rostro en su cuello y vi que el suyo se había acercado lo suficiente como para que mis mejillas se sonrojasen y no tuviese que hablar demasiado alto.

— Es tarde... —comenté.

Gustav asintió muy despacio mirando una parte de mi rostro, una que no sabía distinguir. Mordí mi labio inferior pues jamás me había mirado así y mis nervios se incrementaron en mi vientre. Me separé ligeramente de él pues no estaba demasiado cómoda por los nervios que sentía.

— Debería irme —dijo antes de que me volviese a agarrar más fuerte a su brazo.

— O quédate aquí a dormir —musité con la inocencia que lo haría una niña de cinco años y aunque sus ojos me miraron al principio con algo de sorpresa, rápidamente comprendió que no había ningún tipo de segundas intenciones en mi ofrecimiento.

— Siempre que quieras —comentó antes de regalarme una pequeña sonrisa y provocó la mía propia.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora