Capítulo 9

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2000

La casa estaba silenciosa, completamente solitaria. Mis padres dormían en el piso superior mientras pasaba una nueva noche en vela. ¿Cuántas iban ya? Ni tan siquiera era capaz de contarlas. Pensaba que tan solo aquellas personas al otro lado de la pantalla eran capaces de comprenderme y si me hacían daño era tan simple como cerrar el ordenador y no dejarles penetrar en los pensamientos que sabía terminarían escurriendo como lágrimas amargas hasta que por puro agotamiento me entrase sueño.

La música que escuchaba tampoco ayudaba en nada a mi bienestar. A menudo pensaba en todo lo que esa persona tenía y yo no. Lo que esa persona había logrado y yo no conseguiría lograr porque ni tan siquiera había podido terminar mis estudios para tener algo que no fuese lo mínimo indispensable para trabajar en algún lugar como reponedora o cajera, aunque siendo realistas, ahora se necesitaba casi un doctorado para poder realizar esas labores, no porque fuesen más o menos complicadas, sino porque había que trabajar, de lo que fuese, para poder ganarse la vida.

No obstante, en mi cabeza, lo que menos pensaba era en las dificultades de todos los demás. ¿De qué podía consolarme a mí las posibilidades escasas de supervivencia de los niños de África en situaciones de desnutrición si era mi propio dolor el que estaba obligándome a sucumbir a mi ser más autodestructivo?

Hacía tiempo que había aprendido a ver la espalda de aquel que me habían dicho que siempre tendría los brazos abiertos para mí. En la vida no existe ni existirá nada incondicional, ni tan siquiera los padres. El amor quizá esté, pero no siempre están ellos para socorrerte y abrazarte, pues no dejan de obligarte a crecer, a ser independiente, a lidiar con todos tus problemas y todo tu dolor como "un adulto".

Para mí, crecer significaba mucho más allá. Significaba enfrentarse a una vida en la que no habría apoyo alguno y... ¿quién puede abrazarse a eso arrastrando todo el dolor de todos esos años de formación para un futuro aún más doloroso?

Sin embargo, aquí estaba. Sola. Realmente sola. No existía alma alguna con quien poder intercambiar una palabra y gritarle en silencio que me socorriese. ¿Alguien en alguna parte del mundo podría calmar mi dolor? Lo dudaba mucho.

Suspiré pesadamente mientras me levantaba del sofá yendo hacia la cocina. Abrí el cajón donde mi padre guardaba las pastillas. Ni tan siquiera me fijé en todas las medicinas mucho más potentes que él se tomaba. Busqué entre las mías, observé las cajas y finalmente decidí que el ansiolítico sería el único que calmaría mi malestar. Quité una pastilla de su pequeño envoltorio y luego tras tomármela, fui sacando una a una todas las pastillas que me parecieron suficientes. ¿Siete? Quizá no necesitaba más.

Con dificultad las tragué todas a la vez con un vaso de agua fresca y me permití a mi misma sonreír ligeramente, sabiendo que pronto terminaría todo.

Simplemente Kyra (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora